Texto de nuestra compañera Yayo Herrero publicado en CONAMA
La crisis del coronavirus ha quebrado visiblemente la normalidad. Además de todas las personas que han muerto o enfermado, los días de angustiosa saturación de los servicios de la sanidad pública, el confinamiento y cierre de una buena parte de las actividades sociales y económicas, nos encontramos en la antesala de una crisis económica cuya dimensión puede ser enorme.
La fragilidad de nuestros metabolismos económicos globalizados se ha mostrado de una forma cruda. Muchas personas e instituciones advierten que el frenazo forzoso y en seco de la crisis del coronavirus va a causar una crisis peor que la de 2008 y, según se aborde – priorizando a las personas y sus condiciones de vida o poniendo toda la energía en el crecimiento de las tasas de ganancia – las consecuencias serán o no devastadoras.
Hace pocas semanas, el relator sobre extrema pobreza y derechos humanos de la ONU Philip Alston, advertía de la preocupante situación social que se vivía en nuestro país y concluía que había visto barrios “en peores condiciones que campos de refugiados”. En los momentos previos a la llegada del coronavirus, la precariedad, la fragilización el derecho del trabajo, la pobreza habitacional o energética eran ya estructurales. Seguir leyendo