Artículo de nuestro compañero Jorge Riechmann publicado en Viento Sur
“La pandemia que nos azota tiene su origen fundamental en la rotura de todos los equilibrios, en la falta de previsión y en modos de vida que desprecian las limitaciones naturales. Ese tan mentado principio de precaución que nunca llegamos a aplicar en su auténtica dimensión. Resultaría antropomorfizantee ingenuo (casi animista) decir que la naturaleza nos está enviando una señal. Tan tonto como pensar que la silla que se rompe bajo nuestro sobrepeso nos está diciendo que debemos adelgazar. Lo que sí resulta cierto es que deberíamos tener la suficiente inteligencia para interpretar las señales, los indicadores o síntomas, que aparecen cuando las cosas van mal, cuando ponemos en riesgo nuestra propia vida.” [1]
Carlos González Vallecillo
“¿No será que hemos vuelto al ritmo de vida normal? ¿Que el virus no es el trastorno de la norma, sino que, por el contrario, lo anormal era el frenético mundo anterior al virus? Al fin y al cabo, el virus nos ha recordado lo que tan apasionadamente negábamos: que somos seres frágiles hechos de la materia más delicada. Que morimos, que somos mortales. Que no estamos separados del mundo por nuestra ‘humanidad’ y excepcionalidad, sino que el mundo es una especie de inmensa red en la que permanecemos unidos a otros seres por medio de invisibles hilos de influjos y dependencias. Que dependemos los unos de los otros y que, independientemente del país del que vengamos, de la lengua en que hablemos y del color de nuestra piel, enfermamos de la misma manera, tenemos el mismo miedo y morimos del mismo modo.”[2]
Olga Tokarczuk
“No está de más dar un paso a un lado para impedir que el virus, además de nuestros cuerpos, colonice nuestras mentes.”[3]
Juan Arnau
Un doble juego inaceptable
Hay un doble juego que encuentra uno practicado con regularidad en ciertos discursos de izquierda. Por una parte, se elogia la resistencia de los pueblos indígenas, con sus sabidurías ancestrales y su cosmovisión de la Madre Tierra (“pachamamismo”, se desdeña desde otros sectores de izquierda). Pero, por otra parte, se rechaza la perspectiva sociocultural gaiana y la teoría Gaia que subyace a aquella (y que en realidad es hoy “ciencia dura” o estándar entre quienes cultivan las ciencias de la Tierra, al menos en la versión de “Gaia homeostática”).[4] Eso cuando no se denuncia directamente esa perspectiva gaiana como “ecofascismo místico”, evidenciando un notable desconocimiento del trayecto que ha seguido la (primero hipótesis y luego) teoría Gaia a lo largo del último medio siglo.[5]
Pero ese doble juego es incoherente,[6] pues la Madre Tierra es Gaia desde un plano más emocional (y desde ciertas tradiciones culturales), y Gaia es la Madre Tierra desde el plano científico (sin que ello suponga despreciar las emociones). De hecho, practicarlo revela cierta mentalidad colonial encubierta: dejemos a aquellos pobres ignorantes que cultiven sus inadecuadas pero útiles representaciones pachamamistas, pero no permitamos que Gaia desbarate nuestra racionalidad parcelaria occidental trabajosamente construida… Como apunté, no obstante, la teoría Gaia no va en contra de la racionalidad científica (aunque muchos aspectos de la misma requieran en Occidente un encaje cultural mejor), sino que se sitúa en su seno y la amplía. Tenemos que remitir, aquí, a los trabajos de Lynn Margulis, Isabelle Stengers, Carlos de Castro y Bruno Latour, que nos proporcionan la base racional para un sentido común mejor (gaiano) que el que hoy prevalece.[7]
Supóngase que miramos hacia la presente crisis sanitaria desde esa óptica gaiana. ¿Qué apreciaríamos? Continuar leyendo