Artículo publicado en EL DIARIO por nuestro compañero Kois.
Hubo un tiempo en que los spin doctors eran un popular grupo de música, no esas figuras que entre bambalinas se han apoderado de los partidos, que se han rendido ante estos consejeros, encargados de tomar decisiones clave que los dirigentes se encargan de escenificar. Los principios, los programas o las estrategias colectivas se han vuelto secundarias una vez que lo político se ha reducido por la dictadura del corto plazo, el tacticismo comunicativo y el marketing.
El especulador George Soros afirmaba que en economía financiera las inversiones a largo plazo eran cinco minutos; para los spin doctors, expertos en moverse bajo la presión de la actualidad y lo instantáneo, el largo plazo se limita a la publicación del próximo sondeo electoral. La política está en manos de estas personas, incapaces de definir estrategias para temas cuyo horizonte temporal de reflexión y actuación exceda lo coyuntural. Imposible ir más allá. Así que no resulta muy creíble, ni recomendable, que puedan hacerse cargo de una cuestión tan compleja, incómoda y multidimensional como la crisis ecológica.
La emergencia ecosocial nos exige otro tipo de liderazgos políticos (valientes, empáticos, didácticos, creíbles, compartidos…), pero también otras figuras de asesoría y acompañamiento, que sean capaces de comunicar la discontinuidad de este momento histórico, de anticipar escenarios de futuro, de ofrecer nuevos imaginarios y de saber otorgar protagonismo a la ciudadanía. Si los spin doctors son como el copiloto de un rally, que solo puede avisar de las siguientes curvas y la marcha con la que conviene abordarlas, lo que necesitamos se parecería más a alguien que escribiera ciencia ficción. Si lograr una transición justa hacia la sostenibilidad nos parece una marcianada ¿no tendría sentido abordarla de la mano de quienes realmente se han dedicado a imaginarla?
Necesitamos una narrativa distinta de lo que está aconteciendo, el momento exige un derroche de inventiva y experimentación. En una época en la que la política institucional adolece de creatividad, estas afirmaciones pueden parecer una provocación, pero van totalmente en serio. No en vano una de las frases que se atribuyen a Einstein dice que en periodos de crisis solo la imaginación es más importante que el conocimiento. Y lo gracioso es que este tipo de aventuras no sería la primera vez que suceden en la historia.
En 1908 Alexander Bogdánov, uno de los líderes bolcheviques rusos publicaba Estrella Roja, una novela futurista sobre una sociedad socialista en Marte, donde se plantean debates sobre la tecnología, el feminismo, la demografía o los límites el uso de recursos. Unas discusiones que se trasladaron al partido y que serían uno de los desencuentros por los que un año después sería expulsado por Lenín. Por esas fechas H.G. Wells, el famoso autor de La máquina del tiempo o La guerra de los mundos se convirtió en asesor sobre innovación científica de Churchill; que se enganchó tanto al tema que terminó publicando sus propios relatos de ciencia ficción.
Unas décadas después Isaac Asimov, autor de Yo Robot y la saga de Fundación entre otras novelas, trabajó para la Agencia de Proyectos Avanzados de Investigación del Departamento de Defensa de Estados Unidos, realizando un estudio sobre la creatividad en el marco del diseño de un sistema de antimisiles durante la Guerra Fría. Y recientemente el gobierno de Macron ha creado Equipo Rojo, un grupo de trabajo conformado por escritores de ciencia ficción, cuyo cometido será proponer escenarios futuros que no hayan sido pensados antes por los estrategas militares y anticipar así posibles amenazas.
Las relaciones entre escritores de ciencia ficción y política institucional han estado marcadas por una colaboración en asuntos militares y estrategias de defensa. Aunque indudablemente suponen un antecedente para pensar otras temáticas y formas posibles de cooperar entre quienes inventan mundos y quienes gobiernan el mundo, especialmente para abordar retos como la emergencia climática.
Los relatos sobre el futuro nunca han sido narraciones neutrales o meros juegos literarios, pues en las imágenes sobre el mañana lo que principalmente se se está proyectando son reflexiones acerca del presente y de las posibilidades de intervenir sobre él. El pensamiento utópico evolucionó desde la concepción de sociedades ideales ubicadas en lugares imaginarios, a sociedades ideales que no estaban pensadas en otro espacio sino en otro tiempo. El pensamiento crítico pasó del idealismo utópico a las distopías, como literatura de los malestares sociales y de denuncia de los apocalípticos futuros a los que nos dirigimos de no corregir el rumbo de nuestras sociedades. La distopía fue un refugio para compartir reflexiones sobre las posibles derivas autoritarias de nuestros regímenes políticos, la falta de control social del conglomerado tecnocientífico, la creciente desigualdad, las múltiples formas de opresión o la emergencia de ecofascismos ante la insostenibilidad ecológica.
Los futuros catastróficos ficcionados en el pasado comienzan a ser demasiado probables, y pierden el valor que podrían tener como detonadores del cambio social. Un ejemplo perfecto serían las sobrecogedoras imágenes de los incendios de Australia, que parecen una película o un videojuego, y que son tal y como habríamos imaginado el fin del mundo.
En el escenario actual de previsible colapso ecológico, las distopías han devenido conservadoras y previsibles; transmitiendo la incertidumbre, los miedos o el malestar presente en nuestras sociedades. Hace unos días una campaña de Ecologistas en Acción jugaba con esta idea, cuando comunicaba la crisis ecosocial como una serie con un final predecible que se puede evitar. A las distopías se suma el surgimiento de retrofuturos, la nostalgia de pasados idealizados que nunca existieron y a los que es imposible regresar, pensemos en las variantes del Make America Great Again.
Y vemos como el imaginario del desastre ha ido trasladándose de las ficciones a la vida real, capilarizando una difusa sensación de miedo e inseguridad. Las consecuencias no deseadas de estos temores sociales son la necesidad de adelantarse al caos por venir, lo que se traduce en la proliferación de urbanizaciones cerradas y aisladas del exterior para las clases adineradas, con sus herméticas e impenetrables habitaciones del pánico; o mediante fenómenos como los Preppers, grupos de personas o individuos que se están preparando ante catástrofes que consideran próximas e inevitables (construyen bunkers o viviendas autosuficientes, acaparan desde comida liofilizada a armamento, aprenden primeros auxilios avanzados y técnicas de supervivencia)
Ante esta inflación de imaginarios sobre el colapso lo que más urgentemente necesitamos son relatos que sin eludir la complejidad de la realidad, estimulen nuestra imaginación, alimenten nuestra esperanza y refuercen una determinada voluntad de transformación. El verdadero desafío político no es la disputa por el relato sobre lo que ha sucedido, el terreno de los spin doctors, sino el de los relatos de lo que está por suceder.
Marina Garcés suele decir que hemos perdido el futuro, pero no podemos seguir perdiendo el tiempo. Así que por contraintuitivo que parezca, puede que una de las cosas más prácticas que podemos hacer es armar una narrativa sobre cómo serían nuestras sociedades si hubiera habido éxito en las transiciones ecosociales que tenemos por delante. La tarea de desencadenar o acelerar un cambio de paradigma nos exige realizar un enorme ejercicio de imaginación ecológica, de generación de nuevo conocimiento a partir de procedimientos y recursos que no resulten tan habituales y que ofrezcan resultados no predecibles.
Así pues, el reto de nuestro tiempo es esbozar representaciones de sociedades alternativas al capitalismo. Una tarea similar a revisitar Ecotopía, la inspiradora novela escrita en los años setenta por Ernest Callenbach sobre una transición ecosocial durante el apogeo de la contracultura, y ser capaces de adaptarla a los nuevos tiempos.
Necesitamos imágenes del futuro capaces de seducir y emocionar, de visualizar nuevas cotidianidades y dotar a la gente de horizontes de sentido para los cambios sociales que demandamos. La mejor materia prima que tenemos para desencadenar este ejercicio de entusiasmo serían nuestras modestas alternativas, desarrollando una mirada apreciativa, capaz de imaginar las potencialidades de determinadas prácticas si crecieran, proliferaran, gozaran de legitimidad institucional, recursos y marcos regulatorios favorables. Allí donde lo sencillo sería encontrar insuficiencias, carencias y defectos, el reto es adivinar las claves que pueden hacer de las prácticas alternativas realidades más factibles, creíbles e inspiradoras.
Hay una alianza pendiente de tejer entre creadores de ficciones, narradores de historias, artistas, por un lado, y la comunidad científica y el activismo ecologista, por otro. Desde espacios como el Foro Transiciones andamos tratando de construir esas complicidades, y mientras lo logramos, nos conformamos con ir publicando en Ultima Llamada una serie de artículos que doten de contenidos a las distintas dimensiones de la emergencia climática. Una forma de ampliar y divulgar conocimientos y problemáticas que deben formar parte de los relatos sobre futuros alternativos deseables.