
Artículo publicado por nuestro compañero Jose Luis FDez. Casadevante “Kois” en EL DIARIO
Uno de los rasgos del primer ecologismo fue tratar de dar voz a las generaciones futuras que iban a heredar un planeta devastado. La fuerza narrativa de esta idea impregnó hasta la definición institucional del desarrollo sostenible, formulado a finales de los años ochenta en el Informe Brundtland, como la capacidad de satisfacer las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades.
Más allá del debate sobre las necesidades o sobre la escasa operatividad de un concepto que no quería ser incómodo, cuestionando la inviabilidad del modelo socioeconómico, resulta interesante y pertinente la apelación a una abstracta solidaridad intergeneracional. Y es que toda sociedad que pervive en el tiempo se sostiene sobre un pacto de este tipo, por el cual la población adulta cuida de la infancia y de las personas mayores. Un acuerdo tácito, no escrito, que en términos ideales se sustenta sobre las relaciones de reciprocidad entre grupos de edad a lo largo del tiempo. Y que en la práctica ha necesitado de múltiples arreglos institucionales como el sistema de pensiones o los servicios públicos especializados, a la vez que dejaba buena parte de la tarea recayera sobre los hombros de las mujeres.
En nuestras sociedades la juventud es la franja de edad que peor acomodo encuentra en este arreglo, demasiado mayores para transmitirnos la vulnerabilidad de la infancia y demasiado pequeños para incorporarse plenamente a una sociedad audultocéntrica. Ignorada y desatendida sistemáticamente, la juventud es ubicada en el punto ciego al que no llegan las políticas públicas.
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