Artículo publicado en EL DIARIO
Tras la pandemia se reabría el Gran Teatro Liceu de Barcelona con un concierto para más de dos mil plantas que ocupaban las butacas del anfiteatro y los tres pisos de balcones. Un cuarteto de cuerda interpretaba con total solemnidad la obra «Crisantemi» del italiano Giacomo Puccini para un público vegetal. Este poema visual fue concebido por el artista Eugenio Ampudia durante el confinamiento, mientras escuchaba a los pájaros y veía crecer a las plantas desde su balcón, como una fórmula para reflexionar sobre nuestra relación con la naturaleza.
Puede parecer una frivolidad pero el imprescindible cambio de valores y prácticas que requiere la transición ecosocial demanda de otra inteligencia, pero también de otras emociones. Y es que toda posibilidad de pilotar transiciones ecosociales de forma relativamente ordenada pasa por acelerar un enorme cambio antropológico, pues, más que tecnológico o normativo, a lo que nos enfrentamos es a un enorme desafío cultural. O lo que es lo mismo, a la necesidad de cambiar los imaginarios y los estilos de vida, replantearnos que es vivir bien o cuales son unas expectativas de futuro realistas en tiempos del Antropoceno.
Las políticas culturales deberían ser nucleares en este proceso de socializar nuevos conocimientos y sensibilidades que permitan a la ciudadanía comprender la encrucijada en la que nos encontramos, establecer complicidades con las rupturistas políticas públicas que necesitamos e imaginar futuros alternativos lo suficientemente seductores como para involucrarse personal y colectivamente en su construccción. Seguir leyendo