
Nuestro compañero Florent Marcellesi publica este artículos en Green European Journal
Al poner de manifiesto la relación entre el imperativo del crecimiento y las crisis socioecológicas actuales, el poscrecimiento se ha abierto camino desde los círculos activistas hasta las instituciones políticas. Pero lo que hace que el sistema actual sea tan difícil de cuestionar es su asociación positiva con la libertad en la mente de la gente. Además, los movimientos negacionistas y reaccionarios no han escatimado esfuerzos para apropiarse de la libertad. Para conseguir la hegemonía cultural y política que transforme la sociedad, el poscrecimiento necesita su propia versión y narrativa convincentes de la libertad.
En mayo de 2023, tuvo lugar en el Parlamento Europeo la conferencia más grande, concurrida y transversal organizada hasta el momento sobre poscrecimiento.1 Fue, sin ningún lugar a duda, todo un éxito y un hito mayor para la reflexión teórica y práctica en cómo construir, dentro de los límites del planeta, prosperidad y bienestar en Europa más allá del crecimiento económico.2 Sin embargo, llama la atención el dato siguiente. No se dedicó ningún espacio de debate a un concepto básico y central de la batalla cultural y política de este decenio: la libertad.
Por su parte, las corrientes negacionistas y reaccionarias no han escatimado medios para hacer suya la libertad. Ellas se presentan como los verdaderos adalides de la libertad frente a las minorías woke y progresistas. En una inversión orwelliana de los significados y papeles entre agresor y víctima, dominante y dominado, insider y margnizalido,3 la libertad se ha convertido en su patrimonio casi exclusivo. A través de una neolengua resucitada, Donald Trump y Marine Le Pen se auto-erigen en Martin Luther King,4 mientras que la red de la desinformación, llamada X, enarbola la libertad de expresión. Al igual que en 1984, parece que de nuevo “la libertad, es la esclavitud”.
En este marco, la ecología —sea cual sea la corriente— es una diana prioritaria. Según su relato, llevamos años viviendo bajo la amenaza de una “dictadura climática”, ya sea con el Pacto Verde Europeo o la Agenda 2030. La internacional del odio responde a este supuesto “fanatismo verde” patrimonializando la “libertad”: libertad para perforar, libertad para volver a las energías fósiles, libertad para difamar a los ecologistas, o sea, libertad de sentido único, sin cortapisas ni limitaciones ecológicas y solidarias de cualquier tipo. El despertar es duro. Después de una década de hegemonía cultural climática,5 la ecología y el clima ya no venden tanto. Al revés, son presentados como enemigos de la “libertad”.
Esta reacción negacionista se da mientras la crisis climática no ha remitido sino todo lo contrario.6 Nuestro sistema económico y forma de vida actuales, basados en el crecimiento infinito de la producción y el consumo desenfrenado en un planeta definitivamente finito, siguen en un callejón sin salida. Gracias a la mejor ciencia disponible, sabemos que nos encontramos en un momento crítico a nivel socio-ecológico donde necesitamos más que nunca y de forma urgente mirar más allá del crecimiento para alcanzar futuros de bienestar sostenible y justo.
Pero tener razón científicamente hablando no basta para convertir una idea correcta en dominante. También es necesario ganar los corazones de la gente y el imaginario colectivo. Siendo a día de hoy la libertad uno de los valores más preciados por la ciudadanía europea7 y ante la embestida de las extremas derechas, las corrientes del poscrecimiento necesitan entrar de lleno en la batalla conceptual y práctica en torno a la libertad. Es una condición necesaria para disputar la hegemonía cultural y política.
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