Nuestro compañero Florent Marcellesi publica esta columna en PÚBLICO
La crisis de la Covid-19 evidencia con claridad que ante una emergencia, en este caso sanitaria, no todas las personas somos iguales. Aún más con respuestas políticas, como las del Gobierno madrileño, que refuerzan la segregación y la estigmatización. Cuanto menor poder adquisitivo, menor nivel educativo o menor posibilidad de trabajar a distancia tiene una persona, más probabilidad de contagiarse, y pagar caro las consecuencias sanitarias, sociales y económicas del coronavirus.
Pasa exactamente lo mismo con otra emergencia, hoy en segundo plano, pero cuya ola presente y futura supera con creces la pandemia actual: la emergencia climática. Quién más ya está sufriendo los efectos devastadores del cambio climático son las personas y colectivos más desfavorecidos o más vulnerables (que representan cada vez una mayor proporción de la población, incluidas las clases medias). Tanto las y los migrantes climáticos en África o Asia, las y los desplazados por los megaincendios de Australia y California como todas aquellas personas afectadas por las DANAS o sequías en España. Nadie se libra del cambio climático pero a unos les afectará más o menos que a otros; dependiendo de dónde hayan nacido, claro. No es lo mismo Vallecas que Chamberí. África que Europa. Hoy, para importantes franjas de población, es un lujo poder llegar a fin de mes y, al mismo tiempo, evitar el fin del mundo.
Para que nadie tenga que escoger entre fin del mes y fin del mundo, es necesario cambiar de rumbo, para acelerar y profundizar en la transición ecológica y justa. Para ello, en los próximos meses, tenemos tres herramientas fundamentales y prioritarias: la Ley de Cambio Climático, los Presupuestos Generales del Estado y los Fondos Europeos de Recuperación.
Primero, hagamos de la Ley de Cambio Climático, o mejor dicho la «ley de emergencia climática», una piedra angular de esta transición ecológica y justa. Por desgracia, al llevar al Gobierno español ante los Tribunales por inacción climática, Greenpeace, Oxfam y Ecologistas en Acción nos han recordado, de forma valiente y con total crudeza, que con las previsiones climáticas gubernamentales, no llegaremos a tiempo. Para no poner en peligro la dignidad y, hablemos claro, la vida de millones de personas, es hora de escuchar a la ciencia, tal y como hicimos para la emergencia sanitaria. Alineemos nuestros objetivos climáticos en base a la ciencia, para que en 2030 hayamos reducido, al menos, un 55% nuestras emisiones de CO2. Es una cuestión de bienestar, salud pública y vida digna para las mayorías.
Luego, apostemos por unos presupuestos verdes y justos. Dejemos de hablar del quién para centrarnos en lo que realmente importe: el qué. ¿Qué contenido y qué propuestas para impulsar el cambio ecosocial tan necesario y urgente? De los presupuestos depende dejar de invertir en los sectores insostenibles (y por tanto, creadores de injusticias sociales) y orientar toda la inversión del Estado hacia la sostenibilidad y la justicia social. Menos dinero para las energías sucias y más para las energías limpias, menos para el avión y más para el tren, menos para el coche y más para la bici, menos para la agroindustria y más para la agroecología, menos para el turismo de masas y más para el turismo de calidad, menos para el hormigón y más para la rehabilitación, menos para los que contaminan y más para los que cuidan, menos para los ultrarricos y más para los más vulnerables. Es decir, menos para el mundo de ayer y más para el mundo de mañana.
Por último, preparemos desde España propuestas y proyectos potentes para el Fondo Europeo de Recuperación. El 30% de dichos fondos tendrán que ir de forma obligatoria a la lucha climática. Dejemos atrás estos años de fiebre crecentista en los que los fondos europeos regaban de dinero y sin control infraestructuras insostenibles e inútiles como autopistas sin coches, aeropuertos sin aviones y AVEs sin pasajeros. Como defendió EQUO en la Comisión de Reconstrucción Social y Económica, hagamos de la agenda verde el eje del día después de la pandemia. Con estos fondos, vamos a (re)construir las dos próximas décadas de nuestro país y continente, ya no hay derecho a equivocarse.
Ésta es nuestra última oportunidad para cambiar de rumbo hacia una senda a la vez ecológica y justa. No la perdamos. Hagamos que llegar a fin del mes y evitar el fin del mundo sean dos caras de la misma lucha.
Explicáis muy bien justamente una de las razones mas importantes que hay que explican la falta de protagonismo y dinamismo social. Es muy evidente con las situaciones de pobreza y precariedad, aunque en general todo el mundo anda muy ocupado. Que las interacciones estén tan mediatizadas por las diferentes exigencias vitales (carencias intolerables en muchos casos, pero también urgencias inherentes a los modelos productivos y de consumo que nos colonizan), hacen que perdamos todo tipo de capacidades individuales y sociales (estrechamente ligadas), como las inteligencias de cualquier tipo (emocionales, cognitivas, comunicarivas, cooperativas…). El estrés vital nos vuelve literalmente tontos, incompetentes y egoistas.