Artículo de nuestro compañero Fernando Prats publicado en Agenda Pública de El País.
El coronavirus ha supuesto, sin duda, un monumental shock existencial porque, además del sufrimiento por la muerte de miles de personas, nos hemos sentido de repente dramáticamente vulnerables, conmovidos por la inmensa generosidad de colectivos escasamente reconocidos por la sociedad, solidarios con los más mayores, sorprendidos por nuestra capacidad de cambiar voluntariamente nuestros hábitos y, ahora, asustados ante la incertidumbre de una probable crisis socieconómica de alcance desconocido. En pocos días, las expectativas de una existencia aparentemente segura y feliz se han desmoronado y, más allá de visibilizar la vida precaria de muchas familias, emergen otros valores existenciales que no coinciden con los que han orientado nuestras vidas. Por un instante, hemos recuperado la lucidez y hemos visto al rey desnudo.
Por eso, ahora que empezamos a ver la luz al final del túnel, conviene no perder la perspectiva. La crisis de la Covid-19 es la más urgente, pero no la única ni la mayor amenaza a la que se enfrenta la humanidad; porque, más allá de un mundo crecientemente injusto, estamos inmersos en otras crisis globales que, como las del cambio climático o la biodiversidad, ponen en cuestión de forma irreversible la vida en tiempos humanos. Ya no se trata de profecías distópicas, sino de procesos globales propios del Antropoceno, bien informadas por el mundo científico y capaces de enfrentarnos a los escenarios más dramáticos. La pandemia del coronavirus no constituye un hecho aislado, sino un evento excepcional en el seno de un cambio civilizatorio forjado por crisis globales interrelacionadas.
Y, como en el caso de la Covid-19, también hemos sido advertidos reiteradamente por el mundo científico sobre la dimensión sistémica de estas crisis: desde el informe del Club de Roma que, en 1972, ya adelantaba las tendencias al colapso si no se afrontaban transformaciones de fondo hasta la reciente carta de 11.000 científicos de 153 países insistiendo en la necesidad de abordar cambios sin precedentes para evitar escenarios dramáticos. Y tampoco estamos haciendo lo suficiente ante tales advertencias.
Sin embargo, las noticias que nos llegan sobre iniciativas billonarias inmediatas parecen olvidar el carácter multi-crisis al que nos enfrentamos. En Estados Unidos, la Agencia de Protección Medioambiental ya ha decidido relajar, con carácter indefinido, los controles a las empresas. China también va a revisar las medidas medioambientales para reactivar su economía. Y en la Unión Europea se preparan programas extraordinarios para relanzar la inversión y el empleo, en los que las referencias al cambio climático o la biodiversidad parecen perder fuerza. La idea del ‘Plan Marshall’ sube mientras bajan las referencias al ‘Green New Deal’.
Si esa posición de volver a la normalidad es la que van a seguir los principales contaminadores del mundo, puede decirse que estaríamos cometiendo un error catastrófico sin retorno, pues supondría inyectar una nueva oleada de emisiones de carbono y de alteraciones naturales que aumentarían, aún más, la desestabilización existencial en el planeta.
Necesitamos superar la obcecación por volver a las lógicas basadas en la acumulación ilimitada de capital y el consumo indiscriminado que nos han traído hasta aquí, para empezar a reconstruir una realidad centrada en la posibilidad de vivir decentemente y de forma compatible con los límites de la biosfera y del planeta. Hay que trabajar en torno a la idea de un gran pacto social y verde de amplia confluencia que articule un plan de choque para superar el drama provocado por la paralización de la economía (la Organización Internacional del Trabajo apunta a más de 200 millones de nuevos parados en el mundo antes del verano), con la reconstrucción de una economía justa y globalmente sostenible. Algunos referentes al respecto:
- Información, información y más información que, basada en la mejor Ciencia disponible, explique masivamente a la ciudadanía la necesidad de hacer frente a las crecientes amenazas que penden sobre la vida tal y como la conocemos.
- Definir los principios –la preservación de una vida justa–, las estrategias y los grandes objetivos para los próximos 20 años, entre los que habría que contemplar el cambio de modelo energético (emisiones cero), la recuperación de los principales ecosistemas clave (bosques, suelo, agua y aire), la producción ecológica de alimentos y la construcción general de resiliencia frente a futuras crisis globales y regionales.
- Reclamar los mejores liderazgos democráticos compartidos, la creación de redes de cooperación, desde los ámbitos globales a los locales, y la declaración de estados de emergencia que permitan, democráticamente, articular las capacidades públicas, privadas y comunitarias.
- Reorientación de una economía que ha de inscribirse en los límites del planeta, dotarse de una fiscalidad que financie los cambios necesarios y corrija las desigualdades, así como orientarse hacia la producción sostenible de bienes y servicios necesarios para una vida sobria, digna y justa.
- Transición desde una globalización indiscriminada hacia la constitución de redes de cooperación bio-regional basadas en relaciones sostenibles entre los ámbitos urbanos, rurales y naturales en economías (y sistemas alimentarios) resilientes de proximidad.
- Incorporación activa de la ciudadanía y despliegue de toda su capacidad para impulsar valores e iniciativas comunes, feministas y en pos de una vida satisfactoria y solidaria para todas las personas, independientemente de su procedencia.
La pandemia de la Covid-19 ha creado una ventana de lucidez que ha puesto en cuestión la idea de que no hay otra (ni mejor) opción que la de volver lo antes posible a la anterior normalidad. Al contrario: ésta es una oportunidad, tal vez la última, para recrear nuevos patrones de existencia saludables e integrados con el resto de los sistemas vivos del planeta. Seamos lúcidos y evitemos errores de los que podríamos arrepentirnos el resto de nuestras vidas.