Articulo publicado por nuestro compañero Kois en EL DIARIO.
El incuestionable deterioro de los ecosistemas naturales por un lado, así como la sorpresiva entrada en escena de unos desafiantes movimientos sociales (Extinction/Rebellion, huelgas climáticas…), están situando de forma irreversible las cuestiones ambientales en la esfera pública y en la agenda política. Las hasta ahora simbólicas declaraciones de emergencia climática anunciadas por diversos países o por el mismo Vaticano serían su mejor constatación.
Esta efervescencia ecologista ha dotado de vigencia y de visibilidad al Green New Deal, una propuesta que apela a la reactualización del paquete de políticas más progresistas de la historia de EEUU, implementadas para salir de la crisis de los años treinta. Esta vez articuladas en torno a ambiciosas políticas públicas de transición energética y ecologización de la economía, Hector Tejero y Emilio Santiago avivan este debate en nuestra geografía con la publicación de ¿Qué hacer en caso de incendio’ Manifiesto a favor del Green New Deal, editado por Capitán Swing. Un libro que traduce a nuestro contexto estas discusiones, presentando la gravedad y complejidad de la crisis ecosocial, sin ahorrar dramatismo pero huyendo del catastrofismo paralizante; de forma que se desvelan las potencialidades del ecologismo para vertebrar un nuevo contrato social, empujar desafiantes políticas redistributivas y fortalecer la democracia.
Articulada en torno a una serie de sectores estratégicos como la transición energética y la descarbonización de la economía, la reconstrucción de sistemas alimentarios inspirados en principios agroecológicos, la reordenación de la movilidad y el transporte, la renaturalización y los procesos de resalvajización, los cuidados y la reproducción social, así como las necesaria reorganización del sistema educativo o del sistema fiscal. Una constelación de medidas que abordadas de forma coherente, coordinada y decidida se postularían como las bases desde las que empezar a hacer políticamente posible lo que es científicamente razonable y económicamente implanteable.
Cuando nos dicen que no pensemos en un elefante blanco, solo se vienen a nuestra imaginación animales de enormes trompas y orejas. Lakoff explicó con esta metáfora la necesidad de imponer los marcos de discusión para llegar a las mayorías sociales, dejar de responder y empezar a elaborar las preguntas. El reto que nos plantean los autores es hacer del Green New Deal un elefante verde, que tenga la capacidad de construir un nuevo sentido común entre la ciudadanía. Una apuesta desde la que construir un relato fácilmente comunicable sobre la transición ecológica, ofreciendo un marco interpretativo de la realidad, desde el que consolidar la legitimidad suficiente como para intervenir con garantías de éxito sobre ella.
Un texto fresco y ágil, que persigue motivar e ilusionar ofreciendo una estrategia que nos permita localizar los extintores y socializar los planos de evacuación. Un proceso donde se reconoce la necesidad de una doble agenda, donde tienen cabida el enorme protagonismo que deben jugar tanto los movimientos sociales, como las experiencias que anticipan y prefiguran los rasgos que deberían tener sociedades alternativas (ciudades en transición, agroecología, economía solidaria…); pero que también asume la centralidad que deben tener las políticas públicas a la hora de coordinar actores, movilizar recursos, aunar legitimidades, imponer regulaciones en un contexto de emergencia y especialmente mantener la noción de universalidad en la satisfacción de derechos.
Tejero y Muiño plantean un avance que como las mareas tendrá oleadas y reflujos, no será plenamente coherente, ni será un plan que pueda aplicarse de forma mecánica y cuyos resultados sean netmente predecibles. El Green New Deal, al igual que otras iniciativas como el Horizonte Verde de Podemos o la Transición Ecológica del PSOE, se presenta como una herramienta para disputar la hegemonía cultural y empezar a definir una estrategia que ponga al servicio de la ciudadanía la inaplazable reorganización de la economía. Una propuesta que se ha convertido en un elemento de reflexión a nivel global en el seno del ecologismo, del que por ejemplo dan cuenta las discusiones entre Decrecimiento y Green New Deal recogidas en la New Left Review. Un debate que no elude cuestiones críticas sobre las implicaciones de una estrategia de descarbonización acelerada: las contradicciones que puede implicar la necesidad de aumentar de forma sensible las emisiones en el corto plazo para hacer la transición energética, así como una intensificación de dinámicas extractivistas en el Sur Global, especialmente las asociadas a la minería; las correlaciones de fuerzas, el contexto sociocultural o los margenes temporales de maniobra y sus condiciones de viabilidad.
Un síntoma interesante del alcance de estas propuestas es que han comenzado a trascender las filas el ecologismo, incluso hay quienes enfatizan las dimensiones socialmente vertebradoras y redistributivas del Green New Deal, minimizando las urgencias ambientales y reduciéndolo a un ejercicio de nuevo progresismo. La ecología concebida como peaje para abordar lo verdaderamente importante que son las cuestiones sociales, sin entender que vamos hacia contextos en las que estas dos cuestiones son cada vez más indisociables.
Haciendo balance de lo que fueron los movimientos sociales emancipadores de los años sesenta y setenta, Daniel Cohn Bendit llegaba a una conclusión interesante, para que haya reformistas de éxito es necesario que haya revolucionarios frustrados. Una relación de complicidad y fricción que bien entendida que apunta hacia la forma virtuosa de interacción entre movimientos sociales e instituciones. Lo esencial es saber que sin el empuje de los movimientos sociales no habrá nada parecido al Green New Deal, y de haberlo, ninguno podrá contener el conjunto de las demandas y aspiraciones de estos, que siempre deberán apuntar más allá. Toda política pública sera una apuesta por solucionar problemas, pero cuyas soluciones no estarán exentas de problematización. Asumir esto ahorra frustraciones y permite buscar las potencialidades que encierra esta propuesta, que no es otra que desplazar los consensos sociales hacia situaciones más favorables.
Además si nos orientamos por la propuesta teórica de políticas públicas para la transición ecososcial que esbozan Tejero y Muiño, sería de las más afines que podemos imaginar quienes llevamos años implicados en estas cuestiones. Así que por desgracia no resultará la más probable. Uno de los riesgos que más me preocupan, y que en el libro se encuentran más desdibujados, sería la posibilidad de que ante la emergencia y la urgencia asistamos a un liderazgo corporativo y tecnocrático de las propuestas articuladas en torno al Green New Deal. No se trata de negar el papel y la implicación que debe jugar el sector privado en este proceso, sino de definir quien dirige, determina y orienta las políticas; que imaginarios se movilizan y en que medida se conjuran los riesgos de perversión al impulsar un imposible crecimiento verde.
En los futuros contextos hostiles las corporaciones van a revindicarse: «¿quién tiene la experiencia, la capacidad de movilizar recursos, el músculo financiero y el poder para realmente provocar cambios?». Las petroleras desembarcando en las eléctricas, los fondos buitre acechando a las huertas solares, las corporaciones impulsando megaplantas fotovoltaicas que vana dificultar un despliegue descentralizado y distribuido de las energías renovables, la alimentación ecológica en grandes cadenas de supermercados con China convertida en mayor productor mundial. La crisis ecosocial es un ecosistema muy favorable para la reinvención del capitalismo del desastre que analizó Naomi Klein, de forma que los poderes económicos y financieros diseñen estrategias para aprovechar las catástrofes para profundizar en sus estrategias de mercantilización, privatización, desplazamientos forzosos, socialización de las pérdidas y erosión de los derechos ciudadanos.
En definitiva si el Green New Deal se presenta como un estratégico «movimiento de apertura» en una partida de ajedrez, conviene aspirar a que inaugure un duelo similar al sostenido por Karpov y Kasparov. Una larga disputa liderada inicialmente por Karpov, que tras cuarenta y ocho partidas ganaba 5-3, acumulando otras cuarenta en tablas. Tras seis meses de juego la final mundial se suspendió polémicamente sin vencedor y hubo que redefinir las reglas para que no se eternizara, concretándose en un campeonato al mejor de venticuatro partidas. Finalmente Kasparov ganó y se convirtió en el campeón mundial de ajedrez más joven de la historia.
Así que nos espera una agotadora lucha contra poderosos rivales, habrá que cambiar las reglas del juego y solamente así habrá tímidas esperanzas para ganar la partida, es decir, para pilotar transiciones ecosociales justas y ordenadas.
Los argumentos que se esgrimen en este artículo son simplemente estratégicos de tipo emocional. Que el argumento de partida sea que se presenta «la gravedad y complejidad de la crisis ecosocial, sin ahorrar dramatismo pero huyendo del catastrofismo paralizante» es un mero juicio de valor que no atiende a la realidad física y biológica. Igual que puede ser preferible para algunos ahorrar al moribundo la certeza de su situación, algunos preferimos afrontar la realidad que nos toca experimentar, sin que la actitud haya de ser automáticamente paralizante (no deja de ser un paternalismo elitista). Lo que importa es valorar la situación de forma realista a nivel ambiental y de crisis de recursos (y si la catástrofe es inevitable como dicen los más rigurosos informes científicos o solo se puede mitigar algo, pues es lo que hay). Solo es posible mitigar la situación (tal vez) con un cambio de civilización, solo comparable al de la revolución neolítica, y creo que no conviene ocultarlo. Incidir en el paradigma del progreso-crecimiento, va en contra de esta necesidad urgente (puede ser que el moribundo aún tenga esperanza y no sea todavía necesario engañarle antes de que empeiece a sufrir en su cuerpo los efectos dolorosos y catastróficos de su enfermedad terminal). El Green New Deal no es más que un gran montaje global de engaño, trataando a toda costa de no abandonar el paradigma del progrerso como única forma de asegurar el bienestar (cierto tipo de bienestar y para algunos, que nunca fue para todos, ni para la mayoría), de en el mejor de los casos tratar de concienciar y hacer razonable a la gente (que básicamente supone favorecer ciertas organizaciones políticas como más amables e inteligentes), respetando las creencias establecidas y que sostienen al sistema extractivista, que se apoyan en una realidad de explotación de recursos a todos los niveles: geológicos, biológicos y humanos, y que dan por supuesto una disponibilidad ilimitada de recursos (que supondría una extracción acelerada exponencial de los mismos), e incluye un crecimiento de población (siempre unido al crecimiento económico), y nuevas formas de explotación de las personas (nunca estuvieron separadas la explotación de recursos y personas). Todo se basa en una creencia que es físicamente insostenible. De ninguna manera el Green New Deal va a favorecer el bienestar de las personas ni el respeto al medio ambiente, porque todo progreso se apoya irremediablemente en una mayor capacidad extractiva y de explotación biológica y humana, inserto en una sociedad necesariamente jerarquizada, que pasa por la explotación de cada persona de su cuerpo natural. No, lo ecológico no es una excusa para afrontar lo que importa, que es la crisis social. Todo está íntimamente imbricado y articulado, y decir otra cosa es oportunismo, bienintencionado, no dudo que sea bienintencionado, pero solo se basa en la fe y no en la realidad, ni en los datos, ni en al experiencia histórica. Tras el anterior Deal hubo una guerra, la peor, (no había para todos los acaparadores de recursos), y solo la catástrofe pudo lograr una cierta redistribución (cierto freno a la dinámica intrínseca del capitalismo), redoblando la fe en el progreso, y acelerando dinámicas globalizadoras y tecnológicas que permitieron aumentar la extracción los recursos (que ya llegan a sus límite de agotamiento), la población (exponencialmente) y desplazar la carencia, la esclavitud y las guerras a la periferia (que ahora, una vez llegado al límite vuelven hacia las poblaciones que vivieron el milagro económico de la posguerra). Uno podría realmente ir esperando a que la conciencia de la gente, la existencia real de un nosotros que privilegiara los objetivos colectivos que incluyan a la biosfera y a la tierra como sus iguales codependientes) se instale (y de paso aceptar los daños colaterales que siempre soportan otros), pero la realidad es que es imprescindible poner sobre la mesa el cambio civilzatorio, y ver si somos capaces (dudoso porque no hay ni de lejos ningún «somos», pues las dinámicas globalizadoras, disgregadoras y explotadoras desde el neolitico lo han provocado y puede ser que como especie no podamos actuar colectivamente y solidariamente con grupos de más de 150 personas) de afrontar la situación, en dinámicas colaborativas y de coordinación que para que sean óptimas exigen igualdad y respeto completo al otro, a todo otro, (incluyendo a la otredad natural). Tal vez sea necesaria la catástrofe, para siempre que sobrevivan los seres humanos, afrontar lo que es inevitable de forma colectiva y si es que incluso entonces podemos aprender algo. Pero creencias bienintencionadas sobre transformaciones imposibles que favorecen en último término la continuidad de la explotación a todos los niveles para lograr un supuesto bienestar para todos, incluyendo la salud de la biosfera y los recursos terrestres no implícitamente, sino en la afirmación de la ignorancia con la que no se quiere uno confrontar como la Iglesia con los movimientos de planetas de Galileo). Pero que sea el camino es falso, pues no es el camino y habría que argumentarlo, pero es un relato que no se basa en nada transformador. No valen supuestas medias tintas (supuestas porque no son ni medias, no es ninguna transición suave, no es cierto, tal vez algún cuidado paliativo, que a veces, si acaso, aceleran la muerte. Si decidimos que el fin es inevitable pues seamos sinceros y comamos palomitas hasta que se nos venga encima la catástrofe