Artículo publicado en El País por nuestro compañero del Foro Transiciones Florent Marcellesi sobre las potencialidades de la cumbre del clima de Marrakech (COP 22) como oportunidad de cambiar el modelo económico.
La semana pasada entraba en vigor el Acuerdo climático de París en un tiempo récord. Aunque muy insuficiente en muchos aspectos, este acuerdo global es una oportunidad para transformar nuestro modelo económico que no podemos subestimar.
Como si se tratara de una pieza de dominó, el Acuerdo de París ha puesto en marcha una transición imparable. El Acuerdo de Kigali sobre la eliminación progresiva de los gases HFC, poderosamente nocivos para el clima, ha sucedido a iniciativas ciudadanas por todo el mundo. Todas muestran cómo puede combatirse el cambio climático al mismo tiempo que se crean cientos de miles de empleos, se estimula la economía y se refuerza nuestra independencia energética de países en conflicto o de regímenes autoritarios. Ciudades, universidades, grandes grupos empresariales, fondos como el Rockefeller Brothers Fund y compañías aseguradoras como AXA han empezado a desinvertir de fondos vinculados a combustibles fósiles. No lo hacen porque se les haya despertado espontáneamente una conciencia ecologista, sino porque han visto que la transformación de nuestras sociedades para hacer frente al cambio climático es inevitable y que lo económicamente inteligente es adecuarse a este horizonte lo antes posible.
La pregunta ya no es si el cambio climático es una amenaza real. La cuestión es ahora qué debemos hacer para enfrentarlo definitivamente
Evidentemente, nos vamos a encontrar obstáculos y resistencias, como puede ser el nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que durante la campaña se pronunció en contra del Acuerdo de París. Pese a sus proclamas, Estados Unidos no podrá retirarse del Acuerdo de París en los próximos cuatro años. Tampoco nos lo van a poner fácil las grandes corporaciones energéticas, cuyos beneficios privados e intereses comerciales dependen de un sistema fósil agotado. Pero a estos negacionistas climáticos, hace un año en París, les metimos un gol por toda la escuadra y les ganamos la batalla cultural y el relato. La pregunta dejó de ser si el cambio climático es una amenaza real. La pregunta es ahora qué debemos hacer para enfrentarlo definitivamente. Y en este camino, la alternativa debe ser creíble y en positivo.
Por tanto, en Marrakech, donde ha arrancado esta semana la 22ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (llamada COP22), está encima de la mesa el reto de pasar de las palabras a la acción. Tenemos que convertir en realidad la visión que se esbozó en París el año pasado: mantener el aumento de temperatura mundial por debajo de los 2°C y llevar a cabo esfuerzos para limitarlo a 1,5°C.
Para ello, lo primero es asegurar que 2018 sea el año en que todos los países aumenten la ambición de sus compromisos para combatir el cambio climático que a día de hoy no están en línea con lo acordado en París. Hacerlo en 2018 permitiría a los gobiernos tener en cuenta los resultados que presentará en ese momento el informe especial del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas sobre el objetivo de limitar el aumento de temperatura mundial a 1,5°C: hacerlo después sería hacerlo demasiado tarde. En segundo lugar, es fundamental concretar, con una hoja de ruta definida, cómo van a cumplir los países llamados “desarrollados” con su compromiso de movilizar 100.000 millones de dólares al año antes de 2020 para respaldar los esfuerzos de los países llamados en vías de desarrollo contra el cambio climático.
Pese a sus proclamas, Estados Unidos no podrá retirarse del Acuerdo de París en los próximos cuatro años
Esta hoja de ruta, cuyo primer borrador se ha presentado hace unas pocas semanas, es clave para asegurar predictibilidad en la financiación de la que disponen estos países, para permitirles proyectar bien sus planes de acción y para movilizar de esta manera también recursos nacionales. En tercer lugar, es el momento de abordar las demandas de los países más vulnerables (principalmente insulares) sobre la mejor manera de recibir apoyo de la comunidad internacional para afrontar los impactos irreversibles (llamados, en el lenguaje de la convención, “pérdidas y daños”) que el cambio climático ya está teniendo en sus países.
La COP22 es por tanto el primer peldaño para hacer concreto lo que en París solo podía imaginarse. Es la oportunidad de ponernos manos a la obra y de garantizar que la ambición, el compromiso, los tiempos y los recursos que estamos asignando a esta tarea están a la altura de los retos que tenemos por delante. Como dice Naomi Klein, el cambio climático es también una oportunidad para cambiar el sistema en su conjunto. Combatir el cambio climático pasa inevitablemente por la transformación de nuestro sistema económico, de producción y de consumo.
La transición en la que estamos hacia un mundo más justo, más seguro y más limpio es imparable. Dependerá de nuestra capacidad de presión y movilización en las calles y en las instituciones para que llegue de la forma más rápida, planificada y pacífica posible. Manos a la obra.