Teresa Ribera. Ex secretaria de Estado de Cambio Climático y miembro del PSOE.
Samuel Sosa. Responsable del Área de Internacional de Ecologistas en Acción.
El planteamiento de esta sesión era realizar una evaluación de la COP 21 con dos personas que estuvieron allí y que tienen puntos de vista diferenciados y complementarios. Una manera de valorar críticamente los avances y vacíos que supone el acuerdo final.
Arranco la sesión Teresa Ribera, lamentando las cosas que se tenían que haber hecho con antelación a la propia COP 21, como activar un proceso sociopolítico de alto alcance ante un problema inevitable en términos biofísicos, culturales, económicos, demográficos… . Remarcando la urgencia y la necesidad de acelerar los cambios mediante un proceso de concertación global que contemplara las responsabilidades compartidas pero diferenciadas.
La COP estuvo marcada inicialmente por la vivencia creciente de señales físicas de las alteraciones climáticas y la evidencia de que no se puede falsear la realidad, unas negociaciones previas que se mostraron más tácticas que sobre el fondo del problema, así como timidas medidas en los mercados financieros (riesgos de reducción de retornos en inversiones en combustibles fósiles, desinversiones, demandas de transparencia…), una creciente presión de la opinión pública… . Todos estos factores han reintroducido el tema en la agenda global y han forzado la necesidad de un acuerdo, que tiene una serie de puntos clave.
– No es un tratado internacional perfecto pero tiene un buen visión de conjunto de la compljidad del problema. Marca esfuerzos nacionales , introduce mecanismos de sostenibilidad financieera y de solidaridad internacional, indicadores de seguimiento y se basa en la demanda de coherencia y la presión interna de la sociedad civil de cada país.
– Asume que deben cambiarse las bases materiales del modelo de desarrollo de nuestras sociedades, pasando de una visión ingenieril a la convicción de que es un tema central
– Cambios interesantes pero no suficientes de cara al objetivo común, al buscar la compatibilidad con los intereses de los distintos Estados. Los países han sido prudentes pero pueden revisar sus esfuerzos siempre al alza.
– Mecanismos de transparencia y rendición de cuentas. Más que sanciones dilatadas en el tiempo se busca la coherencia y compatibilidad con otras políticas. Da relevancia a otros actores como las ciudades o las regiones y no solo a los Estados.
Lo han suscrito 189 países, se introduce el límite de los 1,5 grados como máximo de referencia y un sistema dinámico de evolución. Introduce el tema en la agenda oficial y permite la presión local a cada Estado. En nuestro caso no estaría mal preguntarse ¿donde está invertida la hucha de las pensiones?, ¿Vulnerabilidad de la economía española ante el cambio climático?
Posteriormente intervión Samuel Sosa con una mirada más crítica y menos esperanzada en el proceso que abre la COP21. Arrancó recordando como las fechas de celebración de la COP coincidieron con las mayores inundaciones en 100 años en una región de la India. Y planteaba como los niveles de riesgos asumidos suponen un 33% de posibilidades de irnos por encima de los 2 grados. ¿Si fuésemos en un avión aceptaríamos unos riesgos de catástrofe similares?.
El problema que plantean los números es que deberían de quedarse en el subsuelo ⅓ del petróleo encontrado y la mitad del gas para lograr las reducciones del 95% netas exigidas para 2050. Esto supone un ritmo de reducción enorme. Además medirlo en CO2 supone una medida intangible que facilita el diferenciarlo de nuestras prácticas cotidianas.
COP21 sería un buen punto de partida por los consensos generales que provoca (recupera el objetivo de 1,5 grados, mantiene las responsabilidades compartidas pero diferenciadas, transparencia y financia las transiciones de los países empobrecidos -aunque sea a partir de mecanismos de monetarización-).
Las pegas al acuerdo serían que no se culpa a los combustibles fósiles (no aparece dicha palabra en todo el acuerdo) y se mantienen los subsidios públicos hacia estas industrias. La dimensión vinculante del acuerdo es muy laxa (deberán, procurarán…), no hay sanciones ante incumplimientos (frente a la claridad con la que se expresan en los tratados comerciales). La ausencia de la aviación y el comercio internacional marítimo en el acuerdo. La urgencia de empezar la senda de transiciones se queda sin fecha de implementación clara. Los objetivos se vuelven retóricamente menos claros, de la descarbonización se llega a la neutralidad climática, mediante balances netos que permiten la compra venta de emisiones. Este mecanismo deja abierto el peligro de falsas soluciones como las técnicas de captura y almacenamiento de CO2 o la geoingenieria.
Durante el debate se veía claro que las potencialidades del acuerdo quedaban en manos de los movimientos sociales y políticos, de cómo lo manejen y de su uso como relato para conseguir dinámicas más ambiciosas. Se ha pasado de cuestionar la existencia del problema a disputar la agenda política que debemos activar. Necesitamos encarnar en cosas vivenciales el cambio climático, acercarlo a la vida cotidiana de la gente y ligarlo a las preocupaciones que están en sus imaginarios (demandas de igualdad y democracia…).