Apuntes de nustro compañero Jorge Riechmann en el blog de la UAM.
En lo que llevamos de siglo XXI, la crisis climática –deberíamos más bien hablar de tragedia climática– sigue una consistente pauta de “peor de lo esperado”, como viene analizando por ejemplo Ferran Puig Vilar.
El pasado 18 de mayo de 2022 se hizo público el informe de la OMM (Organización Meteorológica Mundial) The State of the Global Climate 2021, recopilando evidencias científicas de las que deberían helarnos la sangre (si estuviésemos prestando atención). La OMM destaca que en 2021 marcaron su nivel más alto cuatro indicadores de la crisis climática: la concentración atmosférica de gases de efecto invernadero, la subida del nivel del mar, el calor acumulado en mares y océanos y la acidificación de estos últimos.
El fenómeno de la acidificación, al que nuestra sociedad presta quizá aún menos atención que a los otros tres, está preñado de consecuencias fatales. Los océanos absorben el 23% de las emisiones antropogénicas anuales de CO2 que primero se acumulan en la atmósfera. El dióxido de carbono reacciona con el agua marina y provoca la acidificación de los océanos, que amenaza a los organismos y la vida en los mares. Se cree que alguna de las megaextinciones en el pasado de la Tierra fue causada por la acidificación, que indujo el colapso de los ecosistemas marinos.
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