Texto de nuestro compañero Florent Marcellesi publicado en EL CONFIDENCIAL
La invasión de Ucrania es sin duda el fruto de la imperialista y neozarista visión de Vladímir Putin. Por desgracia, el presidente ruso no ha vacilado un instante en saltarse el derecho internacional para conquistar de forma brutal e ilegal Ucrania, un país soberano, democrático y europeo. Y lo ha hecho porque puede.
Y su poder no reside solo en su abundante maquinaria bélica, cuyos efectos letales estamos viendo en Ucrania y su población civil, o en su peligroso arsenal nuclear. Reside también en la dependencia energética de Europa de los combustibles fósiles rusos: el 41% del gas europeo proviene de Rusia y un nada despreciable 27% de su petróleo.
En los últimos años, y a pesar de las advertencias, Europa ha arrastrado los pies en lugar de avanzar de forma más contundente en la transición energética. De hecho, un (mal) ejemplo de ello es que, desde hace unas semanas, la Comisión Europea defiende que el gas fósil es una energía verde. Este ‘greenwashing’ de libro se ha convertido en un insulto a la inteligencia ante la realidad geopolítica y energética desatada por la agresión rusa. Y el Gobierno de coalición español tampoco ha hecho los deberes, aprobando una ley climática descafeinada y nacida vieja ante los desafíos actuales.
Ahora bien, es el momento de reaccionar ante el cambio de guion impuesto por Putin. En este sentido, los Verdes Europeos apoyamos las sanciones a Rusia por parte de la Unión Europea, que por fin despierta como potencia geopolítica. Y acogemos con beneplácito la acción decisiva del Gobierno alemán para congelar el proyecto de gas Nord Stream 2 y el papel fundamental que desempeñaron los Verdes alemanes en esta decisión.
Más allá de estos primeros pasos, es más urgente que nunca que la Unión Europea se convierta en energéticamente independiente de las energías sucias. Hay que priorizar la descarbonización de la economía, como cuestión central para garantizar nuestra seguridad, nuestros derechos y nuestra libertad.
Además, esta necesidad de descarbonización está avalada por el último informe del Panel Internacional sobre Cambio Climático (IPCC). Los expertos advierten: las consecuencias de la inacción climática serán terribles para la salud y la vida humana, especialmente en el sur de Europa y en España, si no pisamos el acelerador ya.
Y en este camino hacia la descarbonización de la economía no cabe dejarse seducir por los cantos de sirena de la energía nuclear. Primero, porque es un peligro para la seguridad. Recordemos Chernóbil, hoy en manos rusas, o veamos cómo las centrales nucleares ucranianas se están convirtiendo en objetivos militares del Ejército ruso. La energía nuclear en contexto de guerra es como regalar en un bosque cerillas gratis y a discreción a pirómanos. Y segundo, porque la nuclear no nos aporta ninguna independencia energética. ¡Si más de la mitad del uranio que importa España proviene de Rusia! La verdadera soberanía energética pasa por los recursos autóctonos como el sol, el viento o el mar, y el ahorro energético. Frente a la guerra del gas y al peligro nuclear, las energías limpias riman hoy con paz y libertad.
Así las cosas, por razones geopolíticas y climáticas, solo existe una alternativa viable y segura para nuestro país y continente: la transición ecológica. La buena noticia es que España está en disposición de liderar esta transición. No solo por su potencial en energías limpias y por la llegada de los fondos europeos de recuperación, sino porque su dependencia del gas ruso es menor y puede tomar la iniciativa sin temor a que Putin le cierre el grifo.
Ante una disyuntiva sin precedentes, no caben medias tintas. O aumentamos la ambición climática y aceleramos la transición ecológica para lograr la independencia energética española y europea, como venimos reclamando Verdes Equo y los Verdes Europeos, o tendremos que elegir entre gas o paz.