Artículo de nuestro compañero Antonio Serrano en la Revista Sistema
Como señalábamos en el primer artículo de esta serie, dentro de la complicada, frágil e inestable dinámica que registra el planeta y sus habitantes, destaca una supuesta “revolución energética” no exenta de problemas ni de contradicciones. Que, sin embargo, no parecen afectar a unos Escenarios de futuro definidos por los principales organismos mundiales –Naciones Unidas, FMI, OCDE o UE- de un gran optimismo respecto a la posibilidad de conjurar el aumento del calentamiento global y lograr la recuperación económica, transición ecológica y revolución científico técnica y digital con transformaciones radicales en el campo de la energía.
Ya señalábamos en dicho artículo que la propia Naciones Unidas mostraba “señales alentadoras de que la energía se está volviendo más sostenible y más disponible”, aunque son muchos más los “peros” que los “logros reales” en esa transformación; empezando por el hecho de que los distintos Escenarios energéticos previsibles muestran la imposibilidad de limitar el calentamiento global medio del planeta a cifras que no sean catastróficas para una gran parte de la población.
En todo caso, una de las cuestiones principales a plantear es la de a qué se debe la que en el artículo anterior denominábamos “revolución energética”.
Obviamente, los costes de producción y las políticas de oferta a las que nos referíamos en el mismo tienen una importancia fundamental para definir lo “viable y sostenible” y lo que termina hundiendo empresas -e incluso multinacionales- de la energía si los precios hacen inviable los beneficios en las mismas. Pero también veíamos que esos precios tenían un muy elevado grado de manipulación, tanto geoestratégica como especulativa en los mercados de futuro. Y que la lucha por evitar la devaluación y pérdida patrimonial que implica la disponibilidad multimillonaria de recursos en energías fósiles es otro factor no despreciable en la consideración de los Escenarios energéticos potenciales ya para 2030.
Pero, junto a estos factores, también es evidente que la “revolución energética” tiene una dimensión político-ambiental, ligada a la conciencia mundial de los “límites del crecimiento” -anunciados ya en 1972 por el Club de Roma-, y constatados, en 1992, en la Conferencia de Rio de Janeiro y la asunción del “desarrollo sostenible” como principio-guía de la política directora de Naciones Unidas en su Agenda 2030.
Desde esa fecha se ponen en funcionamiento las Conferencias de las Partes (COP) en materia de cambio climático, biodiversidad, desertificación y desarrollo sostenible propiamente dicho, que, periódicamente[1], nos muestran la situación y los avances (normalmente mucho menores de los necesarios) en las correspondientes materias.
Las Partes (países, o la UE, por ejemplo) se comprometen a cumplir unos determinados objetivos en los ámbitos correspondientes, lo que convertiría a la “revolución energética”, en cuanto a su relación con objetivos asociados a emisiones de gases de efecto invernadero y calentamiento global (Acuerdos de París, de 2015) y al desarrollo sostenible (ODS número 7 de la Agenda 2030 aprobada en 2015) en un proceso de indudable condicionamiento político.
Pero es evidente que no sólo inciden los factores anteriores, como muy bien puso de manifiesto el proyecto “Unión Energética Europea” (UEE, 2014)[2] que establecía los cinco problemas/objetivos fundamentales en una situación energética europea manifiestamente mejorable, que precisaremos en el próximo articulo:
- Lograr la seguridad, solidaridad y confianza energética. La seguridad está fuertemente comprometida por la alta dependencia energética europea y se necesita avanzar en la erradicación de la pobreza energética.
- Conseguir un mercado energético europeo plenamente integrado, resolviendo los problemas asociados a la falta de interconexiones adecuadas entre los distintos países y al carácter oligopolístico de la oferta energética.
- Avanzar en una eficiencia energética que contribuya a la moderación de la demanda total, resolviendo el difícil problema de los consumos difusos (transporte y edificios) y del precio/subvenciones energéticas en vigor.
- Descarbonizar la economía, potenciando las energías renovables y la energía distribuida.
- Promover la investigación, la innovación y la competitividad energética, para incidir en el hecho de que los precios de la energía están asociados a dinámicas de oferta y demanda energéticas mundiales, sobre las que la UE tiene una incidencia crecientemente limitada.
Partiendo de estos grupos de condicionantes globalizados, en las distintas dinámicas previstas por los documentos analizados que se van publicando sobre el tema -Naciones Unidas (2019)[3], UNEP (2021)[4], BP (2020)[5], Agencia Internacional de la Energía [6] [7] [8], SEI, IISD, ODI, Climate Analytics, CICERO, and UNEP (2019)[9], BloombergNEF (2020)[10], McKinsey[11] [12], The Economist[13]– los Escenarios considerados se basan, entre otros aspectos, en unas condiciones de contorno que implican un comportamiento proactivo de los Gobiernos, tanto para combatir los efectos de la crisis asociada al Covid19, como para, fundamentalmente, cumplir y ampliar sus compromisos respecto a la Agenda de París, lo que se tendrá que poner de manifiesto, en cuanto a planes, en la futura COP26 de Cambio Climático que, previsiblemente, se celebrará este año 2021 en Glasgow, tras su aplazamiento de 2020.
Gran parte de esos Escenarios se sustentan en la hipótesis de que la crisis generada a partir de la pandemia del Covid19, que está obligando a una intervención pública excepcional, va a canalizar ingentes cantidades de inversión a soportar la I+D+i y los planes de intervención de las multinacionales de la energía, poniendo en valor la supuesta competitividad futura de las renovables y del almacenamiento energético en baterías e “hidrógeno verde”. Y que, igualmente, estos fondos van a viabilizar el desarrollo y generalización del vehículo eléctrico, de la mejora de la eficiencia energética en los edificios, de la descarbonización y desmaterialización de la actividad productiva y del cambio de comportamiento de usuarios y consumidores asociado a las potencialidades de la digitalización y a la concienciación ambiental.
Un buen ejemplo de las medidas interrelacionadas que se proponen se sintetizan en el trabajo citado de la Agencia Internacional de la Energía (AEI), en colaboración con el Fondo Monetario Internacional (FMI) WEO 2020. Special Report,[14], evaluando, tanto la creación de puestos de trabajo como la reducción de emisiones por cada millón de dólares de inversión y gasto por medida. Proponen así a los gobiernos un Plan de Recuperación Sostenible, para desarrollar en los próximos tres años, con una visión optimista de los logros potenciales asociados, tanto en el campo socioeconómico, como en el energético o en el de emisiones de GEI.
No son las únicas recomendaciones sobre estos campos, ni las únicas fuentes que valoran la incidencia positiva de las medidas propuestas para el sector energético. Por ejemplo, McKensey[15] estima que por cada mil millones de euros invertidos en Europa en favorecer las políticas de descarbonización se pueden generar 20.000 puestos de trabajo anuales, un valor añadido del orden de 2,4 veces la inversión realizada, y contribuir a reducir un 0,2% las emisiones de GEI. Además, destaca que un estudio econométrico del gasto gubernamental realizado en tecnologías energéticas, ha demostrado que el gasto en energías renovables crea cinco empleos más por millón de dólares invertidos que similar gasto en energías asociadas a combustibles fósiles.
No obstante, en todos los Informes considerados se parte de la premisa de que el sector energético va a necesitar que se dupliquen o tripliquen los incentivos públicos ahora existentes hasta el 2050, y que se desarrollen políticas estables, sin vaivenes por cambios políticos, que aceleren la implantación de los cambios precisos para mitigar el calentamiento global, modificando radicalmente, al menos, el sistema de generación de electricidad, la movilidad, la eficiencia energética de la electrificación, la producción del acero y del cemento y los hábitos de consumo de los ciudadanos. Y se destaca la necesidad de diferenciar políticas e inversiones para las diferentes situaciones y necesidades del mundo desarrollado y del mundo en desarrollo, no sólo para poner freno al calentamiento y a la insostenibilidad ambiental, sino para aprovechar las supuestas ventajas diferenciales de estas actuaciones en la generación de renta y empleo y combatir así los efectos de la crisis asociada a la Covid19.
No obstante, hay que considerar si la inestabilidad de la situación socioeconómica hará factible continuar con las inmensas inversiones necesarias, sobre las que, por ejemplo, la agencia internacional de renovables, IRENA (2020)[16] estima que la inversión que hace falta a nivel mundial para asegurar la transición energética que avale el papel de las renovables, asciende, hasta 2050, a unos130 billones de dólares (unos 110 billones de euros), debiéndose casi triplicar la inversión realizada hasta la actualidad. Y ello, aceptando que ninguna de las medidas necesarias para reducir las emisiones en la industria y en el transporte están en la actualidad suficientemente maduras o listas para una adopción generalizada en la medida precisa.
Muchas de las inversiones en el sector eléctrico (generación y redes[17]) se han basado en fuertes ayudas públicas y en unos tipos de interés muy reducidos, cuya continuidad puede poner en cuestión el cada vez considerado más probable incremento de la inflación por los mercados –ya reflejado en el aumento de coste de los bonos a largo plazo-, si el alza especulativa en los precios de las materias primas y el inicio de un nuevo “superciclo económico expansivo”, como señalan de forma interesada ciertos foros económicos, inciden en esa dirección.
En todo caso, no puede olvidarse la incidencia de decisiones y regulaciones políticas y ayudas públicas en materia energética, sobre la que distintos objetivos implican la asunción de distintos modelos de desarrollo, e inciden de una manera diferencial en la priorización de medidas y en la asignación de recursos a implementar por los Gobiernos. Pero tampoco puede olvidarse la creciente presión de la población –incrementada por los efectos de la pandemia del Covid19- en defensa de su salud y con una concienciación creciente respecto a que el calentamiento global o la contaminación son factores de importancia para la misma[18].
En la Unión Europea existen planes gubernamentales para eliminar el carbón o lo tienen en estudio; pero en todos sus países, los precios del carbono impuestos por el régimen de comercio de derechos de emisión de la UE, han encarecido el uso del carbón en los últimos años, llevando a que muchas empresas hayan procedido al cierre de sus minas de carbón, en lugar de realizar las inversiones necesarias para cumplir con las nuevas normas ambientales que entrarán en vigor en 2021.
En enero de 2021, el nuevo presidente de EEUU, recién nombrado, firmó una orden ejecutiva con la que pretende que el país reduzca a cero sus emisiones netas de gases de efecto invernadero para 2050; y, previamente, que el sector eléctrico esté libre de emisiones para 2035. Objetivos en línea con el hecho de que los costos de la energía eólica y solar se han desplomado en un 70% y un 90%, respectivamente, durante la última década en EEUU. Y a que este desplome, unido al abaratamiento del gas barato, ha ayudado a una fuerte descarbonización en EEUU, a pesar de la revocación de las regulaciones de combustibles fósiles por parte de Donald Trump y de su apoyo directo y decidido a la expansión de los combustibles fósiles. Lo que indica la importancia de la variable rentabilidad en el sector, pese a que cada vez está dominado más marginalmente por las multinacionales de las energías fósiles.
Pero, por otra parte, desde el punto de vista político, en 2021 finaliza la vigencia de incentivos a las energías renovables en varios países[19] y las incertidumbres políticas sobre su posible no renovación pueden incidir en un freno a la expansión de la capacidad instalada en este sector. Y no se puede olvidar que incluso si se solventan las incertidumbres políticas y es factible el desarrollo que la Agencia Internacional de la Energía considera como más favorable (Escenario reforzado[20]); o incluso si toda la electricidad producida en el mundo estuviera libre de carbono y todos los automóviles, camiones ligeros, trenes y edificios no utilizaran nada más que electricidad, casi la mitad de los consumos ligados al transporte aéreo, marítimo y funcionamiento agrícola y ganadero intensivo, así como el ligado en industrias pesadas como el cemento o el acero, difícilmente podrían tener soluciones con el uso exclusivo de la electricidad. En esas áreas, el cambio requiere tecnología completamente nueva o tecnologías que aún no se han implementado a una escala remotamente apropiada, y subvenciones o regulaciones públicas no exentas de dificultad en la actual situación.
Quizás uno de los Escenarios que aparecen como más realistas sea el de BloombergNEF (2020) que destaca hipótesis diferenciales a los anteriores en las capacidades de la tecnología, el grado de aceptación por parte de los consumidores de vehículos eléctricos, la energía fotovoltaica a pequeña escala, las baterías y las bombas de calor y que, en particular, valora la caída de los costos y la creciente penetración del mercado de estos productos y tecnologías como posibles generadores de efectos imitación que pueden impulsar favorablemente su crecimiento exponencial.
Con estas hipótesis, define un Escenario de Transición económica (ETS) para el 2050[21], más centrado en los mercados que en objetivos climáticos o en la exigencia de determinadas políticas energéticas nacionales.
En este Escenario de Transición Económica (ETS), las energías renovables pasan de representar el 4% de la energía primaria en 2019, al 19% de la energía útil en 2050 en su Escenario, mientras que el petróleo pasa del 32% al 25%, y el gas representaría el 22% en el citado 2050. Aunque la consecuencia sobre el calentamiento global asociado a este Escenario es que, probablemente, produciría un calentamiento global del orden de 2,2ºC para el año 2050, y del orden de los 3,3ºC a finales de siglo.
Satisfacer el crecimiento de la demanda energética y, a la vez, descarbonizar el sector para no superar los 2ºC de calentamiento global, señala que exigiría inversiones muy significativas en activos de generación de energía y baterías durante las próximas tres décadas, casi duplicando la inversión necesaria en el señalado Escenario de Transición Económica. Además, habría que agregar las inversiones precisas en la red eléctrica, las necesarias para disponer de la energía eléctrica adicional dedicada a fabricar hidrógeno y a su almacenamiento y transporte, lo que llevaría a una inversión total de entre 78 billones y 130 billones de dólares en nuevas inversiones entre ahora y 2050.
Los Escenarios de McKensey, recogidos en los documentos citados, recogen en parte las optimistas hipótesis y tendencias de la Agencia Internacional de la Energía en las obras citadas y algunas de las hipótesis establecidas en los últimos informes citados de fuentes de Naciones Unidas, que gravitan en torno a mejoras tecnológicas, electrificación de la oferta y de la demanda con sustitución de combustibles fósiles por renovables, debido a la disminución de costes de éstas, desarrollo de un almacenamiento energético barato, y mejoras de la eficiencia energética del comportamiento y consumo de los usuarios.
No obstante, en el Escenario que McKensey considera más probable, el petróleo y el gas todavía representarían del orden del 50% de las inversiones en energía para 2035, creciendo en un promedio del 3% al año, desde 2020 a 2030, a pesar de la desaceleración de su demanda. Con lo que acepta que los combustibles fósiles continuarían desempeñando un papel fundamental en el sistema energético, con más de la mitad de toda la demanda mundial de energía todavía proviniendo de combustibles fósiles para 2050.
No obstante, señala, como se recoge en la Figura siguiente, que políticas más exigentes de descarbonización que las hasta ahora presentadas para la Agenda de París por los distintos países, para acercarse al objetivo de reducir el calentamiento global a menos de 1,5ºC, podrían llegar a reducir, para algunos de los escenarios que definen distintos organismos, en más de un 50% la demanda de carbón y en más de un 25% la de petróleo, en 2050, respecto a los valores de 2019.
Como apreciamos en la Figura anterior, McKensey establece un máximo en la demanda de petróleo a fines de la década de 2020 (en 2027 para el conjunto de las energías fósiles) por el aumento de la electrificación, caída de la demanda de combustibles fósiles por el transporte –vehículo eléctrico y movilidad sostenible- y el papel de las energías renovables. El crecimiento continuo de la demanda de petróleo hasta 2030 estaría impulsado por la demanda para productos químicos y la aviación, así como por las demandas de las economías emergentes. En el supuesto de que se realizara una verdadera transición eléctrica en el transporte y en el reciclado de plásticos, la demanda de petróleo en 2050 podría llegar a ser la mitad de la de 2019.
También asume que el carbón continuará su declive sustituido por el gas y las renovables como alternativas cada vez más económicas. Pero, hasta 2035, la industria pesada, particularmente del hierro, acero y cemento, espera que muestre un crecimiento neto en su consumo, que se verá también impulsado por el crecimiento económico en India y la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN).
Predice que el máximo en la demanda de gas se producirá a finales de la década de 2030. Los sectores con mayor crecimiento de ésta serían las industrias químicas; y el sector industrial y los edificios, en general, en América y en los países asiáticos no pertenecientes a la OCDE. El declive en la demanda de gas lo espera en la producción eléctrica, donde sería sustituido por las renovables, quedando como proveedor para momentos no productivos de éstas.
Pero lo cierto es que las vías de transición definidas, que están asociadas a la progresiva electrificación con base a las energías renovables, es evidente que se está produciendo de una forma más lenta de la globalmente prevista hasta ahora.
Como síntesis estimativa, en cuanto a órdenes de magnitud, de las tendencias señaladas en las fuentes analizadas, la evolución de la demanda final, hasta 2030 (tomando los valores recogidos como meras tendencias -de cuantificación escasamente fiable, dadas la propia variabilidad de las mismas según las fuentes e hipótesis analizadas) podría verse reflejada en la siguiente Figura, que asume que, en el marco de la proyectada recuperación de la dinámica de crecimiento del PIB para la década 2020-2030 por FMI, Banco Mundial y OCDE, la demanda de energía exigiría un incremento máximo viable –en base a las consideraciones que se han ido realizando-, del 44%, respecto a 2010, para la participación en la misma de las energías renovables; un 27% para el gas; un 9% para el petróleo; y un descenso del 11% para el carbón.
No obstante, las previsiones anteriores respecto a la estabilidad y coherencia de las políticas de los distintos gobiernos muestran un gran nivel de incertidumbre; porque, como se ha señalado, entre otros los factores geoestratégicos, la competencia entre multinacionales y los intereses financiero-especulativos inciden de manera muy fuerte en un sector energético que, adicionalmente, presenta una demanda actual con fuertes “rigideces” en su estructura y capacidad de transformación[22].
Como conclusión, se está produciendo una transición energética mundial, que podemos considerar que se pretende “revolucionaria”, pero cuya dinámica real y sus consecuencias ambientales y sobre el calentamiento global van a depender muy directamente de las políticas de los distintos gobiernos y, muy especialmente de las de China, EE.UU, UE, India, Rusia y Brasil.
En cualquier caso, los hidrocarburos seguirán jugando un papel fundamental en 2050[23], una parte significativa del transporte seguirá funcionando con derivados del petróleo, y la eficiencia energética de las edificaciones y de la industria tendrá fuertes dificultades para lograr los objetivos teóricos establecidos, tanto porque actualmente no existen las tecnologías necesarias para llegar a su alcance, cómo porque tampoco está claro que puedan encontrarse soluciones tecnológicas para avanzar hacia el objetivo de neutralidad en emisiones en 2050, que sean compatibles con los intereses financiero-especulativos y de las multinacionales dominantes en la actual sociedad de consumo capitalista.
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[1] Este año 2021, si nada lo impide, se celebrarán las COP de biodiversidad, en mayo, y de cambio climático, en diciembre.
[2] Estrategia Europea de la Seguridad Energética. COM (2014) 330 final. https://www.europarl.europa.eu/meetdocs/2014_2019/documents/com/com_com(2014)0330_/com_com(2014)0330_es.pdf
[3] . https://unstats.un.org/sdgs/report/2019/goal-07/
[4] United Nations Environment Programme (2021).- “Making Peace with Nature: A scientific blueprint to tackle the climate, biodiversity and pollution emergencies.” Nairobi. https://www.unep.org/resources/making-peace-nature.
United Nations Environment Programme (2021).- “Catalysing Science-based Policy action on Sustainable Consumption and Production – The value-chain approach & its application to food, construction and textiles. Nairobi.” https://www.resourcepanel.org/reports/catalysing-science-based-policy-action-sustainable-consumption-and-production
[5] BP (2020).- “Statistical Review of World Energy 2020”. https://www.bp.com/content/dam/bp/business-sites/en/global/corporate/pdfs/energy-economics/statistical-review/bp-stats-review-2020-full-report.pdf
[6] IEA (2020).- “World Energy Outlook 2020”. 13 October 2020. https://www.iea.org/events/world-energy-outlook-2020
[7] IEA (2020).- “World Energy Outlook Special Report in collaboration with the International Monetary Fund”, june 2020 https://www.iea.org/reports/sustainable-recovery
[8] IEA (2021).- “Renewables 2020. Analysis and forecast to 2025”. https://webstore.iea.org/download/direct/4234
[9] SEI, IISD, ODI, Climate Analytics, CICERO, and UNEP. (2019).- “The Production Gap: The discrepancy between countries’ planned fossil fuel production and global production levels consistent with limiting warming to 1.5°C or 2°C”. http://productiongap.org/2019report/
[10] BloombergNEF (2020),- “New Energy Outlook 2020”. https://assets.bbhub.io/professional/sites/24/928908_NEO2020-Executive-Summary.pdf
[11] McKinsey (2020).- “Energy Insights Global Energy Perspective 2021”. December 2020. https://www.mckinsey.com/~/media/McKinsey/Industries/Oil%20and%20Gas/Our%20Insights/Global%20Energy%20Perspective%202021/Global-Energy-Perspective-2021-final.pdf
[12] McKinsey (2021).- “Energy Insights Global oil outlook to 2040”. February 2021. https://www.mckinsey.com/~/media/McKinsey/Industries/Oil%20and%20Gas/Our%20Insights/Global%20oil%20supply%20and%20demand%20outlook%20to%202040/Global-oil-supply-and-demand-outlook-to-2040-Online-Summary.pdf
[13] The Economist, 3 de diciembre de 2020, “The dirtiest fossil fuel is on the back foot”. https://www.economist.com/briefing/2020/12/03/the-dirtiest-fossil-fuel-is-on-the-back-foot?itm_source=parsely-api.
[14] Fuente: IEA (2020).- “Sustainable Recovery”. July. 2020. Table 2.1. Pág. 38. https://www.iea.org/reports/sustainable-recovery
[15] McKensey (2020).- “How a post pandemic stimulus can both create jobs and help the climate”. May. 2020. https://www.mckinsey.com/business-functions/sustainability/our-insights/how-a-post-pandemic-stimulus-can-both-create-jobs-and-help-the-climate
[16] IRENA (2020).- “Reaching zero with renewables: Eliminating CO2 emissions from industry and transport in line with the 1.5ºC climate goal”. International Renewable Energy Agency. Abu Dhabi. https://www.irena.org/publications/2020/Sep/Reaching-Zero-with-Renewables
[17] Solo en EEUU se estima que la capacidad de las redes para la transmisión de alto voltaje debería aumentar en un 60% en el transcurso de la próxima década. Y catástrofes cada vez más frecuentes (el actual caso de los apagones en Texas, o por efecto de Filomena, en España, entre otros) avisan de la necesidad de que redes y conexiones gocen de un buen estado y de niveles de redundancia y capacidad para afrontar situaciones extremas (en Texas fallaron energías renovables, centrales de gas e incluso una nuclear). Para España trataremos estos temas en el epígrafe correspondiente de la cuarta parte de este libro.
[18] The Economist del 25 de febrero de 2021 recogía la referencia a un artículo de Vohra, K. et alt. (2021) https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/S0013935121000487 en el que se destacaba que, en 2018, 8,7 millones de muertes en todo el mundo se asociaron con respirar la contaminación del aire por combustibles fósiles, casi una quinta parte de todas las muertes en todo el mundo. https://www.economist.com/graphic-detail/2021/02/25/fossil-fuels-may-be-responsible-for-twice-as-many-deaths-as-first-thought
[19] En China, en 2021, estando pendiente sus políticas en el sector para el período 2021-25. E igual sucede para EEUU, India o diversos países de América Latina, pendientes de sus nuevas aportaciones a la COP26 de Glasgow.
[20] IEA (2021).- “Renewables 2020. Analysis and forecast to 2025”. Pág. 32 https://webstore.iea.org/download/direct/4234
[21] Incluyendo datos de proyectos patentados, encuestas de precios de mercado y modelos detallados de costos de proyectos de abajo hacia arriba, componente por componente.
[22] Como ejemplo, la movilidad eléctrica, la mejora de la eficiencia energética en los edificios, y la aportación de calor a la industria y a la ganadería y agricultura intensiva, basada en bombas de calor y en la electrificación como base energética, exigiría generar 2,5 veces más electricidad de la energía equivalente que se usa actualmente para calentar edificios, mover vehículos y alimentar procesos industriales y agrícolas.
[23] Pese a la firma de la práctica totalidad de los gobiernos de los acuerdos y compromisos asociados, en 2015, a la Agenda 2030 y sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y al Acuerdo de París sobre limitación del calentamiento global, todavía hoy el planeta tiene un sistema energético dependiente en del orden del 85% de las energías fósiles y, entre 2010 y 2019, y pese a la fuertísima reducción en los costes finales de las energías renovables, los hidrocarburos sólo perdieron del orden de un 1% de su peso en la economía mundial.