Articulo publicado por nuestros compañeros del FORO en CTXT
Corría el año 1951 cuando Robert Wise dirigía Ultimátum a la Tierra, una curiosa película de ciencia ficción donde los extraterrestres no venían a invadir nuestro planeta, sino a lanzar un aviso sobre el peligro que representaba, para la supervivencia de nuestra especie y los habitantes de otros planetas vecinos del cosmos, la escalada nuclear durante la Guerra Fría. Unos incomprendidos emisarios de paz en un mundo afectado por la paranoia belicista; que tras ser atacados y perseguidos, terminan por amenazar con destruir nuestro planeta de forma controlada para evitar males mayores.
Si estos extraterrestres repitieran su viaje hoy, indudablemente nos avisarían del abismo que la crisis ecosocial está abriendo ante nuestros pies, al comprometer las bases materiales que sostienen la vida (colapso climático, crisis energética, pérdida de biodiversidad, contaminación…); y verían como una amenaza nuestras pretensiones de exportar este depredador estilo de vida a planetas vecinos. El tratamiento que recibirían, entre la hostilidad y la indiferencia, sería muy parecido al que se suele otorgar a la comunidad científica y al movimiento ecologista cuando comunican el ultimátum al que nos aboca el funcionamiento de nuestro modelo socioeconómico.
Vivimos un periodo que debería ser de emergencia, pues en función de las grandes decisiones que se tomen sobre las temáticas clave en estos años, se condicionarán de forma irreversible los contextos en los que seguir tomando decisiones. Tenemos la garantía de que los escenarios futuros serán ecológicamente adversos y socialmente convulsos, dando pie a una conflictividad que va a atravesar nuestras sociedades: una gestión de la escasez de recursos y energía que aumente o mitigue la desigualdad social, como anticipa la revuelta de los chalecos amarillos; un nuevo pacto intergeneracional o un conflicto abierto con la juventud que habitarán este planeta, como anticipan las sorprendentes y contagiosas huelgas climáticas de estudiantes de secundaria en centroeuropa, Japón y Australia; una mayor presencia del ecologismo político en las instituciones o una deriva hacia posiciones crecientemente ecofascistas, algo que comienza a verse en los resultados electorales centroeuropeos donde los partidos verdes son el principal contrapeso al auge de la extrema derecha; un avance en el reconocimiento de la deuda ecológica por parte de los países enriquecidos y el cosmopolitismo de sus sociedades o repliegues nacionalistas, crecientes tensiones militares por los recursos y control de las fronteras asediadas por millones de refugiados ambientales…
Pocas cuestiones deberían suscitar un consenso tan amplio como una movilización social generalizada para garantizar la viabilidad de los ecosistemas de los que depende el funcionamiento de nuestras sociedades. Y sin embargo, nos encontramos a las puertas de un trepidante ciclo electoral donde los debates sobre los nombres y los cargos, los tacticismos y las estrategias comunicativas, la aritmética parlamentaria o los resultados en los sondeos, acaparan las tertulias y los artículos de opinión. Padecemos una temeraria ausencia de estos debates en la esfera pública, una imprudente falta de liderazgo institucional y un peligroso vacío en los programas políticos.
Ante esta orfandad, en distintos lugares del mundo confluencias de movimientos sociales vienen construyendo a nivel local el esbozo de una agenda para la transición ecosocial, trabajando en la elaboración consensuada de programas sin partido, como dice Naomi Klein. Desde el Foro de Transiciones, un espacio interdisciplinar donde confluyen personas de distintas sensibilidades del ecologismo, con la vocación de elaborar análisis y propuestas, nos decidimos a realizar un modesto aporte de cara al desarrollo de las elecciones municipales. El resultado es Ciudades en movimiento, una publicación de libre acceso donde se describen y valoran más de doscientas políticas públicas municipalistas analizadas desde la óptica de las transiciones ecosociales, mostrando un balance riguroso con sus avances y contradicciones.
Resumiendo de forma muy sintética, ha habido avances significativos en cuestiones como la participación ciudadana (normativas, procedimientos, herramientas web, cooperación público social, gestión ciudadana de espacios y equipamientos públicos…), la introducción de nuevas temáticas en la agenda municipalista (feminismos, cuidados, economía social y solidaria, políticas urbanas alimentarias…), y una marcada sensibilidad social (presupuestos más sociales, fortalecimiento de los servicios públicos, planes y oficinas de derecho a la vivienda, pobreza energética, planes para intervenir en barrios vulnerables y reequilibrar la ciudad, reorganización de los servicios sociales…).
Pero también se alumbran los grandes vacíos en cuanto a la incorporación de forma consistente y coherente de las cuestiones ecológicas. La crisis ecosocial se encuentra en la periferia de la agenda municipalista, su nivel de prioridad comunicativa es bajo y, aquí aparece el principal problema, su enmarcado elude tanto la gravedad de la situación como la urgencia temporal. El impacto de las políticas ambientales sigue siendo tremendamente insuficiente ante las exigencias biofísicas, quedando reducidas a iniciativas sectoriales que tras décadas de aplicación se han normalizado, desactivando su dimensión más transformadora.
El ultimátum a la Tierra no es aplazable, las leyes biofísicas, al igual que las demandas de los extraterrestres, no son negociables. El tiempo se agota y la siguiente década será decisiva, por lo que las próximas elecciones son determinantes para definir el papel de los gobiernos locales a la hora de incentivar, acompañar o bloquear las inaplazables transformaciones que deben ser impulsadas. De cara a abrir los necesarios debates estratégicos en cada municipio, compartimos cinco ideas fuerza:
–Sin asumir la prioridad de la agenda social no resulta factible el despliegue de una agenda ecologista. El problema que apuntamos es la desconexión entre muchas políticas sociales y su potencial para reforzar simultáneamente un necesario cambio de modelo productivo y de estilos de vida, o, como mínimo, de hacer pedagogía sobre las cuestiones ecosociales.
–El modelo económico condiciona el modelo de ciudad, por lo que imaginar una ciudad que transite hacia la sostenibilidad y la justicia social resulta indisociable de reformular las prioridades de la economía convencional en el entorno urbano. Frente a las lógicas extractivas hay que desfinanciarizar, democratizar y diversificar las economías urbanas. Las remunicipalizaciones y la economía social y solidaria, apoyada por diversos municipios, simbolizarían esa apuesta por satisfacer necesidades sociales a la vez que se avanza hacia un metabolismo social más territorializado.
–Conseguir resultados distintos exige hacer cosas diferentes, pero la innovación y el experimentalismo urbanístico en cuestiones de sostenibilidad ambiental ha sido bastante reducido. Aunque ha habido iniciativas como las supermanzanas de Barcelona, Madrid Central o la Manzana Verde de Málaga; el balance es que se ha arriesgado poco, incluso a la hora de lanzar proyectos piloto que fueran suficientemente ambiciosos como para generar aprendizajes relevantes.
–Las cuestiones ambientales se han incorporado a la retórica, pero ninguna de las ciudades analizadas ha elaborado un relato consistente sobre las implicaciones y la situación de excepcionalidad en la que nos encontramos. El municipalismo ha renunciado a pensar un modelo alternativo de ciudad, ha desistido de socializar una imagen y una narrativa sobre las transiciones ecosociales. No hay un horizonte de futuro compartido, una explicación capaz de ofrecer una visión de conjunto sobre la ciudad que trascienda a los proyectos concretos o sectoriales, que vertebre y dote de coherencia al conjunto de políticas públicas y dote de sentido a las iniciativas que se van implementando. Ecologizar el derecho a la ciudad exige narrativas que sean realistas y a la vez ilusionantes, recuperando un cierto impulso utópico en la acción social e institucional. Un impulso arraigado en experiencias y políticas que muestren soluciones existentes, creíbles y en las que la ciudadanía pueda verse comprometida; de forma que se modifiquen los estilos de vida y se aumente la resiliencia social.
–La necesidad de un municipalismo no localista: la biorregión debe ser la unidad de complejidad mínima para concebir las transiciones. La ciudad no puede ser el único objeto y objetivo de la reorganización, pues nos limita a pensar desde un localismo miope y reduccionista, que se convierte en una trampa. El concepto de biorregión nos invita a considerar como escala mínima de intervención el espacio singular delimitado por características geográficas, ecológicas y sociales en el que se producen los procesos que permiten el desarrollo en una relación de equilibrio y colaboración de la ciudad con su medio. Una escala adecuada para repensar la autonomía energética, alimentaria y económica, y la adaptación ecológica de las actividades productivas, rompiendo la separación conceptual entre espacios rurales y urbanos, redescubriendo sus relaciones de interdependencia.
«Klaatu barada nikto!» es el grito con el que los extraterrestres paralizan la orden de destruir nuestro planeta, tras haber vencido su ultimátum a la tierra; el motivo que han conocido a un niño que les ha logrado transmitir que el cambio de la humanidad es factible. Como afirmaba el historiador Raymond Williams, ser genuinamente radical es hacer la esperanza posible, y no la desesperación convincente. La generación de Greta Thunberg y sus huelgas escolares climáticas están ilusionando al ecologismo mundial. Lograr que la crisis ecosocial entrara con fuerza en nuestras campañas electorales sería la mejor forma de seguir contagiando la esperanza.