Artículo de nuestro compañero José Luis Fdez. Csadevante Kois, publicado en CLIMÁTICA
A mediados de los años ochenta, Alison Bechdel popularizó un método para evaluar la brecha de género existente en las historias que vemos en cine, televisión y teatro. La propuesta se plasmó en boca de un personaje de las tiras cómicas que elaboraba Unas lesbianas de cuidado, dando forma a un rápido y sencillo test que permite valorar la presencia de mujeres en las ficciones.
De cara a superar el test, la trama de cualquier relato debería cumplir tres sencillas condiciones:
- Aparecen al menos dos personajes femeninos.
- Tienen nombre propio y se menciona.
- Desarrollan una conversación entre ellas que no tenga como tema un hombre.
Este test se ha convertido en un indicador de la igualdad de género en el mundo del cine, a pesar de sus imperfecciones, pues ni siquiera garantiza que las mujeres sean representadas de una forma mínimamente feminista. Lo verdaderamente fascinante es el enorme número de películas que no consiguen alcanzar ese mínimo de representación femenina. Un estudio de la BBC de 2018 calculó que ni siquiera la mitad de las películas galardonadas con un Oscar a la mejor película, a lo largo de la historia, superaba el test.
Uno de de los principales mecanismos para incidir en nuestras sociedades se juega en la mente de las personas. Atender políticamente un problema exige situarlo en la agenda, lograr que se priorice a nivel comunicativo y hacerlo inteligible para ciudadanía. Las historias que visionamos y compartimos son tremendamente relevantes a la hora de condicionar la manera en que una sociedad define la realidad y se percibe a sí misma, reconoce los valores con los que se identifica y articula las identidades colectivas capaces de movilizarla.
En un contexto de crisis social, las ficciones deberían de ayudarnos a proyectar marcos culturales, económicos y políticos que habilitasen a la sociedad para comprender su gravedad, urgencia y multidimensionalidad, así como seducir a la gente para que se comprometa efectivamente con su transformación. El drama es que estas cuestiones se encuentran ausentes de la abrumadora mayoría de las historias que consumimos cotidianamente.
El otro día iba a un curso a hablar de cultura y ecología, y se me ocurrió la idea de formular un test de Bechdel ecosocial. Inspirado por el original, pensé qué tres preguntas podríamos formular y finalmente me decidí por estas:
- ¿Aparece en algún momento la crisis ecosocial?
- ¿Los personajes desarrollan alguna conversación en torno a estas cuestiones?
- ¿Muestra políticas o iniciativas colectivas para enfrentarla?
Aquello de lo que no se habla es irrelevante. Así que lo primero sería mostrarla y nombrarla, aunque sea a través de tramas secundarias o conversaciones circunstanciales. A pesar de que enunciarla sin mostrar políticas alternativas nos arroja en brazos de la distopía, nos predispone a sobrevivir a las consecuencias más que a enfrentar las causas. Y, por último, resulta imprescindible ir más allá de los gestos individuales y mostrar la importancia de asociarnos, pues las estrategias grupales potencian nuestra capacidad para hacer en común, reducen la sensación de insignificancia y el coste percibido de implicarse en dinámicas de cambio. Y es que, como dice Bill Mckibben, «hoy en día, la acción individual más importante que puede tomarse es dejar de ser tanto un individuo y agruparse con otros en movimientos lo suficientemente grandes como para impulsar un cambio en las reglas básicas del sistema económico y político»
Al volver a casa meditando sobre la propuesta, me decidí a investigar un rato, pues probablemente no fuera la primera persona a la que se le ocurría una idea similar. Así me encontré con Climate Reality Check, impulsado por la organización Good Energy, un test climático para ficciones que también se inspiraba en el test de Bechdel. En este caso se reducía a dos cuestiones:
- El cambio climático existe. Tal vez la historia retrata una ola de calor sin precedentes, una noticia sobre el aumento del nivel del mar o grafitis sobre el cambio climático.
- Uno de los personajes lo sabe. Y esta conciencia se muestra a través de diálogos, voz en off, las acciones o las imágenes visuales.
Lo más interesante es que han probado el test con 250 películas populares, de las cuales únicamente el 9,6% superaron la Prueba de Realidad Climática. El cambio climático existía en el 12,8% de todas las películas, pero sólo en el 3,6% se mencionaba en dos o más escenas. Un interesante diagnóstico sobre la falta de sensibilidad climática en el cine, cuyos datos serían bastante más desoladores si se aplicaran mis preguntas.
El ecosistema cultural que habitamos nos influye, nuestra capacidad para intervenir sobre el mundo está condicionada por la representación que nos hacemos de la realidad y de nuestras posibilidades para intervenir sobre ella. Tras muchos años de investigación, el teórico de la comunicación George Gerbner constató cómo cuanto más tiempo se pasa viendo la televisión, más se llega a creer que la sociedad es tal y como se refleja en la pantalla. Denominó síndrome del mundo cruel a la evidencia de que quienes siguen las noticias en lo medios de comunicación padecen más depresión, tienden a creer que la gente es más egoísta y que las acciones personales no cambian nada.
Los medios de comunicación tienen un enorme poder de influencia a la hora de definir urgencias, conformar estados de ánimo, divulgar buenas prácticas e incitar comportamientos colectivos. Así que hay motivos para creer que cuanto más negativa sea la representación del futuro que se hace una sociedad, más va a costarle esbozar proyectos alternativos que contengan una dosis mínima de esperanza.
Necesitamos popularizar herramientas sencillas para analizar las ficciones que vemos con gafas ecosociales. No son preocupaciones de culturetas sin excesiva importancia sobre el mundo material, pero no deberíamos obviar que indisociablemente somos conocimiento y emociones, datos y relatos, reflexiones y acciones. Shakespeare lo decía más bellamente cuando afirmaba que estamos hechos de la misma materia que los sueños.
Resulta urgente que los sueños proyectados en las pantallas visibilicen y normalicen la acción climática y ecológica. Stanley Kubrick bromeaba diciendo que si puede ser escrito o pensado, puede ser filmado. Hay una sociedad entera esperando con sus palomitas poder disfrutar de otras historias.