Escrito por nuestro compañero Florent Marcellesi en Agenda Pública, de El País.
Ha bajado la previsión de crecimiento para España. Europa se estanca porque Alemania no crece. El coronavirus amenaza el crecimiento de China y, por tanto, el mundial. ¿Malas noticias? Pues depende de cómo se mire. Sin duda, al igual que la abstinencia es muy dura para una persona drogadicta, lo es también un menor crecimiento para una economía dependiente de este concepto. Sin embargo, si ampliamos nuestra visión a otros criterios, podría ser más bien una buena noticia o, al menos, un punto de inflexión para profundizar la transición ecológica.
De hecho, desde la publicación del informe Los límites del crecimiento, en 1972, decenas de otras investigaciones han seguido probando con claridad que el crecimiento, entendido como sistema, tiene impactos graves y severos sobre el planeta y, por tanto, sobre las sociedades humanas. Como muestra, por ejemplo, el estudio reciente ‘Good Life for All within Planetary Boundaries’, de la Universidad de Leeds, todas las economías industrializadas hemos rebasado la gran mayoría de los límites ecológicos que son esenciales para la humanidad. Estamos poniendo en peligro millones de vidas humanas con las emisiones antropogénicas de CO2 que causan el cambio climático o la pérdida de biodiversidad; hoy y, aún más, mañana.
Además, no existe ninguna prueba realista y empírica que permita pensar en un posible desacoplamiento absoluto del crecimiento con el impacto ambiental. Por ejemplo, ningún país ha llevado a cabo la disminución de sus emisiones de CO2 a la altura del Acuerdo de París y, al mismo tiempo, ha conseguido un aumento del crecimiento. Y nada apunta a que sea factible. Por eso, es preocupante que muchos gobiernos, incluido el español, por un lado se comprometen (positiva y afortunadamente) a favor de la lucha climática, pero apuestan al mismo tiempo por el crecimiento como objetivo en sí mismo. Es una contradicción profunda: o bien se defiende el clima, o bien se crece; no ambas cosas a la vez.
Pero es que además, estamos llegando al final de esta anomalía histórica llamada era industrial, marcada por un crecimiento continuo de la producción y el consumo de bienes y servicios. Desde la década de 1970, la caída de las tasas de crecimiento ha sido escalonada, pero constante. La OCDE anunció en 2014 que el crecimiento de las economías de los países llamados ricos sería de medio punto porcentual anual de aquí a 2050. El crecimiento no es un valor de futuro, es el pasado.
Esta caída estructural y no reversible se debe en gran parte a una realidad física y material olvidada por las teorías económicas dominantes. El crecimiento, calculado a través del Producto Interno Bruto (PIB), depende de fuentes de energías baratas, abundantes y de buena calidad. Y ese PIB no es ni más ni menos que una función de la energía disponible. Básicamente, cuando el petróleo, que representa el 40% de la energía final en la economía mundial actual, empieza a encarecer y escasear (a día de hoy, por su pico de producción), no hay suficiente energía y no hay suficiente PIB. En este sentido, la crisis del 2008 no fue sólo financiera, sino que tuvo profundas raíces energéticas. Cuando el precio del barril de petróleo estornuda, nuestra economía ‘enferma’.
Por último, esto nos debe llevar a otra pregunta teórica y práctica. En el fondo, ¿por qué es tan importante crecer? Porque para las teorías económicas dominantes, quien dice crecimiento, entiende bienestar. Sin embargo, esta idea no está respaldada por evidencias sólidas en nuestras sociedades occidentales. Si bien existe cierta correlación positiva entre crecimiento y bienestar hasta un PIB de 15.000 dólares por habitante, por encima de este umbral no existe, ni positiva ni negativa (véase el libro ‘Adiós al crecimiento’). España, por ejemplo, tiene una esperanza de vida superior a Estados Unidos con un PIB per capita mucho menor. Simplemente, ‘crecimiento’ y ‘bienestar’ no son sinónimos.
Por tanto, aferrarse al fetiche del crecimiento (incluso llamado verde o a través de la revolución digital) es una insensatez política, económica y ecológica. Así que un buen gobierno, es decir, el que anticipa los problemas y planifica las soluciones para garantizar el interés general, no es el que sucumbe a las sirenas del crecimiento. Al contrario, se proyecta en un escenario post-crecimiento. Allí plantea políticas innovadoras para asegurar, al mismo tiempo, la justicia social y la sostenibilidad ecológica; hace lo máximo para desvincular el crecimiento del pago de las pensiones, la Seguridad Social, el paro o el reembolso de las deudas públicas y privadas. Es una necesidad para preservar la paz social, una vida digna en este planeta y no dar alas a los extremos que se alimentan de la frustración generada por falsas expectativas crecentistas.
Para ello, hago tres propuestas. La primera es tanto política como cultural: desintoxicarnos del crecimiento en nuestro imaginario colectivo. El objetivo político ya no puede ser el crecimiento, sino que todas nuestras leyes y políticas públicas apunten y cumplan un objetivo claro, que es el de satisfacer las necesidades de la ciudadanía respetando los límites ecológicos del planeta. Apliquemos lo mismo para nuestra vida cotidiana: no busquemos el consumo a ultranza de bienes y servicios como el santo grial del bienestar y la felicidad, sino consumamos de forma responsable, razonable y teniendo en cuenta la finitud de nuestros ecosistemas.
La segunda propuesta parte de una constatación ampliamente conocida: el PIB no es un indicador del bienestar. No tiene en cuenta la compleja realidad social, tecnológica y económica actual, y aún menos los límites ecológicos. Así pues, necesitamos una reflexión y un desarrollo urgentes para la contabilidad nacional y europea de otros indicadores que midan adecuadamente las desigualdades, la huella ecológica, la eficiencia ecológica de nuestras sociedades y los límites biofísicos que una economía no puede superar so pena de hipotecar su presente y futuro.
Por último, aprovechemos las sinergias con la declaración de emergencia climática aprobada en España. En cooperación con la Vicepresidencia de Transición Ecológica, imaginemos una comisión de investigación en el Congreso español sobre la situación futura de post-crecimiento y los nuevos indicadores de riqueza socio-ecológica. Su objetivo sería evaluar las implicaciones del fin del crecimiento (que pronto dejará de ser tabú) en nuestro modelo económico y social e identificar los cambios organizativos y legislativos que vendrán en consecuencia. Usemos también la futura Asamblea Ciudadana del Cambio climático para plantear de forma abierta cómo sería una nueva sociedad al mismo tiempo deseable y poco intensiva en carbono, y el camino para llegar a ella.
El crecimiento ha muerto. Ahora toca una transición profunda de nuestro sistema económico y social hacia el vivir bien dentro de los límites del planeta. Es la transición ecológica.