Nuestro compañero Manolo Gari publica este texto en CTXT
El filósofo José María Ripalda afirma que “nos cuesta muchísimo pensar contra el capital”. Y ello no es un asunto menor. Es uno de los problemas que lastran políticamente a quienes, conscientes de las lacras del capitalismo, no logran (logramos) formular ni un diagnóstico acabado de la evolución del sistema ni una alternativa ecosocialista consistente. Esa dificultad también explica que la mayor parte de la izquierda social y política, pese a la evidencia de la gravedad de la crisis civilizatoria formada por la argamasa desigualdad, pobreza y deterioro de la biosfera, haya tirado la toalla y busque desesperadamente medidas meramente reguladoras del sistema para embridarlo, “humanizarlo” y, sin cambiarlo de raíz, hacerlo “ambientalmente sostenible”.
Mientras tanto, desde el lado de los partidarios del lucro privado como motor de la economía, existen formulaciones descarnadas como las de Donald Trump que sin ambages no solo niegan la mayor respecto al cambio climático, sino que ven en la desigualdad un acicate para la mejora social, en la defensa tribal de sus intereses nacionales el principio rector de las relaciones entre pueblos (a saquear) y en el autoritarismo la mejor forma de gobernar. Pero, a la vez, y con el fin de preservar el futuro del capitalismo, hay sectores empresariales como el representado por Georges Soros que, ante la evidencia de los problemas señalados y del creciente deterioro de la democracia, buscan soluciones que atemperen los efectos más sangrantes en el marco del mercado bajo la premisa dogmática de la prevalencia del mantenimiento de la tasa de ganancia como criterio rector de las políticas a seguir. El financiero encabeza un sector que no niega las evidencias, pero solo es capaz de imaginar soluciones manteniendo, mediante correcciones, el sistema que ha generado los problemas. Y no está sólo.
Periódicamente aparecen voces críticas y dudas de empresarios, políticos, banqueros, académicos y analistas sobre el futuro del capitalismo. Particularmente después de la crisis financiera de 2007 y su consecuencia, la económica de 2008, se puso en boga la palabra refundación. Basta ir a la hemeroteca: el presidente francés Nicolas Sarkozy afirmó solemnemente: “Debemos reconstruir, ‘partiendo de cero’, el sistema financiero internacional. La crisis financiera por la que pasamos no es la crisis del capitalismo, es la crisis de un sistema que se ha alejado de los valores del capitalismo, que en cierto modo los ha traicionado”. Décadas después de la ocupación del puente de mando por las finanzas y de la implantación de la desregulación salvaje, vía autorregulación de las empresas, que han posibilitado el saqueo de los pueblos empobrecidos por las transnacionales y las potencias industriales, y tras doce años de aplicación de las medidas austeritarias de la Troika en la Unión Europea (UE) con recortes del gasto público y descensos de los salarios con la consecuencia del aumento de las diferencias de ingresos, rentas y patrimonio entre propietarios y las clases asalariadas, Kristalina Georgieva, presidenta del Fondo Monetario Internacional (FMI) –ese organismo que viene recetando durante décadas urbi et orbi las bajadas de impuestos y salarios como solución mágica para la recuperación económica– afirmó recientemente que “el inicio de esta década trae recuerdos inevitables de los años veinte del siglo XX: elevada desigualdad, rápido desarrollo tecnológico y grandes retornos en el ámbito financiero”, y, se atrevió, a redescubrir la bondad de la fiscalidad como estabilizadora del sistema. Incluso hay sectores del mainstream reformador que diseñan soluciones progres para el sistema desde el sistema, tal es el caso de economistas como Joseph Stiglitz (2020) con la propuesta que da nombre a su libro sobre un supuesto capitalismo progresista. La recién nombrada ministra de Asuntos Exteriores del Gobierno español, Arancha González Laya, se suma a la corriente autorreformadora e insiste en el mantra de “reinventar el capitalismo en el siglo XX para la gente, el planeta y la prosperidad”.
Ensayos de reinvención capitalista
Este año Davos ha centrado su atención en la ya vieja y marchita canción de la responsabilidad social (y ambiental añadida posteriormente) de las empresas y sus diferentes variantes de la responsabilidad corporativa. El Manifiesto de Davos 2020, titulado El propósito universal de las empresas en la Cuarta Revolución Industrial, es una retahíla de consejos morales y de buenas prácticas empresariales sin reflexión sobre las causas de los problemas sociales y ambientales que señala. Su propósito es impulsar la regeneración moral del capitalismo para que reasuma una ética que idealmente formaba parte de la quintaesencia del sistema y que en algún momento perdió. En definitiva, el cambio vendrá de la mano de un desvío hacia la ética (y la estética) sin cuestionar la materialidad y las relaciones sociales que sustentan el modelo.
Parece que estos teóricos olvidan que el capitalismo “decente” de los “gloriosos treinta años” que imperó en algunos países industrializados (una minoría) duró un periodo breve y excepcional, que comenzó en 1945 y nació ante la amenaza de la extensión de la revolución, con el petróleo barato y gracias al saqueo de otros pueblos. Experiencia que Reagan y Tatcher finiquitaron ante su crisis, impulsando la fuga hacia adelante del neoliberalismo en un intento (de momento vano) de conjurar una onda larga recesiva, y que ha llevado hasta la actual financiarización de la economía globalizada. Davos propone un nuevo e idílico modelo empresarial capitalista basado en la cooperación entre los stakeholders (partes interesadas: accionistas, ejecutivos, clientes, proveedores, asalariados…) como pieza básica de una “economía circular, compartida y regenerativa”. Podemos concluir que, para Davos, la solución a los problemas generados por el capitalismo no se encuentra en una nueva política y un nuevo modelo productivo y de relaciones de producción y de intercambio que reorganicen la apropiación del plusvalor y la riqueza entre clases y a nivel mundial respetando los límites de suministro y carga de la biosfera, sino simplemente en una nueva forma de hacer negocio. Forma que no cuestiona la propiedad y, por tanto, quién tiene el botón rojo de la economía.
El mentor del Foro de Davos, Klaus Schwab, marca la línea a seguir en la reinvención criticando los bajos tipos de interés, la nocividad de la carga de la deuda (pública y privada) generada, la codicia de las empresas y la necesidad de una nueva ética para las grandes corporaciones que rigen y determinan el destino económico, para lo cual apoya la creación de un grupo de trabajo para configurar una “biblia” de la buena empresa. ¿Quién dirige ese grupo de sabios? El presidente del Bank of America, cosa que recuerda la fábula de la zorra y las gallinas. El Foro Económico Mundial en su 50 edición de enero de 2020 sigue fiel al papel de intelectual orgánico colectivo del capital y, como cada año, de forma recurrente y reiterativa en el tiempo como la cuaresma penitente de los católicos, hace mea culpay propósito de enmienda públicos, a la par que, de forma discreta, los grandes decisores empresariales y políticos configuran sus planes y alianzas para impulsar sus negocios globales. Una de sus preocupaciones es evitar un recrudecimiento de la competencia internacional sin reglas, auspiciada por los twitts de Trump y, a la vez, no renunciar al sacrosanto (y ficticio) principio de la competencia en los mercados. El Foro apuesta por el capitalismo productivo (en torno a la digitalización y la robótica) frente al especulativo sin tener en cuenta la realidad: la imbricación de la producción con la especulación, que ha convertido el dinero en la principal mercancía mundial y la creación de este por el complejo entramado de las finanzas (viejas y nuevas) en la forma mayoritaria de “acuñación” al margen del control de los Estados. Hoy la economía financiera mundial representa un monto casi 10 veces superior al PIB mundial. Economía real y financiera son las dos caras del mismo modelo. Y los presentes en el Foro lo saben. Podríamos decir que en Davos se dicen cosas a medias y se deciden cosas enteras. Por un lado, se detectan los efectos del funcionamiento del sistema y, por otro, se ocultan las causas de fondo. Este doble juego es el que lleva a la conclusión de que sobre los discursos de Davos planean y condicionan las finanzas en la sombra, empleando la expresión de Francisco Louça y Michael Ash (2019), y que bajo Davos se emboscan y parapetan esas finanzas en la sombra.
¿Qué les preocupa a los señores del dinero en Davos? En eso han sido claros: la extensión de la desafección social, el riesgo de la pérdida de legitimidad de las instituciones políticas y del propio sistema económico y, con ello, que el crecimiento de la economía se vea comprometido. El FMI afirma textualmente en su Informe sobre perspectivas de la economía mundial presentado en Davos que “la agudización del malestar social en muchos países –debido en algunos casos al deterioro de la confianza en las instituciones tradicionales y la falta de representación en las estructuras de gobierno– podría trastornar la actividad [económica], complicar las iniciativas de reforma y hacer mella en la actitud, lo cual haría disminuir el crecimiento por debajo de lo proyectado”. Es de agradecer la sinceridad. No nos engañan, el problema no es la situación de las personas, del trabajo o de la naturaleza, el problema es la ingobernabilidad y el business.
La visión alternativa
Romper el conjuro paralizante, mirar de cara al capital, es un reto de suma importancia para poder formular las hipótesis y un proyecto estratégico antagónico al neoliberal “no hay alternativa” o al de antemano derrotado “no hay futuro”. Y para ello hay que intentar en primer lugar entender qué hay bajo la alfombra del capitalismo del siglo XXI. A primera vista aparece un modelo extractivista que agota vorazmente materiales y fuentes fósiles de energía, y es causa del calentamiento global; que pone en peligro la reproducción social y que, para evitar el descenso de la tasa de ganancia, no tiene más mecanismo que la explotación del trabajo y la naturaleza; que pone sus esperanzas frente a su crisis en la digitalización de la economía (y de la vida social); y para el que una economía altamente financiarizada es perfectamente funcional y necesaria. Es más, una economía en la que la financiarización es hegemónica. Realidad que dista del discurso de Davos sobre la economía desmaterializada, colaborativa y democratizada.
Hace veintidós años Thomas Coutrot (1998, pp. 223-224) ya advertía que la brutalidad y duración de la crisis se debe a que, en el momento en que sus efectos irracionales son cada vez más patentes, “por primera vez en la historia del capitalismo, la vieja ley del valor de Marx, a través de los movimientos de capitales de una rama o de una empresa a otra, actúa no ya sólo a medio y largo plazo, sino a corto plazo. (…) La mundialización de los mercados financieros, a la par que los decisivos progresos en las técnicas de información, significa en concreto que, por primera vez en la historia del capitalismo, las rentabilidades de las grandes empresas de la mayor parte de los países del planeta son comparados a diario, al menos potencialmente, por una multitud de operadores financieros que pueden decidir sancionar las diferencias demasiado flagrantes”.
Para comprender y actualizar la dimensión de esta afirmación, conviene leer Sombras. El desorden financiero en la era de la globalización, que Louça presenta en breve en Madrid y Barcelona. Boaventura Dos Santos escribe en el prólogo que las finanzas en la sombra son el lugar donde se decide todo lo que tiene impacto decisivo en nuestras vidas. Para Louça, sus dictámenes no son técnicos, son políticos, y no los adoptan misteriosos mercados sino un puñado de oligarcas mediante una tupida telaraña de poder asentado en un modelo de organización social. Esta obra ayuda a vislumbrar un futuro inestable, presidido por un largo estancamiento de un capitalismo, más frágil de lo que parece, que necesita un continuo crecimiento para sobrevivir pero que, a su vez, no logra sus propósitos, pero nos lega sus desmanes.
A partir de ahí se pueden formular propuestas realistas, aunque difíciles de alcanzar: propiedad social y pública de los medios de producción, las finanzas, el crédito y el dinero; planificación democrática como forma de generar la voluntad de la mayoría social y de satisfacer sus necesidades respetando los límites de la biosfera; y poner en el centro de la economía y la política la vida. Solucionar los problemas implica desmantelar, no simplemente regular, el actual régimen social.