Artículo publicado por nuestro compañero Kois en EL DIARIO.
Hace unas semanas estuve viendo en Netflix el documental La tierra es plana, donde se presenta una galería de los personajes más icónicos y referentes de este movimiento internacional que defiende que la tierra no es una esfera que gira por el espacio alrededor del Sol. La película nos ofrece un divertido y sorprendente recorrido por EEUU, donde vemos sus conferencias, sus delirantes experimentos y su frenética actividad en las redes sociales, especialmente mediante los videos de Youtube. Resulta curioso asistir a la conformación de una comunidad de personas que han comprometido sus ahorros, su tiempo y sus esfuerzos en demostrar unas teorías absurdas pero verosímiles.
Vemos como los tierraplanistas tienen una agudizada tendencia a sostener teorías de la conspiración, desprecian la ciencia por formar parte del engaño que nos hace vivir en una especie de gigante Show de Truman, derrochan creatividad para cuestionar las evidencias, inventan artilugios tremendamente ingeniosos para visualizar sus teorías y logran generar una identidad colectiva y un fuerte sentido de pertenencia grupal. Un tierraplanista nunca pierde un debate porque en una conversación solo persigue reafirmarse en sus ideas y nunca problematizarlas, resultando frustrante ver lo ineficaz que resulta apelar a la razón ante tanto despropósito.
Al final del documental tras haberse demostrado lo ridículo de estas ideas y los perversos mecanismos de reafirmación que las sostienen, terminas sintiendo lástima por esta comunidad de personas ingenuas y plagadas de frustraciones, soledad e incomprensión. Y te das cuenta de que algo falla en el sistema educativo, los medios de comunicación y la dinámica de las redes sociales que realimentan este fenómeno. El enorme auge de este movimiento es un reflejo de los efectos que tiene la popularización de la posverdad, de las afirmaciones falsas que tratan de influir en la opinión pública basándose en emociones y acríticas creencias previas.
Y es que precisamente, lo que se echa de menos en el documental es profundizar en los mecanismos psicosociales y las necesidades que nos llevan, en muchas ocasiones, a tener buenas razones para defender ideas equivocadas. Tras varios días dándole vueltas al fenómeno, llegué a la conclusión de que los tierraplanistas solo llevan hasta las últimas consecuencias una abstracción absoluta de la realidad, algo que desgraciadamente se encuentra cada vez más presente en la política, pensemos en Trump negando el cambio climático, y especialmente en el funcionamiento de la economía convencional. Así que nos podemos mofar de las ideas y experimentos tierraplanistas, pero no resulta tan sencillo y corriente que se cuestionen los postulados del tierraplanismo económico. Algunos de sus rasgos podrían ser :
- La creencia en la viabilidad de un crecimiento económico exponencial e infinito dentro de un planeta finito, con recursos limitados y muchos de ellos no renovables. Aunque parezca absurda es la hipótesis que sostiene el funcionamiento del capitalismo.
- No asumir que existen límites biofísicos que están siendo desbordados y que la economía es un subsistema que depende del correcto funcionamiento previo de la biosfera que la contiene.
- El desprecio por la ciencia económica crítica, y los contenidos y propuestas que desde hace décadas señalan nuevos enfoques. ¿Por qué los curriculums académicos y los medios de comunicación obvian las reflexiones, indicadores y herramientas propuestos desde la economía ecológica, la economía feminista o la economía social y solidaria?
- La confianza en indicadores que sólo miden intercambios monetarios, como el PIB, para valorar la salud de la economía. Esto nos lleva a despropósitos como medir positivamente la contaminación, las guerras o la mercantilización del ocio (puesto que generan intercambios monetarios) y penalizar la paz, el cuidado de los ecosistemas o las alternativas de ocio no consumistas (ya que no estimulan la economía). ¿Por qué no manejamos con la misma soltura indicadores como Huella ecológica, Indice de Progreso Real, Deuda Ecológica o Deuda de Cuidados?
- Aunque la evidencia científica lo desmienta, este pensamiento económico mágico considera factible y apuesta la sostenibilidad al desacople entre el crecimiento y el consumo creciente de energía y materiales gracias a nuevas tecnologías o a futuros inventos y descubrimientos.
- Nunca oirás afirmar a un economista que siguiendo el estilo medio de vida de la sociedad española, con todas sus desigualdades sociales, el planeta únicamente soportaría a 2.400 millones de personas. Lo que supone que sobra gente o que debemos reconocer que nuestro estilo de vida no es universalizable a nivel planetario, ni un ejemplo de lo que podemos considerar como “vida buena”.
El antropólogo de la ciencia Bruno Latour sostiene que de forma paradójica cuanto más socialmente construido es un hecho, más verdadero se vuelve y más difícil resulta refutarlo. Un tierraplanista no puede reconocer que está equivocado si no asume que aquello en torno a lo que ha vertebrado su identidad no es real, que va a tener que cambiar de amistades y de estilo de vida.
Algo similar le pasa a la economía con la ecología, desde hace varios años el Foro de Davos viene situando en los primeros puestos de cuestiones clave para para garantizar la estabilidad económica a medio plazo problemas ecológicos. Así, en su informe Riesgos globales (de la economía) entre los cuatro primeros puestos se encuentran el acceso al agua dulce, las crisis alimentarias y los errores en la adaptación al cambio climático. Un economista convencional se encuentra con el mismo dilema que un tierraplanista, puede llegar a asumir el diagnóstico pero no las consecuencias. Nunca le oiremos decir que estos riesgos solo se conjurarían curando la adicción al crecimiento y a los combustibles fósiles, con profundas transformaciones socioeconómicas y culturales.
Un marco de referencia útil para repensar la economía sería la «teoría del donut» de la economista Kate Raworth, que nos habla de la necesidad de definir un suelo de necesidades básicas que deben ser satisfechas universalmente y por debajo del cual no es posible una vida digna (ingresos, educación, sanidad, alimentación, energía, igualdad de género y equidad…); y de reconocer la existencia de un techo marcado por los límites ambientales que no podemos superar si queremos construir sistemas socioeconómicos perdurables (acidificación de océanos, clima, usos del suelo, agua…). El espacio seguro y justo para la humanidad se situaría entre esos umbrales, y las innovaciones socioambientales deberían orientarse a facilitar la reorganización de nuestras sociedades de forma que se haga viable este propósito.
La Universidad de Leeds ha aplicado este esquema a las economías nacionales de varias decenas de países y los resultados son pesimistas, todos los países con un suelo social amplio analizados han desbordado de forma preocupante su techo ambiental, y viceversa, en los que no han superado su techo ambiental las coberturas sociales mínimas no se encuentran garantizadas. El país que mejor parado sale en este balance sería Vietnam. El espacio justo y seguro solo podrá alcanzarse en el marco de la transición a sociedades postcapitalistas, no se trata de algo que podamos elegir sino de un imperativo.
En estos tiempos de debates sobre emergencia climática y crisis ecológica conviene no olvidar las raíces económicas de nuestros males. El día que nos riamos de las teorías de los economistas convencionales tanto como de los tierraplanistas, será un indicador de que ha subido nuestro nivel de alfabetización ecológica.