Igual que la piedra clave determina la construcción de un arco, dando estabilidad a la unión de las piezas situadas entre dos pilares, la soberanía alimentaria está en el centro de las acciones que nos permiten ent retejer una nueva alianza entre campo y ciudad que devuelva el protagonismo a productores y consumidores organizados. Un artículo de Kois, compañero del Foro Transiciones.
La periferia queda allí donde el asfalto se interrumpe, las calles acaban y empiezan los descampados, la invisible puerta de acceso al campo. Las periferias en muchos casos son barrios olvidados o despreciados por las instituciones, edificios de ladrillo visto habitados por personas con precariedades, necesidades y estilos de vida incomprendidos para la urbanidad bien pensante. La periferia es aquello que geográfica y simbólicamente queda fuera del centro, el lugar donde se clava el compás y desde el que se delimita lo que es relevante. Allí donde residen las personas afectadas por la desigualdad y la pobreza.
Hace unos días participaba en Vitoria-Gasteiz de la jornada Periferias que alimentan, organizada por el sindicato agrario EHNE Bizkaia, donde nos encontrábamos gentes de distintas ciudades que venimos trabajando desde entornos urbanos por la soberania alimentaria y el derecho a la alimentación, con quienes hacen lo propio desde el medio rural vasco. La alimentación es el elemento en torno al cual estamos estableciendo esa complicidad cognitiva entre el campo y la ciudad, después de décadas de incomprensión mutuas asistimos a la multiplicación de espacios de reencuentro
Las ignoradas problemáticas del medio rural (no se valora la actividad campesina, inviabilidad de rentas agrarias, políticas agrícolas que facilitan el acaparamiento de las ayudas por el agro-negocio, envejecimiento, abandono de los servicios públicos…) dialogan con la precaria situación de las periferias urbanas a través de las iniciativas agroecológicas de extrarradio.
La asamblea de personas en paro y precarias de Xixón, ligada a la asturiana Corriente Sindical de Izquierdas, lleva años impulsando una despensa solidaria para 150 familias, asesorías jurídicas gratuitas y otros proyectos de economía solidaria como una cooperativa de mudanzas. Hace cuatro años y tras vínculos con el asociacionismo rural, que se había movilizado contra procesos especulativos, conseguían la cesión de una explotación agrícola periurbana abandonada. En ella se lanzaron a poner en marcha un proyecto de producción ecológica de verduras y hortalizas, manzanas, sidra, huevos… orientada al autoconsumo y a la comercialización en proximidad, mediante grupos de consumo y vendiendo en los locales sindicales de la ciudad una vez por semana. Una iniciativa que a duras penas logra ser rentable económicamente y encontrar gente que apueste por profesionalizarse en un sector donde lograr la viabilidad es muy complicada, pero que lentamente ha logrado replicarse en dos fincas más de la zona sumando cerca de 8 hectáreas en cultivo. La fortaleza de la iniciativa es la convicción de que únicamente la solidaridad es capaz de enfrentar el individualismo y la victimización que sufren las personas en paro.
Desde otro de los “barrios sin retorno” como es el de Buenos Aires en Salamanca, contaba el párroco Emiliano, han logrado articular un proyecto que conjuga la apuesta por la permanencia en el medio rural, con la dignificación de la vida de los habitantes de un barrio marcado por la conflictividad, el narcotráfico y la cárcel. Un proyecto que se basa en la acogida de personas excluidas en los pisos y la casa parroquial donde conviven cerca de 20 personas, y su voluntad de abordar de forma comunitaria tanto el abandono del barrio como la improbable incorporación a un mercado de trabajo en crisis de las personas más vulnerables (exconvictos, personas sin papeles, sin estudios…). Un proceso que integra la reivindicación de los derechos sociales (alimentación, salud, educación…) con la puesta en marcha de iniciativas de economía solidaria que entre otras cosas se encargan del catering y los servicios a la comunidad en el medio rural cercano. Además huyendo de la estigmatización de la pobreza se negaron a colaborar con los bancos de alimentos y el reparto de bolsas de comida, así que les quedaba una única alternativa: la producción. Desde hace 5 años trabajan la tierra en terrenos baldíos que les han sido cedidos, produciendo alimentos para ellos, para grupos de consumo así como para las empresas de catering asociadas. La última aventura en la que se han metido es proceder a la transformación y envasado a pequeña escala para la comercialización.
En medio de la frenética actividad por conseguir planes de formación para el empleo y poner en marcha la despensa comunitaria, la Asamblea de Parados de Caserío de Montijo en la deprimida zona norte de Granada, se lanzaba en 2012 a ocupar un terreno abandonado junto al rio Beiro y convertirlo en huertos de autoconsumo. La universidad ha colaborado con la construcción de infraestructuras como un vivero y un invernadero, y ha facilitado el análisis de agua y tierras para certificar el cultivo ecológico mediante un sistema participativo de garantía. La producción se comercializa mediante grupos de consumo y en el ecomercado local. Reciben formación de agricultores profesionales de la vega y visitas de curiosos de todas partes, interesados en conocer lo que arrancó como una medida desesperada ante la emergencia alimentaria y evoluciona lentamente hacia un pequeño parque agrario autogestionado con sus huertas, sus plantaciones de frutales y olivos, el diseño de itinerarios peatonales o la custodia ante los vertidos ilegales de basuras.
En Pamplona (Iruña) ante la silenciada y oculta evidencia de que había gente que pasaba hambre, y la inexistencia de un comedor social municipal, surge en 2007 el comedor solidario Paris 365. Un proyecto apoyado por las redes de economía social y alternativa, mediante el cual se procede a habilitar un antiguo bar para convertirlo en un comedor que huyera de los estereotipos asistenciales. Los 365 días al año un reducido grupo de trabajadores y una media de 200 voluntarios al mes cocinan para otras 110 personas en dificultad social, al principio se trataba principalmente de varones migrantes procedentes del sector de la construcción, pero en la actualidad la mitad de las personas que asisten son familias autóctonas. Partiendo de una postura crítica con los bancos de alimentos, que solo canalizan los excedentes de la gran industria y no garantizan un acceso a una alimentación adecuada, priorizan la donación de excedentes por parte de pequeños productores, pequeñas empresas y particulares. Las ayudas más estables llegaron de los agricultores de Sanguesa que donan de formar regular cantidades que suman las cinco toneladas al año, o del vecindario del municipio de Gabardela donde cultivan una parcela de forma comunitaria para donar los productos al comedor, hasta lograr involucrar a la universidad pública de Navarra donde la facultad de agrónomos mediante un proyecto voluntario de aprendizaje-servicio cultivan para el comedor. A lo que se suma la puesta en marcha de una despensa solidaria con aspecto de supermercado, que abre tres días a la semana y donde las familias se autorregulan para coger los alimentos que necesitan.
El crecimiento exponencial de la agricultura urbana, la proliferación de grupos de consumo agroecológicos, las demandas crecientes de comedores escolares saludables y sostenibles o iniciativas para alimentar las periferias, como las descritas anteriormente, permiten sostener la vida en contextos de dificultad, a la par que replantean el absurdo funcionamiento del modelo agroindustrial. De forma local e imperfecta, con todas las limitaciones que se quiera, estas experiencias reivindican el valor de un trabajo socialmente necesario y ambientalmente sostenible mediante la necesaria producción de alimentos, generan empleo reconstruyen circuitos comerciales en proximidad, se sostienen en comunidades locales que establecen vínculos que van más allá de lo mercantil, se preocupan por las personas vulnerables, demandan profundos cambios en las políticas públicas, y defienden el territorio y la actividad campesina.
Relocalizar y democratizar el sistema agroalimentario es una tarea urgente, pues como dibujan los escenario s d el Informe Global Risk 2015 presentado por l as élites económicas y políticas del planeta en el pasado Foro de Davos, las principales amenazas para el conjunto de la economía global dentro de diez años ser á n el acceso al agua, errores en la adaptación al cambio climático y eventos climatol ó gicos extremos, así como profundas crisis alimentarias.
Ante diagnósticos como este y frente al secuestro de las políticas alimentarias por las grandes corporaciones y el sistema financiero, solo queda un camino: recuperar nuestra soberanía alimentaria. Igual que la piedra clave determina la construcción de un arco, dando estabilidad a la unión de las piezas situadas entre dos pilares, la soberanía alimentaria está en el centro de las acciones que nos permiten ent retejer una nueva alianza entre campo y ciudad que devuelva el protagonismo a productores y consumidores organizados.
Artículo publicado en EL DIARIO