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Recopilación de citas de la encíclica Laudato Si` del Papa Francisco.

Publicada en 19 octubre, 2015 de Foro Transiciones Publicado en: Sin categoría

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Laudato_Si es una lúcida, compleja y atrevida reflexión de la cabeza visible de la iglesia católica, que agrupa a 1.250 millones de personas en el mundo. En ella realiza un acertado diagnóstico de los retos socioecológicos a los que nos enfrentamos como especie, atreviéndose a avanzar propuestas que van desde el cambio de los estilos de vida, a la demanda de integrales políticas nacionales e internacionales. Una de las singularidades del texto supone la capacidad de poner en diálogo las nociones acuñadas desde el ecologismo (ecodependencia e iterdependencia, deuda ecológica, educación ambiental, biocapacidad, memoria biocultural…) con las reflexiones teológicas y de los evangelios. La mejor forma de valorar este relevante documento es leerlo directamente, aquí seleccionamos una serie de citas que creemos que ilustran su espíritu transformador.

El movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha generado numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la con­cientización. Lamentablemente, muchos esfuer­zos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confian­za ciega en las soluciones técnicas.

La tecnología que, liga­da a las finanzas, pretende ser la única solución de los problemas, de hecho suele ser incapaz de ver el misterio de las múltiples relaciones que existen entre las cosas, y por eso a veces resuelve un problema creando otros.

Nos cuesta reconocer que el funcionamiento de los ecosistemas naturales es ejemplar: las plantas sintetizan nutrientes que alimentan a los herbí­voros; estos a su vez alimentan a los seres carní­voros, que proporcionan importantes cantidades de residuos orgánicos, los cuales dan lugar a una nueva generación de vegetales. En cambio, el sis­tema industrial, al final del ciclo de producción y de consumo, no ha desarrollado la capacidad de absorber y reutilizar residuos y desechos. Toda­vía no se ha logrado adoptar un modelo circular de producción que asegure recursos para todos y para las generaciones futuras, y que supone limi­tar al máximo el uso de los recursos no renova­bles, moderar el consumo, maximizar la eficiencia del aprovechamiento, reutilizar y reciclar.

Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeo­rada por la degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las convencio­nes internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna.

El cuidado de los ecosistemas supone una mirada que vaya más allá de lo inmediato, porque cuando sólo se busca un rédito económico rápido y fácil, a nadie le interesa realmente su preserva­ción. Pero el costo de los daños que se ocasionan por el descuido egoísta es muchísimo más alto que el beneficio económico que se pueda obtener.

En algunos lugares, rurales y urbanos, la pri­vatización de los espacios ha hecho que el acceso de los ciudadanos a zonas de particular belleza se vuelva difícil. En otros, se crean urbanizaciones « ecológicas » sólo al servicio de unos pocos, don­de se procura evitar que otros entren a molestar una tranquilidad artificial.

El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar ade­cuadamente la degradación ambiental si no pres­tamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social.

Porque hay una verdadera « deuda ecológica », particular­mente entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso despro­porcionado de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos países.

La deuda externa de los países pobres se ha convertido en un instrumento de control, pero no ocurre lo mismo con la deuda ecológica. De diversas maneras, los pueblos en vías de desa­rrollo, donde se encuentran las más importantes reservas de la biosfera, siguen alimentando el de­sarrollo de los países más ricos a costa de su pre­sente y de su futuro. La tierra de los pobres del Sur es rica y poco contaminada, pero el acceso a la propiedad de los bienes y recursos para satis­facer sus necesidades vitales les está vedado por un sistema de relaciones comerciales y de pro­piedad estructuralmente perverso.

El problema es que no disponemos todavía de la cultura necesaria para enfrentar esta crisis y hace falta construir liderazgos que marquen caminos, buscando atender las necesidades de las genera­ciones actuales incluyendo a todos, sin perjudicar a las generaciones futuras. Se vuelve indispen­sable crear un sistema normativo que incluya lí­mites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas, antes que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma tecnoeconómico terminen arrasando no sólo con la política sino también con la libertad y la justicia.

Mientras tanto, los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad huma­na y el medio ambiente. Por eso, hoy « cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divini­zado, convertidos en regla absoluta »

Pero el poder conectado con las finanzas es el que más se resiste a este esfuerzo, y los diseños políticos no suelen tener amplitud de miras. ¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad de interve­nir cuando era urgente y necesario hacerlo?

La esperanza nos invita a reconocer que siempre hay una sa­lida, que siempre podemos reorientar el rumbo, que siempre podemos hacer algo para resolver los problemas. Sin embargo, parecen advertir­se síntomas de un punto de quiebre, a causa de la gran velocidad de los cambios y de la degra­dación, que se manifiestan tanto en catástro­fes naturales regionales como en crisis sociales o incluso financieras, dado que los problemas del mundo no pueden analizarse ni explicar­se de forma aislada.

Si tenemos en cuenta la complejidad de la crisis ecológica y sus múltiples causas, debería­mos reconocer que las soluciones no pueden lle­gar desde un único modo de interpretar y trans­formar la realidad. También es necesario acudir a las diversas riquezas culturales de los pueblos, al arte y a la poesía, a la vida interior y a la espiritua­lidad. Si de verdad queremos construir una eco­logía que nos permita sanar todo lo que hemos destruido, entonces ninguna rama de las ciencias y ninguna forma de sabiduría puede ser dejada de lado, tampoco la religiosa con su propio lenguaje

Dios niega toda pretensión de propiedad absoluta: « La tierra no puede venderse a perpetuidad, porque la tierra es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes en mi tierra » (Lv 25,23).

Quien se apropia algo es sólo para ad­ministrarlo en bien de todos. Si no lo hacemos, cargamos sobre la conciencia el peso de negar la existencia de los otros. Por eso, los Obispos de Nueva Zelanda se preguntaron qué significa el mandamiento « no matarás » cuando « un veinte por ciento de la población mundial consume re­cursos en tal medida que roba a las naciones po­bres y a las futuras generaciones lo que necesitan para sobrevivir ».78

Cuando se habla de « medio ambiente », se indica particularmente una relación, la que exis­te entre la naturaleza y la sociedad que la habi­ta. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero mar­co de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados. Las razones por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del funcionamiento de la so­ciedad, de su economía, de su comportamiento, de sus maneras de entender la realidad.

el crecimiento económico tiende a producir automatismos y a homogenei­zar, en orden a simplificar procedimientos y a re­ducir costos. Por eso es necesaria una ecología económica, capaz de obligar a considerar la rea­lidad de manera más amplia.

Las solucio­nes meramente técnicas corren el riesgo de aten­der a síntomas que no responden a las proble­máticas más profundas. Hace falta incorporar la perspectiva de los derechos de los pueblos y las culturas, y así entender que el desarrollo de un grupo social supone un proceso histórico dentro de un contexto cultural y requiere del continuado protagonismo de los actores sociales locales desde su propia cultura. Ni siquiera la noción de calidad de vida puede imponerse, sino que debe enten­derse dentro del mundo de símbolos y hábitos propios de cada grupo humano.

La desaparición de una cultura pue­de ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal. La imposición de un estilo hegemónico de vida ligado a un modo de producción puede ser tan dañina como la al­teración de los ecosistemas.

Dada la interrelación entre el espacio y la conducta humana, quienes diseñan edificios, barrios, espacios públicos y ciudades necesitan del aporte de diversas disciplinas que permitan en­tender los procesos, el simbolismo y los compor­tamientos de las personas. No basta la búsqueda de la belleza en el diseño, porque más valioso to­davía es el servicio a otra belleza: la calidad de vida de las personas, su adaptación al ambiente, el encuentro y la ayuda mutua. También por eso es tan importante que las perspectivas de los po­bladores siempre completen el análisis del pla­neamiento urbano.

En las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el principio del bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres.

Ademas, nuestra incapacidad para pensar seriamente en las futuras generaciones está ligada a nuestra incapacidad para ampliar los intereses actuales y pensar en quienes quedan excluidos del desarrollo. No imaginemos solamente a los pobres del futuro, basta que recordemos a los pobres de hoy, que tienen pocos años de vida en esta tierra y no pueden seguir esperando. Por eso, « además de la leal solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad intrageneracional »

En este sentido se puede decir que, mientras la humanidad del período post-indus­trial quizás sea recordada como una de las más irresponsables de la historia, es de esperar que la humanidad de comienzos del siglo XXI pueda ser recordada por haber asumido con generosi­dad sus graves responsabilidades.
La estrategia de compraventa de « bonos de carbono » puede dar lugar a una nueva for­ma de especulación, y no servir para reducir la emisión global de gases contaminantes. Este sis­tema parece ser una solución rápida y fácil, con la apariencia de cierto compromiso con el medio ambiente, pero que de ninguna manera implica un cambio radical a la altura de las circunstancias.

Hacen falta marcos regulatorios globales que impongan obligaciones y que impidan acciones intolerables, como el he­cho de que países poderosos expulsen a otros paí­ses residuos e industrias altamente contaminantes.

La sociedad, a través de organismos no gu­bernamentales y asociaciones intermedias, debe obligar a los gobiernos a desarrollar normativas, procedimientos y controles más rigurosos. Si los ciudadanos no controlan al poder político –na­cional, regional y municipal–, tampoco es posi­ble un control de los daños ambientales.

Es indispensable la continuidad, porque no se pueden modificar las políticas relaciona­das con el cambio climático y la protección del ambiente cada vez que cambia un gobierno. Los resultados requieren mucho tiempo, y suponen costos inmediatos con efectos que no podrán ser mostrados dentro del actual período de gobier­no. Por eso, sin la presión de la población y de las instituciones siempre habrá resistencia a interve­nir, más aún cuando haya urgencias que resolver. Que un político asuma estas responsabilidades con los costos que implican, no responde a la lógica eficientista e inmediatista de la economía y de la política actual, pero si se atreve a hacer­lo, volverá a reconocer la dignidad

Sabemos que es insostenible el comportamien­to de aquellos que consumen y destruyen más
y más, mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su dignidad humana. Por eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras par­tes.

El principio de maximización de la ganan­cia, que tiende a aislarse de toda otra considera­ción, es una distorsión conceptual de la econo­mía: si aumenta la producción, interesa poco que se produzca a costa de los recursos futuros o de la salud del ambiente; si la tala de un bosque au­menta la producción, nadie mide en ese cálculo la pérdida que implica desertificar un territorio, dañar la biodiversidad o aumentar la contamina­ción.

La política y la economía tienden a culpar­se mutuamente por lo que se refiere a la pobreza y a la degradación del ambiente. Pero lo que se espera es que reconozcan sus propios errores y encuentren formas de interacción orientadas al bien común.

Si « los desiertos exteriores se multipli­can en el mundo porque se han extendido los desiertos interiores », la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior. Pero también tenemos que reconocer que algunos cris­tianos comprometidos y orantes, bajo una excu­sa de realismo y pragmatismo, suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes. Les hace falta enton­ces una conversión ecológica.

Etiquetas: cambio global religión transición
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DEBATES ECONÓMICOS Y TRANSICIONES SOCIOECOLÓGICAS. Crónica Septiembre 2015 »

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