Nuestro compañerro Jorge Riechmann ha publicado este texto en la Revista 15-15-15
“Las desbrozadoras no han reemplazado a las guadañas porque sean mejores: su uso viene impuesto por nuestra actitud hacia la tecnología. Ni el uso de cada una ni el resultado tienen nada que ver aquí. Se trata de una cuestión religiosa, de fe en la complejidad. El mito del progreso manifestado en forma de herramienta.”[1]
Paul Kingsnorth
“Una inteligencia incapaz de revisar y transformar sus pautas de comportamiento, ¿puede llamarse inteligencia? La finalidad última de nuestras orgullosas prótesis tecnológicas, ¿consistirá en calcular el momento exacto de la destrucción de nuestra especie?”[2]
Alba E. Nivas
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He dicho más de una vez que cada vez que sentenciamos que cierto desarrollo humano (deseable o detestable) es irreversible, nos equivocamos. Ya se trate de derechos humanos o de tecnología punta, nos equivocamos. Así, por ejemplo, Santiago Alba Rico, igual que los propagandistas de las compañías telefónicas, parece convencido de que la digitalización es irreversible: “De este nuevo paradigma postletrado e incorpóreo no se puede ya escapar, salvo cataclismo nuclear”.[3] Pero desde hace tiempo, voces muy autorizadas han argumentado la implausibilidad de un futuro con internet (seguramente la más inimaginable de las pesadillas para esta sociedad que ha equiparado la digitalización con el progreso y la ha convertido en un credo tecnólatra): así, por ejemplo, Ramón Fernández Durán y Luis González Reyes en su monumental estudio En la espiral de la energía.[4] El ingeniero de telecomunicaciones Félix Moreno ha actualizado esta previsión, analizando la fragilidad sistémica de las sociedades hipertecnológicas.[5]
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