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Poscrecimiento y libertad: ¿ser libres con menos?

Publicado en 26 junio, 2025 por Foro Transiciones Publicado en Sin categoría

Nuestro compañero Florent Marcellesi publica este artículos en Green European Journal

Al poner de manifiesto la relación entre el imperativo del crecimiento y las crisis socioecológicas actuales, el poscrecimiento se ha abierto camino desde los círculos activistas hasta las instituciones políticas. Pero lo que hace que el sistema actual sea tan difícil de cuestionar es su asociación positiva con la libertad en la mente de la gente. Además, los movimientos negacionistas y reaccionarios no han escatimado esfuerzos para apropiarse de la libertad. Para conseguir la hegemonía cultural y política que transforme la sociedad, el poscrecimiento necesita su propia versión y narrativa convincentes de la libertad.

En mayo de 2023, tuvo lugar en el Parlamento Europeo la conferencia más grande, concurrida y transversal organizada hasta el momento sobre poscrecimiento.1 Fue, sin ningún lugar a duda, todo un éxito y un hito mayor para la reflexión teórica y práctica en cómo construir, dentro de los límites del planeta, prosperidad y bienestar en Europa más allá del crecimiento económico.2 Sin embargo, llama la atención el dato siguiente. No se dedicó ningún espacio de debate a un concepto básico y central de la batalla cultural y política de este decenio: la libertad.

Por su parte, las corrientes negacionistas y reaccionarias no han escatimado medios para hacer suya la libertad. Ellas se presentan como los verdaderos adalides de la libertad frente a las minorías woke y progresistas. En una inversión orwelliana de los significados y papeles entre agresor y víctima, dominante y dominado, insider y margnizalido,3 la libertad se ha convertido en su patrimonio casi exclusivo. A través de una neolengua resucitada, Donald Trump y Marine Le Pen se auto-erigen en Martin Luther King,4 mientras que la red de la desinformación, llamada X, enarbola la libertad de expresión. Al igual que en 1984, parece que de nuevo “la libertad, es la esclavitud”.

En este marco, la ecología —sea cual sea la corriente— es una diana prioritaria. Según su relato, llevamos años viviendo bajo la amenaza de una “dictadura climática”, ya sea con el Pacto Verde Europeo o la Agenda 2030. La internacional del odio responde a este supuesto “fanatismo verde” patrimonializando la “libertad”: libertad para perforar, libertad para volver a las energías fósiles, libertad para difamar a los ecologistas, o sea, libertad de sentido único, sin cortapisas ni limitaciones ecológicas y solidarias de cualquier tipo. El despertar es duro. Después de una década de hegemonía cultural climática,5 la ecología y el clima ya no venden tanto. Al revés, son presentados como enemigos de la “libertad”.

Esta reacción negacionista se da mientras la crisis climática no ha remitido sino todo lo contrario.6 Nuestro sistema económico y forma de vida actuales, basados en el crecimiento infinito de la producción y el consumo desenfrenado en un planeta definitivamente finito, siguen en un callejón sin salida. Gracias a la mejor ciencia disponible, sabemos que nos encontramos en un momento crítico a nivel socio-ecológico donde necesitamos más que nunca y de forma urgente mirar más allá del crecimiento para alcanzar futuros de bienestar sostenible y justo. 

Pero tener razón científicamente hablando no basta para convertir una idea correcta en dominante. También es necesario ganar los corazones de la gente y el imaginario colectivo. Siendo a día de hoy la libertad uno de los valores más preciados por la ciudadanía europea7 y ante la embestida de las extremas derechas, las corrientes del poscrecimiento necesitan entrar de lleno en la batalla conceptual y práctica en torno a la libertad. Es una condición necesaria para disputar la hegemonía cultural y política.

Para ello, necesitamos hacernos algunas preguntas básicas. Siendo un término tan polisemántico, ¿qué se entiende de forma mayoritaria exactamente por libertad a día de hoy? Pero más allá, ¿qué relación mantiene la libertad moderna con el sistema del crecimiento perpetuo? Y, sobre todo, ¿qué libertad tendría que defender el poscrecimiento?

Libertad y consumerismo, una visión minimalista

La libertad no es una constante antropológica. No era lo mismo ser libre en la Grecia Antigua de Aristóteles que ser libre en la Europa industrial de Adam Smith. No es lo mismo ser libre en boca de Trump que en la del subcomandante Marcos. Desde la libertad como acto conforme a la virtud y la razón hasta la libertad como ausencia de opresión pasando por la libertad como desahogo en las redes sociales, este concepto ha ido cambiando a lo largo de la geografía y de la Historia.

Dentro de esta evolución y disputa ideológica permanente, como bien recuerda la ensayista Sofia Rosenfeld, el sentido del término libertad, sobre todo desde la tradición estadounidense, tiende a asimilarse a la capacidad de elección.8 En un mundo dominado por el mercado capitalista, el homo economicus pasa su tiempo eligiendo —o soñando con elegir si no tiene capacidad adquisitiva suficiente— su ropa, su móvil o el destino de sus próximas vacaciones.

En este contexto, la libertad de elegir se convierte y confunde a menudo con la libertad individual de consumir. Esto conlleva que todo se pueda transformar potencialmente en objeto de consumo, incluso las libertades heredadas de la Ilustración como la libertad democrática, religiosa, educativa o sexual. La democracia liberal  —o, al menos, el uso que se hace de ella— tiene cierta tendencia desde el marketing a convertir a la ciudadanía activa en clientela pasiva donde vender una idea o a un político se diferencia poco de vender un match en Tinder o un lavavajillas.

Es la victoria ideológica neoliberal de Milton Friedman. Cuantas más opciones tiene el consumidor en su vida transformada en un mercado permanente, más libertad se disfruta, y vice-versa. En su intervención ante el Foro Económico Mundial de Davos de 2025 donde calificó el Green New Deal de estafa y cargó contra los coches eléctricos, Donald Trump lo resumió de forma simple, ni mucho rodeo: “vamos a dejar que la gente compre el coche que quiera comprar”.9 Fuera de cualquier marco regulatorio, la libertad individual de elegir y consumir lo que sea, como seña de identidad para un electorado resentido por su degradación socio-económica al mismo tiempo que premio para las multinacionales, prima sobre el interés general o el clima.

Por si fuera poco, la llegada al poder en Estados Unidos de los tecno-libertarios capitaneados por Elon Musk da una vuelta de tuerca más. La libertad individual y la eliminación de restricciones estatales, o directamente de las instituciones públicas, es el alfa y omega de su cruzada para deshacerse de cualquier barrera social y ecológica. Más allá de la dudosa eficacia del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), su puesta en marcha es sobre todo un aviso a navegantes: sobran el Estado y sus reglamentaciones, empezando por las reglas medioambientales y los mecanismos de solidaridad.10 Con una consecuencia clara: quién gana con la libertad muskiana son los más fuertes, la oligarquía y Silicon Valley, a costa de los colectivos más vulnerables y del planeta.

Pero ojo, y aunque pueda parecer paradójico, este libertarismo individualista a la vez que empresarial se acomoda muy bien con una concepción autoritaria y centralizada del poder, así como con una democracia iliberal. En este marco, como apunta Rosenfeld, “la libertad, reducida a la libertad de elección, permite mantener una apariencia de ética democrática, mientras que el sistema político se ha vuelto, en su mayor parte, autoritario”. Dicho de otro modo: liberalismo para unos pocos, autoritarismo para las mayorías.

El pacto fáustico entre libertad y crecimiento

Evidentemente, esta propuesta ideológica minimalista de la libertad, como mera capacidad consumista de elección, tiene poco o nada en cuenta las externalidades negativas socio-ecológicas de su modelo. Más bien en su versión más reciente y extrema, se acompaña de una retahíla de descalificativos y fake news hacia las políticas ecológicas y climáticas.11 Pero no nos equivoquemos. No hemos llegado por casualidad estos últimos años a esta concepción reducida de la libertad. Esto tiene raíces mucho más profundas.

En efecto, para entender nuestro presente y aún más desde una visión poscrecentista, es fundamental mirar la evolución de las ideas en torno a la libertad desde una perspectiva material e histórica. Las corrientes ideológicas, filosóficas o económicas dependen de las condiciones materiales, energéticas y tecnológicas de cada época y así mismo expresan una relación con el entorno socio-ecológico en el que evolucionan.

Tal y como Pierre Charbonnier analiza, en lo que él llama las “estructuras geo-ecológicas de la política”, la alianza entre libertad y crecimiento nace de forma incipiente en el siglo XVII y despega con la Revolución Industrial.12 A través de la explotación masiva de una nueva fuente de energía, el carbón —luego el petróleo y el gas—, y el uso intenso de las inmensas tierras y materias primas de las colonias conquistadas por la fuerza en América y, más adelante, en África, Europa occidental construye y expande sus Estados de bienestar, su desarrollo ilustrado y sus democracias modernas. Este sistema de “crecimiento extensivo” inaugura un nuevo régimen ecológico que, más allá de dar a luz a un nuevo sistema político y de producción, alumbra otras consecuencias que hoy en día siguen vigentes.

A los ojos de este nuevo régimen, la abundancia deja de ser solo un mito de la Antigüedad y pasa a ser una posibilidad real al alcance del ser humano. Terminada la era de la escasez y de las limitaciones físicas, los recursos ya no parecen ser finitos y por tanto nuestros deseos ya no parecen tener límites. A su vez, este nuevo cuerno de la abundancia abre la puerta a un nuevo concepto de libertad, concebido como autonomía individual y colectiva emancipada de toda dependencia material. De tal manera que satisfacer la abundancia y, por tanto la libertad, se convierte en una prioridad socio-económica y política. De forma estructural, a través de la asociación entre Estado y mercado, entre democracia y libre comercio, esto pasa por garantizar la expansión y disponibilidad permanente de nuevas fuentes de energía, materias primas y críticas, agua o tierra a nivel local y global. Sin crecimiento, no hay abundancia. Y sin abundancia, no hay libertad. Es el pacto fáustico de la libertad moderna.

Por tanto, en las sociedades industrializadas modernas occidentales,13 el crecimiento económico es lógicamente considerado y defendido, consciente o inconscientemente, como herramienta y condición esenciales para la libertad y sostén básico de la democracia. A su vez, el capitalismo de mercado que acompaña este sistema —apoyado y reforzado por el Estado— es consecuentemente visto a menudo como un ejemplo de libertad genuina. Como corolario, todo obstáculo al crecimiento puede ser a su vez considerado como un obstáculo a la libertad. Es decir, cualquier proyecto que choque frontalmente o al menos critique el dogma crecentista entra en colisión de forma intrínseca con el modelo de libertad dominante.

Desacoplar libertad y crecimiento

En este contexto, el reto del poscrecimiento ante la libertad moderna es mayúsculo. Al llamar abiertamente a construir de forma más o menos radical una sociedad próspera más allá del crecimiento, sin crecimiento o directamente con crecimiento negativo, las corrientes pos- o decrecentistas son muy difícilmente compatibles con la libertad consumista y crecentista. Evidentemente, proponer prohibir o restringir coches y energías contaminantes, o comportamientos despilfarradores, lleva la contraria no solo a la libertad sin regulación ecosocial sino también a la mera promesa de una abundancia material infinita. Incluso el simple hecho de mencionar que existen límites ecológicos puede ser entendido como una restricción de la libertad concebida desde el prisma de la no limitación.14

Pero por mucho que se enfrente de forma tan directa a la triada crecimiento-abundancia-libertad, el poscrecimiento no puede abandonar la lucha por la libertad. Primero porque la libertad es mucho más que la capacidad de elegir y consumir sin frenos en un mundo en continúa expansión. La libertad, y el debate sobre su sentido, existía antes de que el crecimiento se convirtiera en dogma socio-económico. Es perfectamente posible pensar y difundir otro concepto de libertad más allá de la no limitación. Por ejemplo, y en línea con pensadores como Philip Pettit o Jurgen Habermas, la libertad puede ser entendida como no dominación, seguridad y protección contra el poder arbitrario así como la emancipación ante cualquier subordinación.15

En este marco, las políticas públicas de justicia ambiental y social así como el Estado de derecho son piedras angulares para erradicar las dominaciones de unas personas o colectivos sobre otros.16 Reducir este “sobre-poder” y “poder-sobre” es una condición sine qua non para ampliar la libertad del “poder-hacer” de la mayor parte de la población y, al mismo tiempo, garantizar los derechos de las minorías y de las generaciones futuras. Para ello, ante la ofensiva tecno-libertaria y reaccionaria, reconectar la mismísima idea de Estado17 y de lo público como garante de una libertad que protege de los poderosos y de la ley de la jungla es una prioridad. Pero ojo, siendo consciente del papel histórico del Estado en la espiral mercantil y productivista y en la crisis ecológica, esto supone también repensar el Estado más allá de generar bienestar en base a más consumo y más crecimiento.18

Segundo, no tiremos toda la libertad moderna con el agua del baño crecentista. Por mucho que muchas libertades individuales hayan nacido al calor de la expansión material de los siglos XVII y XVIII, y con todas las contradicciones que esto conlleva, estas libertades —e incluso la propia democracia moderna— heredadas de la Ilustración son también el legado de la lucha contra el absolutismo, la intolerancia, la injusticia y el poder autoritario y arbitrario. La autodeterminación y autonomía, ya sea para la orientación política, religiosa, sexual o el desarrollo personal e íntimo de uno mismo, son bienes individuales y comunes a defender celosamente aún más ans ante los ataques a la democracia y los derechos civiles, políticos, sociales y culturales.19

Al mismo tiempo, es necesario tener en cuenta la paradoja que rodea estas libertades de los últimos siglos. En el pacto fáustico descrito anteriormente, la libertad ha sido pensada como nuestra posibilidad casi teológica de emanciparnos de cualquier dependencia material pero a la vez ha sido construida en base a un crecimiento material infinito en un planeta finito. En pleno siglo XXI, sabemos que este sueño prometeico no es posible para la mayor parte de la población. Dicha combinación de libertad y crecimiento, aún más en una sociedad de masas, solo se puede ser aprovechada de forma sostenida por unas minorías privilegiadas. Estas últimas gozan de una buena vida en sus guetos o países ultra securizados o sueñan con emigrar a Marte, mientras el resto lucha para sobrevivir, siendo la Tierra su único referente y horizonte.

Para no caer en estos escenarios eco-fascistas, es fundamental desacoplar la libertad del crecimiento. El proyecto poscrecentista de autodeterminación humana se parece más a una “libertad frugal”, es decir, una libertad donde gozar de ella supone el menor impacto socio-ambiental y huella material.20 De la misma manera que el movimiento decrecentista puso de moda el “vivir bien con menos”, podríamos usar el lema “ser libre con menos”. Al mismo tiempo, y aunque pueda parecer contraintuitivo en un principio, esta libertad de bajo impacto no tiene porqué renunciar tampoco del todo a la abundancia. Al igual que una sociedad del poscrecimiento no significa que todo tenga que decrecer, una libertad más allá del crecimiento tampoco significa que no pueda haber abundancia de placeres y actividades no productivistas.

A modo de ejemplo, en este marco de “ecologización de la libertad”, ser libre no es trabajar y ganar más para acumular más bienes materiales sino trabajar menos para tener más tiempo que permita cuidar más de su familia, de su entorno y de la democracia. Ser libre no es dedicarse (a menudo sin poder elegirlo) a cualquier actividad remunerada para elevar su estatus social sin tener en cuenta los efectos colaterales, sino poder trabajar en un oficio que dé más sentido a nuestra vida y aporte más valor ecológico y social al conjunto de la sociedad. De hecho, ser libre es poder llegar al fin del mes sin propiciar el fin del mundo, es decir, más seguridad y más sostenibilidad. Porque la libertad ejecutada de forma responsable y ecológica, justa y democrática hoy permite gozar de más libertad mañana o que otros gocen de ella fuera de nuestras fronteras geográficas y temporales.

Es apostar por la frugalidad en lo material y por la abundancia en otros ámbitos: solidaridad, calidad, sostenibilidad, democracia, bienestar, seguridad, protección y vínculos sociales. En otras palabras, es una resignificación profunda y positiva de lo que supone la libertad y una buena vida. Puede servir para ganar posiciones en la lucha contra la monopolización de la libertad por las corrientes negacionistas y reaccionarias, recuperar la iniciativa del relato y así situar al poscrecimiento como alternativa transversal y para mayorías, deseable y creíble.

Asimismo, aún más en un momento histórico de ensimismamiento generalizado y a diferencia de imaginarios de repliegue que a veces se dan en el movimiento ecologista,21 es una estrategia a la ofensiva para llevar la batalla por la hegemonía en el campo de los valores realmente existentes en la sociedad europea. Con una meta: hacer que ser libres y sostenibles, más allá del crecimiento, sean dos caras de la misma moneda.


  1. El programa se puede consultar aquí: https://www.beyond-growth-2023.eu ↩︎
  2. Entendido como crecimiento del PIB como medida del bienestar y fin último de las economías modernas. Para una crítica de este concepto véase por ejemplo Marcellesi, Gadrey y Barragué (2012): Adiós al crecimiento. Vivir bien en un mundo solidario y sostenible, El Viejo Topo. ↩︎
  3. Los incels son víctimas de las mujeres, los blancos de los negros, los heterosexuales de los homosexuales, etc. ↩︎
  4. Ambos se han comparado con Luther King: Trump, mientras ordenaba deportar a migrantes fuera de EEUU, el 20 de enero del 2025 y Le Pen, tras ser condenada por desvío de fondos públicos, el 6 de abril de este mismo año. ↩︎
  5. Desde el Acuerdo de París hasta el Pacto Verde Europeo europeo, pasando por el Laudato Sí del Papa y las movilizaciones climáticas de la juventud pre-pandemia. ↩︎
  6. Hasta salen informes que ya prevén escenarios de subida de 4ºC de temperatura en países de Europa Occidental como Francia. ↩︎
  7. Principalmente la libertad de expresión pero también la libertad de movimiento o de religión. Véase el último “Winter Survey 2025” del Parlamento Europeo. ↩︎
  8. Marion Dupont (2025). Entrevista a Sophia Rosenfeld : « Notre conception moderne de la liberté est calquée sur le modèle consumériste », Le Monde, 04 de febrero de 2025. ↩︎
  9. Remarks By President Trump at the World Economic Forum, The White House, January 23, 2025 ↩︎
  10. Ya sea la supresión de la financiación de la Agencia de Medioambiente (EPA) a favor de las renovables, el desmantelamiento del departamento de educación federal o el fin de la ayuda internacional al desarrollo vía USAID. ↩︎
  11. Es una seña de identidad de las nuevas derechas reaccionarias cuyo resultado directo es, entre otras cosas, el ataque a las políticas medioambientales por ejemplo en el Parlamento Europeo. ↩︎
  12. Charbonnier, Pierre (2020): Abondance et liberté. Une histoire environnementale des idées politiques, La Découverte, Paris ↩︎
  13. Al mismo tiempo, es perfectamente posible construir un pacto crecimiento-abundancia sin libertad. Es el modelo chino. ↩︎
  14. Carlotta Terhorst (2021): Degrowth and the meaning of freedom, ISCTE-Instituto Universitário de Lisboa. ↩︎
  15. Para Pettit, “un agente domina a otro, si y sólo si tiene cierto poder sobre ese otro, y en particular, un poder de interferencia arbitrariamente fundado”. ↩︎
  16. Sea entre clase enriquecida y empobrecida, empresarios/as y empleados/as, acreedores y deudores, hombres y mujeres, padres e hijos/as, heterosexuales y personas LGTBIQ+, burócratas y ciudadanía, gobiernos y minorías, países coloniales y colonizados, etc. ↩︎
  17. Entendido de forma amplia como gobierno de una región, de un país o conjunto de país (por ejemplo la UE). ↩︎
  18. Véase por ejemplo Marcellesi, F. (2013): “¿Más allá del Estado?”, revista Ecología Política, nº45. ↩︎
  19. Como bien podemos comprobar por desgracia en los países donde la extrema derecha gobierna como en Hungría o Estados Unidos y donde además el advenimiento de una democracia iliberal es una posibilidad real. ↩︎
  20. Es la aplicación ecológica del “principio de no daño” de John Stuart Mill que, de hecho, encontramos de forma aligerada e incipiente en el “do not significant harm” de la legislación europea. ↩︎
  21. Por ejemplo el decrecimiento —que fue del todo útil para llamar la atención en las décadas anteriores— tienen demasiados límites semánticos, políticos y culturales como para representar una alternativa transversal de superación del sistema crecentista actual. Por su parte, el término colapso tiene una alta carga desmovilizadora y determinista, y es justo lo contrario de lo que necesitamos hoy: movilización, organización y esperanza en un mundo complejo e incierto.  ↩︎

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