Artículo publicado por nuestro compañero Florent Marcellesi en EL DIARIO.
Australia arde y los temporales se ceban con la costa española. Donald Trump y Greta Thunberg se encaran en Davos. El cambio climático es una realidad científica y empírica. Y es un campo de batalla político. Afortunadamente, tanto el Parlamento Europeo como el Gobierno español son más de Greta que de Trump y han declarado la emergencia climática. En cuanto a la Comisión Europea, sin llegar a sumarse al carro de la emergencia, ha puesto su Green New Deal, o sea el «Pacto Verde Europeo», como prioridad de su mandato para los cinco próximos años. Al menos en Europa soplan vientos favorables a la transición ecológica. Pero ¿serán vientos suficientes para llegar a buen puerto climático?
Sin duda son pasos adelante. El mero hecho de marcar la lucha climática como eje central y transversal a nivel europeo y español abre perspectivas de acción potentes. Lanza un mensaje claro tanto a actores privados como públicos para inversiones y cambios estructurales. La era de los combustibles fósiles tiene que quedar atrás y el futuro pertenece a la descarbonización de la economía. El viejo continente rejuvenece gracias a la acción climática y, ante el negacionismo o inacción de otras grandes potencias, hasta la UE tiende a liderarla a nivel mundial. Las velas del futuro son velas climáticas.
Ahora bien, que Europa lidere no significa que esté a día de hoy a la altura de las expectativas climáticas. Si bien vamos en dirección correcta, el barco europeo va lento, demasiado lento, y es probable que le pille la tormenta en plena mar antes de terminar la travesía. En otras palabras, las metas climáticas de la Comisión Europea son insuficientes. Cumplir con el acuerdo de París supone aumentar en gran medida la ambición europea a largo plazo, adelantando a 2040 la neutralidad climática, como a corto plazo, aumentando a 65% la reducción de CO2 para 2030. La carabela española tiene los mismos retos: acorde con unas metas europeas más ambiciosas, tendríamos que hablar para España de neutralidad climática también para 2040, en vez de 2050, y de 55% de reducción para 2030, en vez de 21%.
En cuanto a contenido y si bien el Acuerdo Verde Europeo apunta maneras, el barco europeo solo está cargado a medias. De poco sirve proclamar un nuevo horizonte verde si al mismo la UE subvenciona actividades dañinas para el clima como una Política Agraria Común (PAC) intensiva en energía sucia y emisiones de CO2, es un paraíso fiscal para el queroseno de los aviones o alienta tratados de comercio e inversiones climaticidas. Para evitar estas corrientes equivocadas, es fundamental que la UE vincule su presupuesto con los objetivos climáticos de París y que la mitad de dicho presupuesto de la UE se invierta en acciones climáticas. Al mismo tiempo, la nueva PAC tendría que vincular sus subsidios a la agricultura ecológica y la alimentación sana, que haya una tasa sobre el queroseno y que cualquier acuerdo comercial con terceros países tendría que ser supeditados al Acuerdo climático de París.
Al mismo tiempo, está claro que estas diferentes medidas supondrán cambios profundos en muchos sectores económicos y en muchos empleos. Con la lección aprendida de «>los chalecos amarillos, sabemos que la transición ecológica será justa o no será. Es por tanto buena noticia que la transición justa sea una de las brújulas de la Comisión Europea y del Gobierno español. Una transición ecológica exitosa y mayoritariamente aceptada es una transición que no deje a nadie de la tripulación atrás y que luche contra la desigualdad. Y para que ecología y solidaridad vayan de la mano, es fundamental que el acceso de los Estados miembros al Fondo de transición justa creado a nivel europeo esté condicionado a los planes nacionales de eliminación de combustibles fósiles para el carbón, el petróleo y el gas.
Por último, llegar a buen puerto también implica planificar de forma coherente la ruta. Es decir, no prometer una cosa y su contrario. Y no se puede prometer por un lado alcanzar la meta del Acuerdo de París y alcanzar el crecimiento económico. Como el propio Gobierno español reconocía en 2018, España no logra desacoplar el crecimiento económico y las emisiones de gases de efecto invernadero. Y tampoco está pasando de forma global. En este sentido, es preocupante escuchar a la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, cuando dice que «el Acuerdo Verde Europeo es nuestra nueva estrategia de crecimiento». O leer en el acuerdo de gobierno entre PSOE y Unidas Podemos que la primera medida es «consolidar el crecimiento».
Recordemos una vez más que es imposible crecer de forma infinita en un planeta finito. Ante esta realidad tozuda, un capitán o capitana valiente toma el timón contra viento y marea. Reconoce que estamos entrando en la era postcrecimiento y evalúa las implicaciones del fin del crecimiento en nuestro modelo económico y social para identificar a continuación los cambios organizativos, legislativos y socio-económicos que vendrán en consecuencia. Además, adopta indicadores alternativos más allá del incompleto PIB para medir nuestra riqueza social y ecológica, empezando por las desigualdades y la salud del Planeta. Tanto la UE como España pueden capitanear esta reflexión imprescindible para culminar una transición ecológica y justa exitosa.
Hay vientos a favor para la emergencia climática pero todavía muchos arrecifes que evitar por el camino antes de avistar y llegar a tierra.