Los últimos meses hemos asistido a una sucesión de intrigas en el Juego de Tronos de la política institucional, que nos tiene atrapados como adictos a una serie. Los debates cruzados en Twitter entre líderes, la política de alianzas de determinado partido o las maniobras de las élites para lograr la investidura de Mariano Rajoy… son tema recurrente de nuestras conversaciones porque somos conscientes de lo mucho que nos jugamos. Lo malo de que esta política espectacularizada acapare tanto nuestra atención es que cada vez somos más espectadores y menos protagonistas, aumentando nuestra dependencia de la agenda mediática, el corto plazo y sus urgencias. Mientras pensamos que nuestra vida se juega en esas decisiones, hay cuestiones que van a determinar radicalmente nuestro futuro en el medio plazo que están pasando desapercibidas o quedan arrinconadas en la esfera pública.
Cuando dentro de unos años volvamos la vista atrás todo esto nos parecerá un paleofuturo, una de esas imágenes del futuro realizadas en el pasado, que con el discurrir del tiempo se han ido quedando obsoletas . Vestigios de promesas incumplidas sobre futuros lejanos (novelas de ciencia ficción, cómics, publicidad, programas políticos …), r eliquias capaces de transmitir el espíritu de una época. Y a que vistos con nuestros ojos son como la ropa vintage , artefactos pasados de moda pero muy actuales, pues seguimos rehenes de sus valores y mitos (progreso, optimismo tecnológico, ausencia de cultura de los límites…). Somos hijos de nuestro tiempo más que de nuestros padres, afirmaba el escritor italiano Benedeto Crocce, lo que nos lleva a que solo seamos capaces de percibir de forma superficial los paleofuturos que nuestra sociedad está construyendo en la actualidad.
La li teratura de ciencia ficción tiene un género que es la ucronía o novela histórica alternativa, basada en el desarrollo de mundos a partir de un punto en el pasado donde algún acontecimiento extensamente conocido sucedió de forma diferente a como ocurrió en realidad (no se han extinguido los dinosaurios, los indígenas resisten la colonización en Norteamérica, los nazis ganaron la II Guerra Mundial…). El juego es especular sobre realidades alternativas ficticias a partir de un momento en que cambia la historia, ese acontecimiento o momento singular es denominado Punto Jonbar.
Todo apunta a que nos encontramos transitando un Punto Jonbar, que atravesamos un o de esos mo mentos relevantes que van a determinar la historia futura. En función de las grandes decisiones que se tomen en estos años respecto a cuestiones que están fuera de la agenda política como el cambio climático, la crisis energética, la contaminación, la extracción de recursos… se condicionarán de forma irreversible los contextos en los que seguir tomando decisiones. No es de extrañar, por tanto, que vivamos un momento en el que para tratar de pensarlo y describirlo aparezcan de forma recurrente nociones como transiciones, bifurcación, divergencia…
Una de las reflexiones más rigurosas y clarividentes sobre la situación en la que nos encontramos sería el trabajo realizado por Fernando Prats, Yayo Herrero y Alicia Torrego en el libro La Gran Encrucijada. Un texto impulsado desde el Foro Transiciones, que puede descargarse libremente, donde se plantea un diagnóstico científicamente irrefutable del nivel de deterioro en el que se encuentran los eco sistemas que sostienen la vida, identificando la singularidad del cambio de ciclo histórico en el que nos encontramos con el desbordamiento de los límites de la biosfera inducido por los actuales patrones de desarrollo.
Diferentes actores clave del mundo global confirman un consenso creciente en torno al diagnóstico, el catastrofismo se va institucionalizando : Naciones Unidas y sus informes a través del Panel Intergubernamental IPCC, Obama afirmando que somos la última generación con capacidad de revertir el cambio climático, el Foro de Davos y su informe sobre los riesgos globales que dibuja n un escenario a quince años donde las mayores amenazas serán la falta de acceso al agua potable, las crisis alimentarias y las consecuencias de no haber realizado adaptaciones al cambio climático; la NASA y su aviso del previsible desastre civilizatorio si no se toman medidas radicales en las próximas décadas; o recientemente el Papa Francisco a través de su encíclica Laudato Si…
S e van acumulando trabajos y simulaciones que de forma consistente confirman que corremos hacia el precipicio. N uestro problema no es de falta de información fiable para tomar decisiones sino de falta de voluntad para asumir las implicaciones socioeconómicas y culturales de los diagnósticos. En este contexto u no de los principales valores de La Gran Encrucijada sería el de plantea r la necesidad de asumir un “ciclo de excepción y emergencia” para orientar la salida a la crisis actual y haber logrado realizar transformaciones clave a mediados de siglo, apuntando propuestas para configurar Estrategias-País especialmente en los campos relacionados con la energía, el clima, los sistemas naturales y alimentarios o las ciudades.
El futuro ya no es lo que era, d ebemos renunciar a la idea lineal de progreso y desterrar la creencia de que hay un final feliz asegurado a la vuelta de la esquina. Tenemos entre manos una doble tarea, por un lado ayudar a que nuestras sociedades miren el abismo de cara a evitarlo en la medida de lo posible, y, por otro, mostrar la viabilidad práctica que haga deseable otras formas de organización social. Y es un reto que debemos hacer a contracorriente, pues desgraci a damente los decisores políticos, el mundo de la cultura o los medios de comunicación, son mayoritariamente indiferentes ante las cuestiones ecológicas. Nos encontramos, como dice el proverbio árabe, con la dificultad de despertar a alguien que se hace el dormido.
Hace 70 años diversos países encontraron su “excepción” en la lucha contra el nazismo, lo que obligó a reorientar las prioridades políticas y económicas, financiando un cambi o radical d el funcionamiento de su modelo productivo. La economía de guerra supuso un esfuerzo por modificar el funcionamiento de la industria pesada y de las fábricas, se reorganizó el funcionamiento del sistema alimentario (huertos y granjas urbanas, producción y consumo de proximidad, lucha contra el despilfarro…), las mujeres se incorporaron masivamente a l desempeño de tareas tradicionalmente masculinas, hubo un apuesta por comunicar e implicar a la ciudadanía en un a estrategia colectiv a que dota ra de sentido a sus restricciones y gestos individuales… Un acelerado cambio de políticas, de formas de satisfacer las necesidades y de imaginarios culturales que contaron con una fuerte complicidad ciudadana.
Aun odiando el militarismo y las metáforas bélicas, pocas imágenes pueden ser tan acertadas a la hora de describir cómo deberíamos estar enfrenta ndo el reto ecológico. Plantear la necesidad de un “periodo de emergencia” supone interrogarnos sobre la forma en que se logra movilizar la voluntad de una sociedad, ante un reto común de tal magnitud, y dónde pueden surgir los liderazgos que lo hagan posible. No es tiempo de lament arse por las dificultades, al ecologismo le toca hacer su parte y dejar el optimismo para tiempos mejores.
Ante las quejas del poco impacto que tenían las demandas por la abolición de la esclavitud y los esfuerzos que suponía publicar libros y manifiestos, H. D. Thoreau, uno de los pioneros de la desobediencia civil, solía contestar: «¡Cuántas veces la lectura de un libro no ha sido la encrucijada que ha cambiado de curso la vida de una persona!». Así que no despreciemos el modesto valor de los libros y de nuestras acciones, manejemos el texto de La Gran Encrucijada como una herramienta ideal para sensibilizar, hacer pedagogía, argumentar propuestas y reorientar prácticas. Usémoslo para organizar d iscusiones en torno a un plan de trabajo más que para montar tertulias en torno a una mesa. Hoy es el futuro.
Artículo publicado en EL DIARIO.