Artículo publicado en CTXT por nuestro compañero Fernando Prats.
Vivimos tiempos convulsos en los que es imprescindible apuntar rumbos de navegación para afrontar lo que se configura como una auténtica crisis de civilización. Y, para ello, resulta fundamental saber interpretar cada acontecimiento en sí mismo, pero también con relación a un cambio que es sistémico y de época.
Sobre las últimas medidas energéticas aprobadas por el Gobierno para hacer frente al shock energético provocado por la invasión de Ucrania, más allá de los detalles, cabe apuntar que han instrumentado con carácter urgente toda una serie de actuaciones –básicamente, límites de precios, reducción de la demanda y apoyo a los sectores más afectados– para atemperar temporalmente sus efectos, aunque, por lo tanto, su alcance será limitado respecto a las tendencias de fondo que se exponen más adelante.
Lo que se puede echar de menos en las recientes actuaciones gubernamentales es que su aprobación parlamentaria no vaya acompañada de un despliegue mucho más ambicioso de información y debate social sobre la dimensión de los cambios energéticos (y generales) por venir; una campaña que llegara a todos los rincones del país para tratar de evitar que cunda el desconcierto y para construir un relato congruente y compartido desde el que afrontar, más allá de las leyes, lo que se apunta como un cambio cultural, de formas de vida y de ciclo histórico.
Para justificar dicho requerimiento, se apuntan a continuación una consideración general seguida de cuatro hipótesis plausibles, relacionadas con las tensiones que se arrastran desde hace tiempo entre economía, energía y desbordamiento ecológico global.
Respecto a la consideración general, solamente subrayar que, más allá de la cuestión energético-climática, estamos afrontando un desbordamiento crítico de otros límites biofísicos clave para la preservación de la vida actual en el planeta. Por dar una referencia ampliamente reconocida, cabe señalar los trabajos dirigidos por J. Rockström (Universidad de Estocolmo) hace ya más de una década, Planetary boundaries, en los que se identifican hasta nueve límites biofísicos clave (siete identificados), de los que la mayoría ya han sido o tienden a ser desbordados por las lógicas socioeconómicas vigentes.
Sobre las cuatro hipótesis plausibles que alumbran la necesidad de un debate abierto sobre el futuro energético (y general), se apuntan los titulares de sus contenidos esenciales.
● Las tensiones entre crecimiento socioeconómico, disponibilidad energética a bajo coste y extralimitación ecológica, tienen ya carácter estructural y no dejan de agravarse. Existían antes de Ucrania, se han exacerbado con la guerra y, si no hay cambios de fondo significativos, volverán a manifestarse, antes o después, tras la finalización del conflicto.
● La disponibilidad (en los tiempos necesarios) de energía a coste asequible a partir de la combinación de los sistemas renovables y la ecoeficiencia no es equiparable, sino significativamente menor, a la suministrada por unos combustibles fósiles que, a su vez, se encuentran en fase crítica o descendente.
● El aumento de las contradicciones entre las lógicas del crecimiento material ilimitado y la reducción del desbordamiento ecológico conduce a dos posibles escenarios: 1) a un colapso global por estrangulamiento de la oferta energética y, o, el desbordamiento crítico de los límites biofísicos; y 2) al decrecimiento socioeconómico y energético hasta cotas compatibles con una combinación sostenible de sistemas renovables y ecoeficiencia.
● La opción post-crecentista propiciaría la transición hacia sociedades más sencillas, más territoriales, basadas en sistemas renovables, con prioridades centradas en garantizar una vida digna/justa a todas las personas en un planeta habitable y conllevaría la modificación de las pautas de vida y consumo propias de los países más ricos.
A modo de síntesis de lo que sugieren esas cuatro hipótesis, cabe traer a colación cierto contenido del informe realizado por la Agencia Europea de Medioambiente en 2015 (año de la cumbre de París) El medioambiente en Europa: “Un análisis de conjunto denota que ni las políticas medioambientales ni la mejora de la eficiencia a través de la tecnología, bastan por sí solas, para lograr los objetivos de 2050. Vivir bien sin rebasar los límites ecológicos requiere transformaciones fundamentales en los sistemas de producción y consumo, responsables últimos de las presiones ambientales y climáticas. La propia naturaleza de estas transiciones hará necesarios cambios de gran calado en las instituciones, las prácticas, las tecnologías, las políticas, los estilos de vida y el pensamiento predominante”.
En ese contexto cabe preguntarse sobre cuál sería la energía per cápita que permitiría cubrir las necesidades de una vida digna para todas las personas en un planeta habitable. Un grupo de universidades – Leeds (Reino Unido), Lausana (Suiza), Yale (EE.UU.) y el Instituto Internacional para el Análisis de Sistemas Aplicados de Austria– publicaron en 2020 un informe en la revista científica Global Environmental Change con el título “Proporcionar una vida digna con un mínimo de energía”que contiene interesantes consideraciones.
El trabajo analiza 119 países y, tras imputar una visión realista de implementación tecnológica, concluye que la energía necesaria para sostener una vida digna para todos los habitantes de la Tierra podría suponer unos 500 vatios por persona y año (muy lejos de los 9.000 vatios de EE.UU. y Canadá, menos de la mitad de los 1.500 vatios estimados como ratio mínimo por la Agencia Internacional de la Energía y en línea con los consumos de muchos países latinoamericanos, africanos y asiáticos), lo que facilitaría extraordinariamente poder cubrir el correspondiente suministro por sistemas renovables en un tiempo récord.
Más en concreto, el estudio estima que, desde el punto de vista energético, el concepto de “vida digna” permitiría “disponer de servicios altamente eficientes para cocinar, mantener los alimentos o lavar ropa; 50 litros de agua caliente para el baño; una temperatura en los hogares de 20ºC todo el año; acceso a ordenadores conectados a tecnologías de la información; una red de transporte que proveería entre 5.000 y 15.000 km al año por persona y año; y un servicio de sanidad universal y una educación gratuita para todos entre los 5 y 19 años”.
En todo caso, más allá de la discusión sobre las estimaciones cuantitativas del consumo de referencia y sus prestaciones, cuestión harto compleja en un mundo tan diverso, este tipo de aproximaciones tienen el valor de enfrentar a gobernantes y ciudadanos ante la enorme dimensión del cambio en los patrones de vida que, de forma muy singular, habría que asumir en los países más ricos del planeta.
Habría que preguntarse si las restricciones actuales deberían aprovecharse para iniciar cambios de paradigmas con progresivas reducciones del consumo
Incluso, habría que preguntarse si las restricciones actuales deberían aprovecharse para convertir la emergencia en oportunidad estratégica e iniciar una senda de cambios de paradigmas y lógicas socioeconómicas con progresivas reducciones del consumo energético (carbón, petróleo, gas y nuclear) y de otros materiales estratégicos para adaptar la huella de carbono y ecológica a escenarios neutrales en veinte años. No nos engañemos, más allá de la pugna europea con Rusia, o se afrontan estrategias de eficiencia y reducción consciente de la demanda energética, acompañadas de amplios programas redistributivos, o no será posible equilibrar la huella ecológica producida por la sociedad y la biocapacidad de los territorios y el planeta.
Volviendo a lo dicho en las primeras líneas, es evidente que necesitamos un amplio debate en el país sobre la energía y el futuro. Así lo reclamó el Foro de Transiciones en “Sr. Presidente, abramos un gran debate” en mayo de 2020 y como allí se apuntaba, solo así podrá la sociedad participar conscientemente en unas transformaciones por llegar que habrán de ir mucho más allá de las aprobadas recientemente y que plantearán amplios problemas socioeconómicos y políticos. El apoyo activo de la ciudadanía es imprescindible para darle sentido al cambio, porque sin visiones compartidas y justas lo más probable es que las resistencias sociales crezcan, los cambios sean inviables y el oportunismo, las posiciones populistas y la disgregación social se fortalezcan.