Artículo publicado por nuestro compañero Jose Luis Fdez. Casadevante en EL DIARIO
Las últimas olas de calor nos dejan dos certezas, la primera es que necesitamos protegernos de estos fenómenos extremos que cada vez serán más recurrentes y agresivos, la segunda es que habilitar refugios individuales resulta inviable económica, energética y ambientalmente. Mientras el mercado se encargará de lucrarse refrescando a los privilegiados, lo público debería ejercer de salvaguarda colectiva del derecho a la salud.
Uno de los padres de la bioeconomía, Georgescu Roegen, afirmaba que la base de una acción ecologista se basaba en minimizar los remordimientos futuros. Hacer lo que sabemos que debemos hacer, decir lo que sabemos que toca decir. La adaptación de las ciudades a estos fenómenos meteorológicos extremos pasa, en el corto plazo, por desplegar una red de refugios climáticos, capaz de hacerse cargo del conjunto de la población durante las situaciones de emergencia. Y en el largo plazo, por renaturalizar el espacio urbano para mitigar el efecto isla de calor que provoca la concentración de asfalto y de materiales pétreos que retienen la temperatura.
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