Artículo de nuestra compañera Yayo Herrero en CTXT
El próximo año se cumple el 50 aniversario de la publicación del informe sobre los límites del crecimiento que auspició el Club de Roma. En él se plasmaba con nitidez la inviabilidad del crecimiento permanente de una población y sus consumos y se alertaba de que, en un mundo físicamente limitado, el aumento de la extracción de materiales, de la contaminación de aguas, tierra y aire, de la degradación de los ecosistemas, así como del incremento demográfico, no era posible. Aquel informe advertía que, de no frenarse la tendencia al crecimiento exponencial de la dimensión material de la economía, se desestabilizarían lo ciclos naturales básicos, se alcanzaría el declive en la extracción de minerales, se produciría una importante pérdida de biodiversidad y de seres vivos, y un descenso muy significativo de la población humana.
Treinta años después, una actualización del informe evidenciaba que la tendencia se había profundizado y, desde finales de los años ochenta del siglo XX, nos encontramos en una situación de “translimitación”. Los estilos de vida actuales –asimétricos y desiguales– están colapsando las funciones ecosistémicas y agotando los bienes no renovables sobre los que se apoya la producción de bienes y servicios y la regeneración de los sistemas vivos.
La fantasía del progreso material ilimitado se interrumpió a partir de finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo pasado. El crecimiento económico, directamente acoplado al uso de materias primas y a la generación de residuos, se estanca y retrocede inevitablemente. Otra cosa es que surjan diferentes burbujas que hacen crecer los agregados monetarios coyunturalmente, hasta que estallan y se llevan por delante la riqueza ficticia creada.
Las posibilidades de crecimiento en un “mundo lleno” se ven seriamente comprometidas y los diferentes procesos de acumulación por desposesión se han visto intensificados. Se ha acelerado el desplazamiento de poblaciones campesinas y la formación de un proletariado sin tierra, muchos bienes públicos o comunales están siendo privatizados; para mucha gente, el acceso a la vivienda, energía o agua se dificulta y se agudizan los fenómenos de explotación, semiesclavitud y precariedad vital para el conjunto de todos los seres vivos. Las violencias de todo tipo crecen.
El capitalismo mundializado ha “perfeccionado” los mecanismos de apropiación de tierra, agua, energía, animales, minerales, urbanización masiva, privatizaciones y explotación de trabajo humano. Los instrumentos financieros, la deuda, las compañías aseguradoras, y toda una pléyade de leyes, tratados internacionales y acuerdos allanan el camino para que estructuras económicas transnacionales despojen a los pueblos, destruyan los territorios, desmantelen la red de protección pública y comunitaria que pudiese existir y criminalicen y repriman las resistencias que surjan.
Todas estas cuestiones fueron advertidas hace mucho tiempo, pero en sociedades que han identificado la precaución y el cuidado con la cobardía y el arriesgar la vida con el valor, no se han escuchado. Incluso la información que provenía de la mejor ciencia disponible ha sido tildada como “ceniza” o catastrofista. Hoy ya, lamentablemente, no estamos en disposición de pensar en un desarrollo sostenible, quizás viable en los ochenta, sino más bien en adaptar rápidamente nuestras sociedades para aguantar en las mejores condiciones posibles lo que ya empezamos a ver.
Son muchas las noticias que poco a poco van permitiendo ver los signos del desbordamiento material. A las crecientes informaciones sobre la desinversiones de las empresas energéticas en la extracción de petróleo, se unen otras como la vuelta al carbón, también declinante, en Europa ante la escasez de gas natural o la escasez de materiales de construcción en Reino Unido.
La escasez de materias primas está haciendo que China, en pleno crecimiento, no las exporte, bloqueando, por ejemplo en España, sectores como el de la pintura. Algo parecido sucede con el uranio, que empieza a ser escaso, algo que las compañías del sector creen que se va a agudizar en un plazo medio.
Los mercados tecnológicos también tienen problemas. La escasez de chips está poniendo contra las cuerdas a las empresas tecnológicas, automovilísticas y a la propia fabricación de infraestructuras necesarias para hacer la transición a las renovables. Nos detenemos aquí un instante.
La fabricación de chips está altamente concentrada en Taiwán, en donde, en este momento, confluyen tres problemas. Por un lado la escasez de agua. Una fábrica de semiconductores utiliza entre ocho y catorce millones de litros de agua ultrapura por día. Por ahora, se está priorizando el agua que necesitan las fábricas respecto a la agricultura que alimenta a la población china, pero, si no llueve, habrá que detener el proceso de fabricación de chips. En segundo lugar, hay un problema de clima. El año está siendo anormalmente cálido en Taiwán y se están generando picos muy elevados de consumo de electricidad que han desembocado en apagones, otro elemento ralentizador de la fabricación. Y por último, el coronavirus, que allí se encuentra en plena ola expansiva, con solo un 5,2 %de la población vacunada.
Suma y sigue. Desde hace semanas se asiste a la subida del precio de los alimentos a escala internacional. Una de las causas detrás de esta subida es la sequía que sufre Brasil, primer exportador mundial de soja, café y azúcar y segundo de maíz. Esta sequía tiene que ver con el cambio climático y el fenómeno de “La Niña”, y fundamentalmente con la deforestación del Amazonas.
La agricultura, convertida en industria extractiva también tiene dificultades. La escasez de los minerales con los que se fabrican los fertilizantes químicos, especialmente el fósforo, se añade a la de una larga lista de recursos no renovables (desde el petróleo, hasta el carbón o el uranio) que marcan un límite físico al mantenimiento de los actuales modelos de producción, consumo y formas de habitar. Una auténtica crisis civilizatoria que tiene su origen en la lógica capitalista que empuja al crecimiento continuo.
La política y la economía que han campado, sobre todo durante los últimos decenios, como si flotasen por encima de la Tierra, están sufriendo un proceso de desinfle forzoso que no ha hecho más que comenzar. La trama de lo vivo ha irrumpido como agente político y económico, y con ella no se puede negociar.
La palabra más deliberadamente repetida en los párrafos anteriores es escasez. El planeta Tierra tenía y tiene límites, pero el capitalismo saca tajada, convirtiendo en escaso lo anteriormente suficiente. La actual translimitación biofísica planetaria compromete la disponibilidad de los recursos naturales para sostener el metabolismo económico tal y como lo conocemos, pero no otros posibles. La idea de escasez, construida políticamente, oculta que ésta tiene más que ver con la injusticia y el uso irracional que con la existencia de límites.
Son muchos los sectores económicos que esperan suculentos beneficios del capitalismo del desastre y de la escasez. Uno es el de seguridad: compañías de servicios de vigilancia y control, cuerpos de seguridad de fronteras, empresas de construcción y gestión de instalaciones de internamiento de extranjeros, prisiones, logística militar y policial, planificación, y entrenamiento y personal de seguridad, etc. Desde 2008 la industria de seguridad ha crecido casi un 8 % anual, a pesar de la crisis económica y la recesión mundial. Las personas migrantes son la codiciada materia prima de un negocio que proyecta tener un importante crecimiento.
El sector de seguros contempla también buenas perspectivas ante la multiplicación de fenómenos meteorológicos extremos. Se encarecen las pólizas, que quedarán fuera del alcance de los sectores más vulnerables. El huracán Katrina en EE.UU., en 2005, puso de manifiesto que las clases medias pudieron recobrar el valor de sus pérdidas a través de sus pólizas, pero los sectores más pobres, que carecían de seguros o tenían baja cobertura, lo perdieron todo. Esas mismas circunstancias las sufrieron las afectadas por las riadas de Reinosa o el azote de la borrasca Gloria en el Levante español, a finales de 2019 y comienzos de 2020.
Y no son los únicos ámbitos. Tres sectores de negocio resultan clave en contextos de escasez: la agroindustria, la privatización de las fuentes y los derechos de acceso al agua, y la energía, cuyos negocios se amplían con los combustibles fósiles no convencionales, la producción de los agrocombustibles y el control de la generación de energía a partir de las fuentes renovables.
La magnitud de los problemas y conflictos que venimos exponiendo contrasta con la ausencia de medidas adecuadas a la gravedad de los problemas. La inacción en cuestiones clave –a pesar de los informes reiterados y avisos cada vez más acuciantes de la comunidad científica– hacen cada vez más profundo el pozo en el que se encuentra sumida gran parte de la humanidad y muchos otros seres vivos.
No hay salidas políticas justas y democráticas a estas situaciones sin reconocer que el decrecimiento de la esfera material de la economía global es simplemente un dato. No encarar este debate –por crudo que sea– sobre la superación de los límites y el deterioro de los ecosistemas no va a hacer que el problema desaparezca. Más bien supone perder tiempo y oportunidades para construir una comunidad que comprenda el momento que vivimos, y sobre todo, deja huecos que están ocupando deliberada y planificadamente sectores xenófobos de ultraderecha que niegan el problema de origen, apuntan con el dedo a falsos culpables (migrantes, mujeres, o disidentes) y denominan falta de libertad a los timidísimos y no bien orientados pasos que se dan para torcer el destino que pronosticaba el informe Meadows en 1972.
Gobernar siempre ha tenido que ver con administrar límites y estos, en lo material, son cada vez más estrechos. Si ponemos en el centro la prioridad de las condiciones de vida dignas para todas, las claves ineludibles van a ser la suficiencia material –aprender a vivir con lo suficiente–, el reparto de riqueza y obligaciones, y el cuidado y la corresponsabilidad como faro y palanca de la política pública.
Si no, la escasez inducida la gobernará el mercado. Y a éste, las condiciones de vida de la gente le importa un carajo.
Un buen ejemplo en lo concreto es la transición a las renovables. Se está alimentando un nuevo pelotazo financiero. Se notifican nuevas instalaciones por todo el territorio, sobre todo en los medios rurales. Al calor de las ayudas millonarias de la Unión Europea, se proyectan parques eólicos e instalaciones de energía solar sin planificación global y, sobre todo, sin pensar cuánta energía hace falta, para qué y para quién, y a costa de qué. Claro que hace falta descarbonizar y pasar a las renovables, pero éstas también tienen límites y, por tanto, es preciso gestionar la demanda.
Como bien señala Antonio Turiel, en una entrevista publicada en CTXT, hace falta adecuar los momentos de demanda a la oferta. Necesitamos que haya más consumo cuando estas fuentes pueden producir más, y menos consumo en los momentos en los que no pueden responder a los picos de consumo. El Gobierno está intentando desincentivar el consumo en los tramos máximos, pero lo que es un error garrafal es hacerlo sólo con soluciones de mercado, sin explicación y debate, sin tarifas progresivas y sociales, y sin meter mano al oligopolio y al mercado eléctrico.
Hecho así, y sobre todo, sin saber la que se viene encima a nivel global, se recibe como un ataque, mientras, como dice Alba del Campo, las empresas eléctricas salivan.
Ojalá estuviésemos en condiciones de afrontar ya el presente, y desde luego el futuro, con meros retoques progresistas. No es así. Hacen falta cambios profundos en la producción, en el consumo y en las formas de vida. En el plano material, la palabra clave es menos en términos absolutos: menos agua, menos energía, menos emisiones. Estos cambios se traducen en menos viajes, menos alimentos lejanos, menos carne… También en muchas cosas más: más tiempo, más relaciones, más vínculos, más música, más sexo disfrutado y deseado. Pero la palabra menos es importante y casi nadie, o más bien nadie, en el plano político institucional se atreve a plantearlo con claridad.
Emilio Santiago y Héctor Tejero reconocían con tremenda honestidad en el libro Qué hacer en caso de incendio, que, siendo ciertas, hablar con claridad de estas cosas supone un suicidio electoral. La cosa, al final, es que no se habla con claridad del atolladero en el que estamos.
Unos intentan hacer algo sin molestar a los mercados y la consecuencia inmediata es que la escasez impacta de forma absolutamente injusta en las más precarias. Cuando no hay valor para nombrar los problemas y se asume jugar en el terreno de juego de los mercados como única posibilidad y horizonte, se apuesta por salidas que no resuelven problemas estructurales y que impulsan a muchas personas a abrazar las promesas de libertad de los neopopulismos xenófobos.
Otros claman, con razón, contra la mirada insensible de la política energética ante la precariedad, pero a la vez se ponen de perfil ante la necesidad –que conocen– del establecimiento de políticas de gestión de la demanda que, sí o sí, van a obligar a cambiar estilos de vida. Se intenta convencer a la gente con discursos que solo enuncian lo que irá a más, pero no explicitan con honestidad lo que debe ir globalmente a menos y, por tanto, es preciso repartir.
En mi opinión, las opciones progresistas se encuentran entre Escila y Caribdis. Si te arrimas a Escila, el riesgo es que sus seis cabezas neoliberales devoren, probablemente, a quienes están más desprotegidos. Si te aproximas a Caribdis, podemos ahogarnos en el inmenso remolino de la crisis ecosocial que no sabemos ni por dónde nos viene.
Hay que pasar con el barco entre las dos y el marco de actuación es muy estrecho. No se hace sin contar con una ciudadanía que conozca cuáles son los problemas, los límites y las contradicciones, aunque no guste mirarlos.
Toca movernos entre el conocimiento de la distopía y la activación de la imaginación que proyecte horizontes viables que puedan ser deseados.
Se dice mucho que no es una cuestión solo de conocimientos y datos. Yo lo comparto, pero conocer, no siendo condición suficiente, es condición necesaria. En mi humilde opinión, CTXT se ha convertido en plaza pública para poder hablar de estas cosas en las que nos va tanto. No es el único medio, pero es uno de los pocos.
Y yo agradezco formar parte de este equipo. Desde luego es un buen lugar para canalizar, positivamente y con ilusión, la rabia que da el silencio.