Artículo publicado por nuestro compañero Antonio Serrano en la Revista Sistema
Los finales y comienzos de cada año son los momentos en los que los distintos organismos y centros de investigación actualizan sus predicciones sobre el porvenir a corto (año 2021) medio (2024) y largo plazo (2030). Normalmente se utilizan modelos cuantitativos y cualitativos que permiten aproximarse a tendencias medias, a previsibles Escenarios –atendiendo a la variabilidad cuantitativa y cualitativa de las variables utilizadas- y a metodologías basadas en distintos tipos de aproximaciones, desde las cercanas a la teoría del caos –presencia de disruptores más o menos sistémicos, improbables, pero posibles- a las personales más o menos imaginativas, siendo de destacar, como ejemplo del poder de difusión de internet y de la capacidad de “fabulaciones”, los que relacionan el fin del Covid 19 y sus efectos con el evento astronómico de la conjunción de Júpiter y Saturno con sus lunas del lunes 21 de diciembre, no registrado desde hace 400 años.
El año 2020 nos ha proporcionado un buen ejemplo de situaciones poco probables, pero previstas, con la aparición de una pandemia producida por un nuevo virus –Covid 19- de incidencia y efectos no incorporados en las pautas de prevención social de los distintos estados.
Con ello, en el 2020 el mundo se ha enfrentado a la superposición de múltiples crisis: una pandemia mundial; una fragilidad e inestabilidad económica y política empeorada desde la crisis financiero-especulativa de 2008, y alimentada por una globalización e incremento de desigualdades territoriales y personales de efectos negativamente crecientes; y una crisis ambiental y un calentamiento global que empeoran constantemente, en particular en países como España[1].
Hemos acabado el año con una Navidad atípica como consecuencia de una pandemia que lleva nueve meses trasformando nuestras vidas y, en parte, hasta las relaciones de producción. La cuestión es cómo puede preverse que evolucione la situación en 2021, ante la constatación de otros hechos relevantes también registrados en 2020, como son, de forma destacada: la próxima sustitución de Trump por Biden en la presidencia de EEUU, o la mutualización de deuda para afrontar un Presupuesto y una acción europea inéditas para el período 2021-2027, que en España va a venir acompañada del #PlanEspañaPuede y su inicial materialización en los recientemente aprobados Presupuestos para 2021, donde las transiciones ecológicas y digital cobran un destacado protagonismo.
En las prospectivas normales, la incertidumbre está siempre presente, pero tradicionalmente acotada en términos de las pautas históricas conocidas, confiando en los márgenes de confianza de los modelos y dinámicas incorporadas en los mismos. Estos son los que se usan para reducir la incertidumbre a niveles asumibles y establecer políticas para administrar los riesgos asociados a dicha incertidumbre. Pero la Covid-19 y la dinámica global de los últimos nueve meses de 2020 nos acercan al 2021 con una incertidumbre extrema respecto a cómo puede evolucionar el virus y a los efectos que pueden tener las vacunas sobre su control, con lo que el uso de modelos prospectivos tradicionales difícilmente va a ser eficiente.
Pueden estimarse Escenarios –y el FMI, la OCDE, el Banco Mundial, el Banco de España. etc., lo hacen en lo que se refiere a Escenarios socioeconómicos- pero la variabilidad de sus pronósticos, mes a mes, muestra la inconsistencia de los mismos, dado que la incertidumbre asociada a las consecuencias socioeconómicas y sobre la salud ciudadana, derivadas de la posible evolución d de la Covid-19 y de las respuestas para combatirlo, no tienen referentes históricos cercanos utilizables. La magnitud de la incertidumbre, definida en parte por la frecuencia y los cambios en la información sobre la evolución de la pandemia, llevan a que las tendencias previstas estén desactualizadas ya antes de su publicación, porque los procesos supuestos para su definición no se ajustan a la posterior dinámica de cambio real[2].
Previsiblemente, la pandemia de la Covid-19 tendrá repercusiones ecosociales en 2021 y en los años venideros, afectando a la subsistencia de muchas empresas, actividades y empleos en una medida ya muy superior, cualitativa y cuantitativamente, a lo acontecido en la crisis financiero-especulativa iniciada en 2008.
En varios artículos anteriores de esta Sección, dedicados a la globalización, hablábamos de una reducción del peso de las cadenas productivas globales que, indudablemente, la pandemia ha acelerado y exacerbado. Las multinacionales han sufrido los efectos de la rotura de sus cadenas productivas y del desabastecimiento derivado de las medidas adoptadas para combatir la pandemia, y sus políticas están cambiando hacia una mayor nacionalización y menor dependencia de flujos externos. Aunque el nacionalismo productivo sufra un cierto freno con la llegada de Biden a la presidencia de EEUU, la dicotomía de Asia/Pacífico, por un lado (con el creciente peso de China), y del Atlántico, con el binomio América/UE, por otro, parece que serán las líneas más probables de reorganización de los acuerdos comerciales para 2021. En todo caso, como también señalábamos entonces, la globalización digital seguirá creciendo; y, probablemente, más que compensará económicamente el descenso de la del comercio y transporte de mercancías y personas, manteniendo el peso de lo global en lo local, pero bajo otra estructura productiva, cuyo dominio por parte de las empresas de “lo digital” (APPLE, Microsoft, Alphabet, …) fuertemente beneficiadas por la pandemia, viene claramente reflejado en su posición de dominio en cuanto a capitalización bursátil global[3].
El ejercicio de prever cuánto variarán las magnitudes asociadas a estas tendencias es un ejercicio baladí en las actuales circunstancias de incertidumbre pandémica, en que los Escenarios pueden ser tan amplios que su explicitación es irrelevante. En todo caso, quedan pocas dudas de que “lo digital” seguirá en ascenso –aunque se supone que disminuyendo su crecimiento-, que el turismo global de masas sufrirá una fuerte recesión, arrastrando a los flujos de transporte marítimos (cruceros) y aéreos (también muy afectados por la merma de viajes culturales y de negocios, sustituidos por videoconferencias) lo que tendrá fuertes consecuencias en países como España, país para el que el año 2020 ha sido fuertemente recesivo en una de sus principales actividades productivas desde el punto de vista de la generación de renta y empleo. Así, se estima que el turismo pasará, desde colaborar –directa e indirectamente- en más del 12% del PIB en 2019, a poco más del 4% en 2020, con una llegada de viajeros internacionales que no alcanzará los 20 millones (menos de la cuarta parte de los registrados en 2019) y una caída en los ingresos que el sector estima en más del 75%. Distintas previsiones hablan de lo que estimamos muy dudosas realidades con recuperaciones del sector en más del 40%, en 2021, a cifras muy superiores por parte gubernamental, que espera que esta recuperación se produzca enérgicamente a partir de la Semana Santa de 2021 con el turismo doméstico. Sin embargo, ya la anulación de eventos relevantes para esta recuperación, como son algunas Fiestas tradicionales (recientemente el caso de las procesiones en Semana Santa) cuestionan estas previsiones.
Normalmente, por cuestiones asociadas al entorno sociopolítico y a las expectativas y sentimientos económicos, las Administraciones e instituciones tienden a presentar un cierto sesgo optimista sobre la evolución futura, que no tendría más importancia si sólo fuera de imagen para infundir confianza a la población, pero las políticas y actuaciones se adecuaran a las incertidumbres que se derivan de la inestabilidad en las tendencias y datos que se van conociendo[4]. En todo caso, habría que valorar hasta qué punto la recepción de más de 80 millones de visitantes extranjeros y los procesos de trasformación territorial y ambiental asociados a esta dinámica son coherentes y con balance positivo para el bienestar de los españoles. Y si la vuelta a la dinámica registrada en la década anterior es la recomendable; o si que empezar a interiorizar urgentemente todos los efectos negativos externos que esta dinámica genera.
Porque hay que reiterar la necesidad de incorporar –desde ya- en nuestras previsiones y en las políticas correspondientes elementos como la incidencia directa e indirecta del turismo en el calentamiento global, que es uno de los riesgos más evidentes y graves (con consecuencias que se estiman mucho más negativas, durables e intratables que las de la pandemia) a los que nos enfrentamos a medio y largo plazo, con consecuencias particularmente negativas para España. Y sobre el que hay que volver a reiterar que las políticas de mitigación globales son manifiestamente insuficientes[5].
Como señala UNEP DTU en el Informe citado en la anterior nota a pie de página, el año 2020, aunque se prevé que las emisiones de dióxido de carbono caerán hasta un 7%, (lo que tendrá una incidencia marginal real, con la reducción de solo 0,01°C del calentamiento global para 2050) pero no impedirá que posiblemente será el año más cálido jamás registrado, con una clara intensificación de eventos extremos como incendios forestales, sequías, tormentas y deshielo de glaciares.
Desde el punto de vista socioeconómico, es evidente que la destrucción asociada a la pandemia de la Covid-19 en España, de casi un millón de empleos, especialmente entre el 12 de marzo y el 30 de abril, ha batido records en cuanto a su intensidad y velocidad, provocando el hundimiento económico de numerosos subsectores productivos, especialmente en el ámbito de los servicios turísticos y de restauración. Y ello pese a la rápida reacción del Gobierno de coalición con, por un lado, la activación de los expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE), que permitió mantener 3,5 millones de puestos de trabajo; y, por otro, la regulación del teletrabajo o el establecimiento de ayudas y acceso al crédito a autónomos y empresas con dificultades de liquidez. O su combate a la pobreza con el establecimiento del Salario Mínimo Vital. Pero, en 2021, buena parte de los ERTE acabarán probablemente transformándose en ERE, con muchas empresas incapaces de reactivar su actividad. Y, a largo plazo, según las estimaciones de la consultora Oxford Economics[6], los efectos del Covid-19 pueden ser particularmente negativos para España en el balance global de la situación de los distintos países, tal y como se aprecia en la síntesis reflejada en el siguiente gráfico de The Economist:
Complementariamente, los déficits públicos y la magnitud de la deuda pública, así como los incrementos inmensos de liquidez generada por los Bancos centrales mundiales, que han beneficiado a la especulación financiera frente a la economía real, son elementos de inestabilidad y fragilidad global que pueden generar efectos inflacionarios, no probables para 2021, pero posibles. Y sus consecuencias sobre la situación española serían fuertemente preocupantes.
Una recuperación verde y justa para todos es posible, pero no fácil. Una transición ecosocial real significa cambiar muchas cosas, priorizando la sanidad, la descarbonización -con iniciativas de energía verde y penalizando el uso de combustibles fósiles-, la desmaterialización –con políticas activas de ingeniería/economía circular- o el freno a las desigualdades, con políticas que compensen la desigualdad en oportunidades y en bienestar de la población, que la pandemia y las medidas adoptadas para combatirla han incrementado sensiblemente.
Para 2021 se pretende, desde la UE y el Gobierno de coalición español, que los elevados recursos movilizados para combatir los efectos asociados a la pandemia se inserten en una “recuperación verde” que permita revertir los graves daños socioeconómicos producidos, cambiando en paralelo los modelos de producción y de consumo para lograr la descarbonización (energías libres de carbono), mejorar la eficiencia energética y lograr la desmaterialización de la economía. Pero lo más previsible es que, en 2021, los cambios reales hacia la transición ecosocial sean relativamente marginales, lo que no hace sino resaltar el pesimismo sobre la viabilidad de un avance o corrección significativa del “bussines as usual” origen de la actual dinámica de degradación ecosocial.
La transición de las crisis a supuestos nuevos estados ecológicos y digitales es, sobre todo, un proceso evolutivo, que parte de un modelo consolidado, aunque ya en crisis antes de la pandemia, que no puede desaparecer sin generar consecuencias socioeconómicas desproporcionadas, si la transición no establece mecanismos de resiliencia adecuados que limiten en magnitud y duración esas consecuencias. Primero, deberían establecerse políticas para mitigar los peores escenarios posibles; y, en segundo lugar, priorizar acciones de bajo costo y efectos limitados (huir de grandes proyectos de efectos irreversibles) que beneficien de forma diversa y amplia, a lo local, a los pequeños productores de supervivencia viable y ambientalmente sostenible, y a empresas incluibles dentro de la economía verde establecida taxonómicamente por la UE.
Se requiere que en 2021 se establezcan políticas interactivas y respuestas flexibles que primen la resiliencia ecosocial. De hecho, las únicas respuestas recomendables exigen rapidez[7] en la adopción de medidas que sean flexibles en su aplicación, con capacidad de aprendizaje y corrección proactiva de las medidas con efectos inadecuados; y, sobre todo, capacidad de acordar respuestas colectivas concertadas y coordinadas ante una pandemia que, por definición, es global, y cuya duración y efectos pueden extenderse todavía durante un largo periodo de tiempo. Por otra parte, para tomar decisiones informadas, se necesitan conocimientos especializados, sólo accesibles a través del asesoramiento de expertos, no ya sólo en la fase de información, sino, igualmente, en el imprescindible cuestionamiento sistemático de las soluciones propuestas a la vista de sus efectos, identificando debilidades potenciales o suposiciones demasiado optimistas.
Obviamente, una recuperación desequilibrada ecológicamente es mejor que ninguna recuperación para combatir los peores efectos socioeconómicos y el sufrimiento de las personas, previsiblemente asociado a que muchas empresas dependientes de las ayudas estatales empezarán a entrar en quiebra, multiplicando los despidos. Pero seguir con el modelo y dinámica imperante hasta 2020 nos introduce en el mantenimiento de unos riesgos ecológicos y ambientales que pueden ser muchísimo más negativos para la población a medio y largo plazo. Y que pueden derivar, mucho antes de lo previsto, a repetir procesos ya registrados tras los efectos de la pandemia de la gripe de 1918-1920, con crecimiento de la xenofobia, y del autoritarismo, y graves riesgos para las libertades, el bienestar general y la democracia.
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[1] Como ejemplo, cabe destacar que la Agencia Estatal de Meteorología Española ha señalado que este otoño ha sido más cálido de lo habitual por décimo año consecutivo, con una temperatura media sobre la España peninsular de 14,8 grados, 0,5 por encima de la media de la estación del periodo 1981-2010), además de haber registrado un 14% menos de precipitación, con especial afectación al Alicante, Murcia y Almería, y a sus recursos hídricos disponibles. http://www.aemet.es/es/noticias/2020/12/rueda_prensa_estacional_invernal_2020_2021
[2] Un último shock ha sido la variante inglesa del virus y los nuevos análisis científicos necesarios (cuyos resultados no pueden ser inmediatos) sobre las consecuencias de la misma. Y, probablemente, ésta no será la última variante potencialmente grave a considerar.
[3] Apple sigue siendo la de mayor capitalización a finales del tercer trimestre de 2020, con un crecimiento del 38% respecto a 2019. Le sigue Amazon, con un crecimiento del 60% respecto a 2019. En tercer lugar, está Microsoft, con un crecimiento del 53%, seguida de Alphabet, ahora en la cuarta posición, por la caída del 1% en su capitalización. Samsung pasa ahora a ocupar la quinta posición. A multinacionales relacionadas con la comunicación y las redes sociales también les ha beneficiado la pandemia (Instagram, YouTube, Zoom), al igual que a las compañías de entretenimiento, como Disney, Spotify o Netflix.
[4] La información sobre la evolución de la pandemia necesariamente es inestable, con datos epidemiológicos que cambian constantemente (tasas de infección y mortalidad, riesgo de desbordamiento del sistema sanitario, proporción de casos asintomáticos, disponibilidad y efectos de las vacunas, duración del período infeccioso y extensión y duración de la inmunidad después de la infección, etc.) lo que repercute sobre las medidas de respuesta pública que se van adaptando a estos datos, y la velocidad y magnitud de sus consecuencias socioeconómicas, territoriales y ambientales.
[5] Hay que volver a recordar que las tendencias históricas de las emisiones globales llevarían a un calentamiento global medio del orden de 5ºC. Siguiendo las políticas anunciadas por los distintos estados, para adaptarse a su compromiso del Acuerdo de París de 2015, se llagaría a los 3,2ºC, según el último Informe del PNUMA (UNEP DTU: Informe sobre la brecha de las emisiones del 2020. https://www.unenvironment.org/es/emissions-gap-report-2020 ). Las consecuencias, en cualquiera de las dos tendencias serían desastrosas para la tierra tal y como la conocemos y, en mayor medida, para una gran parte de la humanidad.
[6] http://resources.oxfordeconomics.com/world-economic-prospects-executive-summary
[7] La toma de decisiones ante una crisis tan rápida y grave como la pandemia de COVID-19 debe ser rápida y basarse en las previsiones disponibles, aunque procurando que las decisiones permitan su corrección y no impliquen consecuencias desproporcionadas para poderlas adaptar a las nuevas informaciones que vayan surgiendo.