Nuestra compañera Nuria del Viso escribe este artículo en eldiario.es
El vertiginoso avance de la crisis del clima y los desastres asociados obliga a un número creciente de personas en el mundo a abandonar su hábitat. Cada año, las organizaciones que se ocupan del desplazamiento dan a conocer nuevas cifras récord. Basta revisar los datos para darse cuenta del peligroso tobogán por el que nos deslizamos, para el que no habrá, si no reaccionamos, un suave aterrizaje, sino un brusco choque. Tres fuentes de datos ponen de manifiesto preocupantes tendencias en marcha sobre el desplazamiento forzado.
Primera, las cifras de ACNUR dan una pequeña muestra de estas perspectivas: si en 2018 ACNUR atendía a 70,8 millones de personas, a mediados de 2019 ascendían a 79,4 millones. Si observamos un periodo más amplio, el desplazamiento forzado –incluyendo tanto refugiados como desplazados internos– prácticamente se ha duplicado entre 2009 y 2018, de 43,3 millones de personas en 2009 a 79,4 millones hasta mediados de 2019.
Segunda, las cifras de desplazamiento forzado interno que facilita el Centro de Monitoreo del Desplazamiento Interno (IDMC). Este fenómeno registró un serio aumento (19%) en 2019, hasta 33,4 millones de personas, derivado tanto de conflictos como de desastres. Resulta aún más preocupante que el desplazamiento interno forzado por desastres se disparó un 44% (24,9 millones de personas) en solo un año, y un 48% si atendemos a los desastres vinculados al clima (23,9 millones).
La COVID-19 nos ha mostrado que ningún país está a salvo de los desastres globales, aunque afecte de forma muy diferenciada a distintos territorios y clases sociales. Una lección que bien puede aplicarse a los efectos de la emergencia climática. Este mapa, publicado en el último informe del Centro de Monitoreo del Desplazamiento Interno (IDMC), muestra las zonas donde se produjo desplazamiento forzado por desastres en 2019. Aunque el desplazamiento forzado por desastres en 2019 castigó especialmente al Sur de Asia y Sudeste asiático-Pacífico, los desastres que causaron desplazamientos están repartidos por todo el planeta, y el «primer mundo» no se libra de sus efectos. De hecho, EEUU es el quinto país más afectado por desplazamiento interno debido a desastres, con casi un millón de personas (por delante están India, Filipinas, Bangladesh y China, todos ellos con más de 4 millones de desplazados forzosos). España empieza también a experimentar el desplazamiento forzado, 23.000 personas en 2019, según IDMC. A principios de 2020 vimos como el temporal Gloria se tragaba buena parte del delta del Ebro.
Y tercera, un reciente estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), «Future of the human climate niche«, del que se ha hecho eco la prensa (Climática-La Marea, La Vanguardia y The Guardian), resalta que el agravamiento de la crisis climática sitúa al límite de habitabilidad más territorios. En el próximo medio siglo una amplia franja del planeta, que abarcará el 19% de las tierras emergidas (frente al 0,9% actual), será prácticamente inhabitable por el aumento de temperatura. Como consecuencia, se verían afectadas entre 1.500 millones y 3.500 millones de personas, dependiendo de si se adoptan medidas de mitigación o se mantiene un escenario de business as usual.
El artículo analiza las condiciones climáticas en las que la humanidad ha habitado en los últimos 6.000 años que son sorprendentemente estables –la mayoría de la población habita en zonas con una temperatura media de 11-15ºC y una parte menor en zonas con 20-25ºC de media–. Pero según las proyecciones de los autores, hasta un tercio de la población mundial podría experimentar en 2070 una temperatura media de más de 29ºC, semejante a las zonas más tórridas del Sahara. La población tendrá que hacer frente a aumentos de temperaturas de 7,5ºC, ya que aunque el aumento medio de la temperatura del planeta sea menor, la superficie terrestre se calienta más rápido que los océanos.
Hasta ahora ha sido difícil ofrecer una cifra consensuada de las proyecciones del desplazamiento forzado en las próximas décadas. Distintas fuentes académicas o institucionales han sugerido entre 200 y 1.000 millones de personas. El artículo de PNAS perfila unas perspectivas si cabe más preocupantes y los datos que ofrece resultan ilustrativos para conocer en qué magnitudes nos movemos y en qué medida determinadas políticas en un sentido u otro pueden aliviar o agravar la situación.
Las implicaciones de estos datos tienen una especial relevancia en el contexto del desplazamiento forzado, especialmente teniendo en cuenta que entre los países más afectados por el aumento de temperatura figuran India, Nigeria, Pakistán, Indonesia, todos ellos con elevada población.
No obstante, los autores del artículo son muy cautos a la hora de cuantificar el movimiento de población. Que haya hasta 3.500 millones de personas afectadas no significa que vayan a migrar en su totalidad. En la migración intervienen diversos factores que interactúan de forma compleja y generalmente la movilidad se utiliza como última opción. Solo si se superan ciertos umbrales críticos la migración podría dispararse.
Hay que tener en cuenta que la inhabitabilidad de algunos territorios por la subida de temperaturas es solo uno de los factores que puede forzar al desplazamiento; hay que añadir los desplazados por la subida del nivel del mar –recordar que las 50 mayores ciudades costeras albergan al 10% de la población mundial–, por fenómenos súbitos y por la pérdida de hábitat debido a otros factores.
Para complicar más las cosas, aún debemos añadir, al menos, otros dos elementos a este escenario: el primero, la ausencia de una legislación internacional que ofrezca cobertura jurídica a quienes se ven desplazados forzosamente de sus territorios. La Convención vigente de refugio y asilo, de 1951, ampara solo a quienes huyen de conflictos o persecución política y cruzan fronteras internacionales. Pero, y aquí aparece el segundo elemento, hay una tendencia creciente en los países post-industriales a blindar sus fronteras a los flujos de población. Si se escamotearon responsabilidades incluso a solicitantes legítimos de refugio y asilo como sin duda fue la población que huía del conflicto en Siria en 2014-2015, ¿qué puede ocurrir a quienes se ven forzados a desplazarse por desastres climáticos?
Aunque en el caso de los fenómenos súbitos, como un huracán, resulta claro el vínculo causa-efecto, es más difícil establecer la causa raíz del desplazamiento en otros fenómenos de desarrollo lento, como las sequías o la subida del nivel del mar. Ante el cierre prácticamente total de fronteras en la mayoría de los países ricos, gran parte de quienes se desplazan acaban contando como «migrantes», una categoría cada vez más criminalizada que desemboca en enormes cifras de migrantes «ilegales», los sinpapeles.
Las tendencias en marcha apuntan a una aceleración del desplazamiento forzado en las próximas décadas si no se actúa ya para frenar las causas del calentamiento del planeta. A la vista de las dinámicas en marcha, ¿seremos capaces de abandonar el business as usual y abordar de raíz la emergencia climática? ¿Lograremos frenar la dinámica de quienes se ven obligados de dejar sus hábitat? ¿Cómo se va a tratar a los cientos o miles de millones de desplazados forzados en las próximas décadas? El signo de las políticas que se adopten marcará, sin duda, si transitaremos a marcos de convivencia y cohesión social, o a mayor fragmentación, crispación y conflicto. Ahora nos toca decidir.